Opinión
Cartas desde Singapur: Mr. Wonderful
“Al final todos seremos felices y si no lo somos es que no es el final”. Cuando te adentras en el mar, hay una fuerza que te devuelve a la orilla y aleja del horizonte. La felicidad es esa ola que nos retiene en la casilla de salida. Huye sin dejar sus cartas. Nos lamentamos. ¿Y ahora qué?
La industria Mr. Wonderful ha erosionado el concepto del bienestar hasta convertirlo en una palabra carente de significado. La felicidad no es otra cosa que un estado de calma, comodidad, y sentirse bien en el momento. En cuanto se ha convertido en nuestro propósito, hemos llenado nuestras almas de lágrimas de escarcha, del humo de un cigarro que se escapa entre los dientes de la toxicidad.
La confusión entre los términos felicidad y propósito nos condena al vacío existencial. Necesitamos, pues, esa dopamina que nos devuelva a un estado ilusorio de propósito. Son los cimientos de un reino de placer individual que nos lleva de terapia en terapia. Nos impide ver que no somos más que muñecos de futbolín atrapados en un diminuto campo de fútbol con movimientos determinados por la muñeca de otros. La tranquilidad nunca será nuestra.
Si me preguntan, no creo que estemos diseñados para ser felices. Es una droga más que el consumismo ha modelado para que la gente quede atrapada en la digestión de la flor de loto. Cuando padecemos el síndrome de abstinencia, nos abraza el vacío. Todo está lejos. Culpamos a las circunstancias. Nadie nos entiende. Forzamos sonrisas que obnubilan nuestros sentimientos. Reprimimos el alma y sus verdaderas pasiones. Nos hacen pensar que tenemos que mirar por nosotros, empoderarnos, y no es así. Es una receta caducada. ¿Cómo luchar, pues, por la liberación del yugo del carpe diem? La respuesta está en entender la diferencia entre la felicidad y el propósito.
La felicidad es un sentimiento de placer o comodidad transitorio; dura lo que una bocanada de aire al romper la superficie de una ola que nos ha avasallado. El propósito implica pertenencia, servir a otros con nuestras habilidades, trascender y sentir el peso de la sociedad que libera. Conectar con una realidad superior. Escribir nuestra historia. Una historia común que nos permite llegar a la isla de Ítaca convertidos en nosotros, no sin antes haber disfrutado de los tesoros del camino. Meandros llenos de felicidad y ámbar, así como de decepciones, aprendizajes, corazones rotos, inseguridades y rubíes. La felicidad es mero combustible. Puro óxido nitroso. Si carecemos de propósito, nos encadenamos a ella y deambulamos rendidos por no ser igual de felices que nuestros ídolos de Instagram, nuestros falsos dioses. El propósito alimenta el alma como el mar a un pez que nada dentro.
El problema aparece cuando llega un líder o lideresa con una receta mágica que canaliza nuestra frustración y nos victimiza. Abrazamos ese grupo que se nos acaba de presentar como solución y hacemos tábula rasa. Nos desacomplejamos sumidos en el colectivo. Además, ese líder alimenta las papilas gustativas de la moral. De repente, esa injusticia que sentíamos, frustrados por las oportunidades que la vida nos ha arrebatado, nos sabe amarga. El sentido de pertenencia mal entendido nos conduce en volandas a un futuro incierto. Un futuro dentro de un sistema inercial que nos hace excluir a quienes intentan resquebrajar el idilio. “Nuestra vida ahora tiene sentido”. “No te atrevas a arrebatármelo”. “Eres ciego por no verlo”. Así surgen los regímenes totalitarios. El nacionalismo que se adueña de banderas. El nacionalismo fanático que se alimenta del deseo de trascendencia del ser humano.
Pero no tiene por qué ser así. Hemos de tener la frialdad para no confundir nuestro propósito con el de un megalómano o megalómana que nos utiliza para satisfacer su ego. Por eso hemos de conocer la historia, para no abrir cuando el fanatismo llame a nuestra puerta. Una vez estás dentro, no es fácil verlo; porque, de repente, todo cobra sentido. Dejamos de ser débiles. Por eso la industria de la felicidad no es más que un lobo feroz que se alimenta de nuestras inseguridades e impulsos de animal social.
No digo que sea cuestión menor el conseguirlo. Para espantar el monstruo extremista hemos de estar abiertos a discutir nuestras ideas. Debemos estar dispuestos a escuchar a gente que opine diferente. El sentido y significado de la vida viene de servir a algo más grande que uno mismo. Sentirás la epifanía. El propósito sacará lo mejor de ti. Te hará resistente.
Deshazte de tu taza de desayuno carpe diem y busca tu sentido lejos de la felicidad. Examina las tradiciones, encuentra tu sitio en la sociedad ¿Qué puedes aportar para hacer de ella un equipo mejor? Encuentra tu papel lejos de los espejos cóncavos del callejón del gato. Ignora los cantos de sirena. El propósito reside en ti.
P.D: España, te echo de menos.
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