Juan Carlos Campo
El ministro de los indultos: su madera de juez se ha tambaleado
Tras aceptar el cargo, algunos de sus compañeros le mandaron un mensaje: «Hoy ganamos un ministro, pero perdemos un buen juez».
Ha sido el ministro de los indultos, el encargado de dar forma jurídica a la medida de gracia de los líderes independentistas del procés. Del ministro de Justicia, Juan Carlos Campo Moreno, todo el mundo destaca su gran mesura y talente moderado, y tal vez por ello ha capeado con sosiego todo este polvorín político, un auténtico «campo de minas», como en símil con su propio apellido reconocen en su equipo y otros compañeros del Gobierno. Primero presento la polémica decisión en el Congreso con naturalidad, aseguró que resuelve un problema subyacente y proclamó que «el indulto no es un olvido, sino un perdón para construir un futuro mejor». El titular de Justicia, un magistrado de profesión respetado en la carrera, hace suya la apuesta valiente del presidente Pedro Sánchez en pro de la convivencia, la concordia, y evoca el lema que le trasladó el profesor de su tesis doctoral en Derecho, Juan del Río, en la Universidad de Cádiz: «Con honor, cordialidad y mesura». Una buena mezcla bajo el incendio institucional y político que rodea el asunto.
En su vida personal, Juan Carlos Campo Moreno vive ahora una segunda juventud. Cuando era portavoz de justicia en el Congreso conoció a la actual presidenta de la Cámara Baja, Meritxell Batet, y formalizaron una relación de pareja. Él estaba separado de la letrada gaditana Susana Jiménez Laz y ella del ex secretario de Estado de Estado de Cultura con el gobierno del PP, José María Lasalle. Ambos son padres de dos hijas, las del ministro mayores en edad que las mellizas de Batet. Dicen en su entorno que tuvieron un flechazo y comenzaron una relación muy sólida y discreta. De hecho, aquel sábado 11 de enero de 2020 cuando Pedro Sánchez le llamó personalmente para comunicarle que iba a ser el nuevo ministro de Justicia, en sustitución de Dolores Delgado, la pareja pasaba el fin de semana en una casita de la sierra madrileña. A Campo no le sorprendió del todo la noticia pues había tenido una buena relación con Sánchez en su etapa de parlamentario en las Comisiones de Interior, Constitucional y Justicia en la Cámara Baja. Tras aceptar el cargo, algunos de sus compañeros andaluces le mandaron un mensaje: «Hoy ganamos un ministro, pero perdemos un buen juez».
Nacido en Sevilla, tercero de cinco hermanos, en una familia de juristas, su padre ya fallecido, a quien adoraba, fue un abogado muy conocido en la localidad hispalense de Osuna. Con nueve años, se trasladó a Cádiz, dónde forjó toda su carrera profesional. «Soy un gaditano renacido», repite siempre el ministro. Allí se doctoró en Derecho y allí ejerció como magistrado en Jérez de la Frontera y Sanlúcar de Barrameda. Su pasión por Cádiz no tiene límites y así se le pudo ver junto a su pareja, Meritxell Batet, el pasado verano en las inmensas playas de Zahara de los Atunes, dónde hace años adquirió una casa. Las fotos de la pareja sin mascarilla, paseando por el litoral gaditano junto a los ex presidentes andaluces, Manuel Chaves y José Antonio Griñán, se publicaron a tope. No obstante, ambos llevan su relación con gran discreción y suelen acudir a sesiones de danza en el Teatro Real y el Auditorio Nacional de música madrileño con las mellizas de Batet, experta danzarina de «ballet» desde su infancia. También frecuentan algunos restaurantes de la sierra madrileña, dónde el ministro practica senderismo. Juan Carlos Campo es un deportista nato, apasionado del atletismo, la bicicleta y el surf en las playas gaditanas. Nunca se pierde el carnaval de esta tierra y dar largos paseos bajo los potentes vientos de la zona, Levante y Poniente.
Dentro de la carrera judicial, es un magistrado respetado y con buenas relaciones. Lo mismo se le ve un día almorzar con el presidente de la Sala Segunda del Tribunal Supremo, Manuel Marchena, ponente juzgador de los líderes del procés, que con el máximo responsable del Alto Tribunal y el CGPJ, Carlos Lesmes, o con el consejero de Justicia y Presidencia de la Comunidad de Madrid, Enrique López, su interlocutor para la renovación del Consejo General del Poder Judicial, todavía encallada. Hay quienes dicen que ahora ha pasado un mal trago con el asunto de los indultos y que su madera de juez se ha tambaleado. Otros, por el contrario, opinan que ha intentado hilar muy fino aunque hace días en el Congreso le traicionó la conciencia y reconoció en la sesión de control ante la oposición «no saber» si el resultado final sería del todo satisfactorio. Como buen jurista, sabe bien que el Derecho lo admite todo, pero sabe también que los límites entre la política y la justicia son espesos y enrevesados. «Si Puigdemont regresa a España será detenido y juzgado», dijo hace unos días. Pero ya veremos si las necesidades de Pedro Sánchez para mantenerse en La Moncloa y las profundas divergencia entre los socios del Govern, JuntsxCat y Esquerra Republicana condicionan el devenir político.
De momento, Juan Carlos Campo pretende no crispar demasiado el ambiente y planea este verano unas jornadas de amor, sol y playa con su pareja, Meritxell Batet, en su querida tierra de Zahara de los Atunes. Le apasionan las tortillitas de camarones, el atún rojo de almadraba y el «pescaito» frito de la bahía. Nadie sabe si en la próxima remodelación del gobierno que planea Pedro Sánchez seguirá al frente de Justicia o saldrá del Ejecutivo, pero hasta entonces lidiará este toro envenenado lo mejor que pueda. Y seguirá practicando esa mesura que le inculcaron en su tesis doctoral ante los exabruptos de otros ministros, como el Ábalos, contra las multas impuestas por el tribunal de cuentas a los líderes del procés. Se diría que como buen juez metido en política no gana para sustos.
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