Opinión
El Rey, en el desierto
Frente al paredón de los siglos Juan Carlos I lucirá como el mejor Rey de España
La imagen del Rey Emérito entre dos guardaespaldas, casi arrastrado, es la de un país iluminado por fogonazos de odio. Igual que abrazamos a Fernando VII y laminamos a los héroes de la Independencia, así tratamos al hombre al que el New York Times calificó de «demócrata». El león de la Transición, que como me dijo un sabio entregó el ejército al pueblo y ayudó a traer las libertades, recibe en el invierno de su vida una recompensa digna de un enemigo mortal.
Al Rey que intimó con Suárez y Carrillo, al hombre que puso en solfa todas y cada una de las indicaciones y designios de Franco, las generaciones jóvenes, acaudilladas por unos políticos nefastos, lo tienen por un pícaro, comisionista y putero. Mi interlocutor, uno de los pocos valientes que todavía da la cara y se arriesga, y que tiene el cerebro para algo más que el aborrecimiento, comenta que los Reyes quedan por su legado político. No por sus líos de faldas o sus corruptelas.
Juzgado frente al paredón de los siglos Juan Carlos I lucirá sin lugar a dudas como el mejor Rey de la Historia de España. Al menos hasta que llegó Felipe VI y su inolvidable discurso de 2017.
Bajo su Reinado, a partir del 77, nosotros, que nos creíamos condenados a las cadenas, que soportamos resignados la imagen que dieron de nosotros los viajeros románticos y los hispanistas ciegos de tópicos raciales, hemos disfrutado de una etapa de progreso que habría emocionado hasta las lágrimas a los del 98 y a los de la II República.
El país que fueron incapaces de lograr los Azaña y cía. fue, al fin, el del 78. Más todavía: el republicanismo, lo contrario de la tiranía, que puede definirse por su aversión al capricho de los hombres y su respeto por las leyes que esos mismos hombres se dieron, el republicanismo como puntal de la justicia, la igualdad y las libertades, nunca lució mejor que en estos últimos 40 años.
En España los verdaderos republicanos defendemos la Monarquía constitucional. En ningún caso decimos que no esté prohibido optar por la república. Pero los cambios de régimen no pueden traerse a las bravas, sin contar con un altísimo grado de consenso Reforma constitucional agravada y referéndum nacional. No hay otra. Cierto que tanto la prensa como los sucesivos gobiernos fueron y son culpables de reír las gracias del Monarca, de mirar para otro lado y, ay, de entender que según qué cosillas podían enjuagarse una vez puestas en perspectiva.
El proceder personal del Rey viejo, que por supuesto está por sustanciarse ante los tribunales, que tendrá que investigarse y juzgarse, y que no puede quedar al margen, protegido por una suerte de hechicería, sale a la luz coincidiendo con la quiebra del sistema.
No exagero si digo que España está ingresada en la UCI. Derrotada o casi por el zarpazo combinado de todas las fuerzas centrífugas imaginables. Con una crisis de legitimidad atroz, bien apuntalada por nuestras nutridas huestes de populistas.
El Emérito no es ni más ni menos inocente que cualquier otro ciudadano mientras un juez no sentencie lo contrario. Pero al hilo de los escándalos ya llega la legión de lobos, borrachos de rencor y con la guadaña afilada. Por lo demás su salida salida de España no tiene un pase. Debería regresar cuanto antes. Cada día en el desierto es otra muesca en el calendario del exilio. Un destierro ad hoc. Pero que podría consolidarse bajo el artesonado del virus, en estos días pandémicos en que las vacunas mueren de risa en los almacenes porque nuestros dirigentes prefieren naturalizar a inútiles y diseñar/proyectar gobiernos locales con golpistas antes que implementar un plan para distribuir y aplicar los medicamentos.
Los asuntos tributarios del Rey Emérito les importan muchísimo más que las constantes vitales de un país que no soportará sin arder en mil pedazos el retraso de unas vacunas que necesitamos más que el comer. Entre otras cosas porque tampoco tendremos nada para comer si no salvamos el próximo verano.
Lo de repetir que la Monarquía es una cosa medieval suena directamente insultante en un país donde las fuerzas de «progreso» han resuelto que los fueros altomedievales, los privilegios forales y los derechos prepolíticos, epidérmicos y/o biológicos resultan causas mucho más avanzadas, modernas y «cool» que, un suponer, la defensa de la voluntad popular, que hasta donde sabemos ya dejó muy claro que la soberanía nacional reside en el pueblo español, del que emanan los poderes del Estado, y que la forma política del Estado español es la monarquía parlamentaria.
Tampoco conviene confundir a un Rey con la Monarquía constitucional, ni olvidar que en la España de 2020 es ya el penúltimo muro democrático mientras avanzan quienes sueñan con la confederación de cantones hispánicos.
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