El personaje
Miquel Iceta, el eterno hombre puente
En su receta caben quienes trabajen por el autogobierno y más financiación para Cataluña
Miquel Iceta Llorens es un político más de pensamiento que de acción. Así le define alguien que conoce muy bien al primer secretario de los socialistas catalanes, quien ya no será su candidato a la presidencia de La Generalitat. Nadie sabe a ciencia cierta de quién fue la iniciativa, pero a finales de octubre, durante una conversación privada en La Moncloa, Pedro Sánchez y Miquel Iceta acordaron que en estos momentos no era el aspirante óptimo, tras las muchas heridas dejadas por el «procés», y pactaron el nombre de Salvador Illa. Si el resultado es bueno, ambos se colgarán la medalla, y si no lo es a Sánchez le saldrá un grano en la Legislatura. Brillante parlamentario, muy tranquilo y de sibilina inteligencia, algunos piensan que el líder del PSC negocia a veces con excesiva facilidad, aunque nunca cuestionaron su autoridad al frente de un partido creado en 1978 mediante la fusión de las tres formaciones socialistas existentes en Cataluña al inicio de la transición, que siempre tuvo dos almas a caballo entre el catalanismo y el socialismo. Sus históricos líderes, unos partidarios de la identidad singular para Cataluña con tentaciones soberanistas, y otros de ideología socialdemócrata, corresponden también a este perfil entre los llamados «patricios» y los «obreristas».
Miquel Iceta Llorens nació en Barcelona, en el seno de una familia acomodada y pasó su infancia en una buena casa construida por su abuelo en Sant Just Desvern. Muy unido a su madre, a su hermana y a la «nana» que les cuidaba de niños, estudió Ciencias Químicas y Económicas, y se afilió al PSC en el año 1977 de la mano de Narcís Serra, un «patricio» como Joan Raventós, Pascual Maragall o Raimón Obiols, de auténtico «pedigrí» y linaje familiar catalán, frente a los «charnegos», con antepasados inmigrantes procedentes de una región de habla no catalana, tales como José Montilla, Celestino Corbacho, Pere Navarro o la fallecida Carme Chacón. Así, entró a formar parte de un partido asociado al PSOE, pero con autonomía propia, que Alfonso Guerra definió un día como «un eterno dolor de cabeza». El PSC ha estado desde sus albores fragmentado en esas dos almas, una más proclive a los nacionalistas, llegando a formar gobierno en un tripartido con Esquerra Republicana e Iniciativa per Cataluña-Verds, y el clan de los «capitanes» del Baix Llobregat con un enorme poder municipal y el área metropolitana de Barcelona. Tradicionalmente, los socialistas catalanes ocuparon la Alcaldía de la Ciudad Condal con los emblemáticos Narcís Serra, Pascual Maragall y Jordi Hereu.
Iceta fue concejal en el Ayuntamiento de Cornellá de Llobregat, pero pronto su amigo Narcís Serra, entonces vicepresidente del Gobierno con Felipe González, le nombró Director de Análisis y Subdirector del Gabinete de la Presidencia. En Moncloa hizo tándem con otro catalán, Lluis Reverter, y ambos tejieron un entramado de poder influyente siempre en nexo con Cataluña. Desde aquellos tiempos, Iceta ejerció de hombre puente entre Madrid y Barcelona con Felipe, Zapatero y ahora con Pedro Sánchez. Dialogante, chispeante y divertido, aún se recuerda su famoso baile durante la última campaña electoral catalana junto a Sánchez. Allí, no tuvo reparos en subir a la palestra y cantar el Don,t stop me Now de Queeen. Tampoco se escondió al proclamar públicamente su homosexualidad, junto a su también amigo gay ya fallecido, Pedro Zerolo. Aquel día pronunció su célebre frase: «Hoy salgo del armario y los armarios están para quemarlos». Admirador de Whitney Houston, Bruce Springsnteen y Juan Manuel Serrat, pero a la vez de Rocío Jurado a la que una noche aplaudió a rabiar en Sabadell, él mismo lo confiesa sin rubor: «A mí me va la marcha».
En su constante labor de puente con Madrid fue propuesto por el PSC como presidente del Senado en 2019, pero los grupos independentistas del Parlament bloquearon su designación como senador al entender que esta no había sido consensuada y ratificada por el Pleno de la Cámara catalana. Aquello le enfureció, pues el cargo le hacía ilusión tras haber sido candidato dos veces, sin éxito, a la presidencia de La Generalitat. Ahora renuncia a serlo de nuevo y apoya a su mano derecha, Salvador Illa, en una apuesta arriesgada del propio Pedro Sánchez. Un ministro abrasado por la pandemia, pero a quien las encuestas otorgan buena valoración. Pese a colgar con ochenta mil muertos a sus espaldas y una nefasta gestión, en el PSC consideran que es un buen candidato y un revulsivo para el voto no independentista. Además, ha boicoteado a la Comunidad de Madrid y eso, en opinión de los socialistas catalanes, es un activo. «Meterse con Madrid aquí vende», dicen algunos.
Vive en el Eixample y mantiene una relación muy discreta con su pareja de hace diez años, un trabajador del sector de la comunicación con quien se le ve hacer algunas compras por las calles de Aragó y Casanova. Apasionado de los gatos, conocida es su imagen con la mochila al hombro y confiesa le gustaría perderse por las cordilleras del Tibet y Nepal. De su vuelta a Madrid como ministro de Pedro Sánchez no quiere opinar y, de momento, se limita a apoya a su amigo Salvador Illa. Con sondeos favorables, el PSC aparece hoy como la gran incógnita de futuras alianzas tras el 14-F, pero Iceta reitera que solo pactarán con quienes apuesten por una solución acordada y nunca «con quienes nos han llevado al abismo». Piensa que ahora los socialistas catalanes «quieren coser un mundo que los separatistas han dividido». Y añade que en estas elecciones «no se vota ideología, sino estabilidad frente al precipicio».
En la receta de Miquel Iceta y su nuevo candidato Salvador Illa caben quienes cumplan la ley y trabajen por más autogobierno y financiación para Cataluña. Ya veremos.
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