Anna y Olivia

El ancla del barco: la pista que permitió llegar a Olivia

Los investigadores buscaban detectar en el fondo marino, oscuro y abrupto, los elementos metálicos con los que Tomás podía haber lastrado los cadáveres de sus hijas

Era el peor de los desenlaces posibles pero quedémonos con el «milagro»: la encontraron. El terrible hallazgo del cadáver de Olivia, la mayor de las hermanas desaparecidas el 27 de abril junto a su padre, trunca los deseos de su progenitor y asesino, que no era otro que torturar a la madre de las criaturas impidiéndole saber qué fue de sus hijas, alargando hasta el infinito su sufrimiento. Porque lo que tienen claro los investigadores es que la intención de Tomás Gimeno era que los cuerpos de sus hijas nunca aparecieran. Por eso las tiró al fondo del mar en un punto donde sabía que era prácticamente imposible que las encontraran. Él, que practicaba pesca submarina y era conocedor de las profundidades de la costa tinerfeña, eligió bien el lugar: a tres millas naúticas (5,5 kilómetros) de la costa este, donde la profundidad ronda los mil metros de profundidad. Allí arrojó los cadáveres de sus hijas Olivia y Anna el pasado 27 de abril, en algún momento entre las 21:30 y las 23:00 horas.

La casa: escenario del crimen

Aquel día fue a buscar a Anna a casa de su ex pareja, Beatriz Zimmermann, con quien había mantenido 17 años de relación que habían terminado precisamente durante el embarazo de Anna. Bea, harta de las infidelidades de Tomás, decidió que era hora de separarse de él. Luego trató de rehacer su vida sentimental con un hombre mayor que ella, un empresario belga de 60 años, e «hirió» el orgullo del machista de libro que era «Tomy», que incluso se atrevió a agredir a este hombre el pasado verano en el aparcamiento de una cafetería. Había comentado a su entorno que no soportaba que «un viejo» fuese a criar a sus hijas, a pesar de que él podía verlas cuando quisiera, ya que no tenían acordado ningún régimen de visitas para que tuviera la libertad de disfrutar de ellas siempre que le apeteciera. Y aquel 27 de abril parecía uno de esos días. Tras recoger al bebé fue a buscar a Olivia al colegio y pasaron la tarde en casa de los padres de Gimeno. Salieron a eso de las 19:30 horas y se dirigieron a su casa de Candelaria, donde los vecinos les escucharon.

Fue allí donde los investigadores creen que acabó con la vida de las niñas. La casa y la finca, así como el coche y la embarcación de Gimeno fueron examinadas a conciencia y nunca se encontraron restos biológicos que permitieran inferir que la escena había sido violenta.

Sedación y asfixia

Así, a falta de los resultados de la autopsia del cuerpo de Olivia, los investigadores creen que pudo sedarlas para posteriormente asfixiarlas. En la vivienda encontraron relajantes musculares muy potentes (él había tenido una lesión reciente en las costillas) y consideran que pudo suministrar una cantidad suficiente a las niñas como para dormirlas. Una vez que acabó con la vida de las pequeñas, las introdujo en sendos petates o bolsas de deporte grandes, y las metió al maletero de su Audi blanco con otros enseres. A las 21:00 horas recibió la primera llamada de Beatriz y él desvió la atención diciéndole que iba a ir a cenar con las niñas. Acababa de matar a sus hijas pero reaccionó con tanta naturalidad que Bea, que le conocía desde los 15 años, no dudó de él. A eso de las 21:30 horas las cámaras del puerto de Santa Cruz le graban llegando con su coche al pantalán donde tenía amarrada su embarcación de recreo.

Seis maletas

Abre el maletero y da tres viajes a la barca para cargarla con seis bultos. En cuanto vieron esas imágenes, los investigadores tuvieron claro que ahí dentro iban las niñas. Gimeno sale de puerto, llega hasta el punto donde fue encontrada Olivia, y las tira por la borda. Había amarrado los dos petates con cinta americana (se encontraron restos en la barca) y el ancla de la embarcación para lastrarlas. Después regresó a puerto sobre las 23:00 horas: la Guardia Civil le paró porque se había saltado el toque de queda y registraron su barca sospechando temas de narcotráfico pero allí no había nada. Tomás salió a comprar un cargador de móvil, cargó su teléfono y volvió a zarpar sobre la medianoche. Ya en el mar, él solo, volvió a hablar con Beatriz: le dijo que no volvería a ver a las niñas pero que no se preocupara porque él las iba a cuidar. Poco después se tiró también él al mar.

El buque del Instituto Español de Oceanografía (IEO) Ángeles Alvariño sigue rastreando con un sonar el fondo marino
El buque del Instituto Español de Oceanografía (IEO) Ángeles Alvariño sigue rastreando con un sonar el fondo marinoMiguel BarretoEFE

Centrar el último lugar

Para la investigación fue crucial esa llamada de teléfono porque, aunque era un área muy extensa, permitió a los agentes del Grupo de Apoyo Técnico Operativo (GATO) de la UCO centrar el lugar donde estuvo por última vez, unido al punto donde dos días más tarde se encontró a la deriva su barca y el maxi cosi de Anna. Ahí comenzaron a buscar pero hasta que un mes más tarde no llegó el buque del Instituto Español de Oceanografía Ángeles Alvariño tras la autorización de la titular del Juzgado de Instrucción número 3 de Güímar, que lleva la causa, no pudieron empezar a mirar en el fondo del mar. Para entonces la angustia de Bea ya era inabarcable, aunque ella siempre se mostró optimista y creía que todo era un «teatro» de Tomás porque en realidad él se había fugado. Justo el día que el buque se iba a ir, tras varios días de infructuosa búsqueda, se hizo la luz: habían encontrado una botella de buceo y una funda nórdica de Tomás. Tenían que estar cerca.

Cinturón de plomos

Los trabajos eran muy complejos, no solo por lo abrupto del terreno y la escasa visibilidad. Confiaban en encontrar lastres metálicos que pudieran ser detectados y los investigadores tenían claro que debía ser un cinturón de plomos, la propia botella y el ancla del barco, ya que lo echaron en falta desde el primer momento. Y la tarde del jueves lo encontraron: lastraba dos bolsas, una vacía, otra con el cuerpo de Olivia, que fue trasladada al Anatómico Forense sobre las 18:00 horas del jueves. Mientras la autopsia determina cómo murió, el buque seguía, al cierre de esta edición buscando a Anna y a Tomás, que podría estar lastrado con el cinturón de plomos.