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Historia

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Aquellos niños olvidados de la Quinta del Biberón

A lo largo de 115 días los españoles se mataron en el Ebro, donde fueron enviados a luchar por la República 30.000 menores de edad

Uno de los jóvenes voluntarios de la Guerra Civil española larazon

La batalla del Ebro fue el combate final que determinó de manera incuestionable la derrota del Frente Popular. Franco y su Estado Mayor, tras vencer en Teruel y en Alfambra y llegar al Mediterráneo por Vinaroz, en el Ebro sentenció una guerra que ya estaba perdida para socialistas, comunistas e independentistas catalanes.

Vicente Rojo se equivocó una vez más al cruzar el Ebro sentenciando a muerte el sueño imposible de una España bolchevizada del Frente Popular. A lo largo de 115 días de combate, entre el 25 julio y el 16 noviembre de 1938, los españoles se mataron en una gran batalla, la última de las reñidas en la larga lista de guerras civiles que habían asolado España a lo largo de su historia.

Arturo Pérez Reverte, en su novela «Línea de Fuego», ha puesto de actualidad y transmitido con acierto lo que fue el Ebro, un enfrentamiento que se saldo con más de quince mil muertos y sesenta mil heridos. Por su culpa, de forma literaria, para muchos lectores parece que la batalla ocurrió ayer.

Fue un enfrentamiento entre hermanos cuyos protagonistas más tristes fueron los jovencísimos soldados movilizados a la carrera por la República para evitar una derrota que era ya imparable. La tragedia de la batalla queda bien representada por los soldados que han pasado a la historia como «La Quinta del Biberón».

El Gobierno de Negrín, en la esperanza de que el estallido de la II Guerra Mundial salvase a su república, no tuvo ningún remordimiento en llamar a fila a viejos y a niños. La Quinta del Biberón, las levas de 1938 y 1939, arrastró al combate a 30.000 menores de edad, algunos con poco más de 14 años, que fueron enviados luchar y morir por la República en el último año de la guerra. Al verlos uniformados dicen que Federica Montseny afirmó: «¿Diecisiete años? Pero si todavía deben tomar el biberón». Muchos, muchísimos de ellos, cayeron en la batalla del Ebro.

Las autoridades catalanistas han decidido, a pesar de que los habitante de Tortosa, con buen criterio, en plebiscito, votaron a favor de la conservación del monumento, eliminar el conjunto escultórico levantado en recuerdo de aquellos que, «en uno y otro bando, dieron su vida por España». En el monumento se lee una dedicatoria: «A los combatientes que hallaron gloria en la Batalla del Ebro».

Con la retirada del monumento los soldados de ambos bandos van ser lanzados al olvido. Los políticos y las asociaciones memorialistas, que se pasan el día hablando de la guerra, haciendo negocios político y económico de un conflicto que ocurrió hace casi un siglo, así lo han decidido una vez más de espaldas a la sociedad.

No resulta extraño que sea la derecha independentistas catalana, la del Palau, la que impulsó la dictadura de Primo de Rivera, la que apoyó al general Martínez Anido para aniquilar a la CNT, la que viendo cómo marcha la guerra se pasó sin rubor al bando de Franco –ahí está la biografía de Cambó– sea la que con más decisión apoya la eliminación de todo vestigio del pasado, convencida de que quien reescribe el pasado va a controlar el futuro. Debemos recordar que la derecha independentista catalana es en realidad un partido de ultraderecha, reaccionario y racista que piensa que cuando sean independientes podrán meter a sus actuales socios en el redil. Lo mismo pensaban los industriales alemanes en relación a Hitler y sus camisas pardas. Piensan que retirando los viejos monumentos nadie se va a acordar de sus orígenes. ¡Qué error! Lo dicho, la biografía de Cambó sigue en las bibliotecas aunque ahora parece que nadie quiere leer «El último Cambó» de Borja de Riquer.

Portada del libro 'El último Cambó' de Borja de Riquerlarazon

Cambó se convirtió en un decidido franquista, al igual que la burguesía catalana que se pasó en masa al bando franquista, aunque de forma vergonzante, feliz de verse libre del rojerío, gracias, primero, a legionarios, regulares, falangistas y requetés, luego, a los «grises» y a la Guardia Civil, dispuestos a hacer caja con el proteccionismo que les regalaba el Régimen. España no había entrado en el Mercado Común y el mercado nacional estaba en gran medida a merced de los empresarios catalanes. ¡Eran otros y mejores tiempos! ¡Contra Franco se vivía mejor!

El alcalde Tierno Galván, gobernando en Madrid, sostuvo la acertada tesis de que las calles debían tener siempre el mismo nombre con que nacieron. Durante su mandato ni se quitaron placas si se quitaron estatuas. Espartero, el golpista Martínez Campos, Felipe III, el marque del Duero o Franco no fueron apeados de sus pedestales. Pero es que Tierno, Leguina, Tamames... eran otro tipo de personas. Por muchas estatuas y calles que hoy quieran quitar el pasado permanece con tozudez y regresa siempre.

Los poco soldados vivos que estuvieron en el Ebro, los niños de la quinta del biberón, ahora tendrían más de 90 años. Con la retirada del monumento de Tortosa ya nadie se acordará de ellos.

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