Crímenes sin resolver
Lisvette solo tenía cinco meses cuando murió su papá. Aún vivían en Santo Domingo y su madre, Jovanny Ramírez, logró recuperarse de la pérdida y rehízo su vida con otro hombre. Fue él el primero en cruzar el Atlántico y poco a poco fueron llegando el resto de la familia. Lisvette solo tenía 12 cuando pisó Madrid y le costó adaptarse: «Era muy tímida, al principio le costaba hasta saludar y se escondía detrás de mí». Siempre tuvo que estar más pendiente de ella porque, además, comía regular y tenían que darle vitaminas en el desayuno. Los fines de semana, para hacérselo más apetecible, se lo llevaba a la cama. Y así comenzó el último día que pasaron juntas en la vivienda familiar de Tetuán, donde hay una gran comunidad dominicana. Era 1 de noviembre de 2017, día de Todos los Santos y no lectivo, así que lo tomaron como un domingo. Lisvette se despertó sobre las 11 de la mañana y después de tomar ese desayuno se unió a las tareas de limpieza de la casa junto a su hermana mayor y su madre. A ella le tocó el baño y esa es la última imagen alegre que su madre tiene de ella: bailando y cantando una canción de Ozuna frente al espejo mientras le daba a la balleta. Después comieron sobre las 15:00 horas y se tumbaron cada una en un sofá. «A las 17:00 horas vino mi marido para salir a dar una vuelta pero ella decía que tenía sueño y quería quedarse en casa». A Jovanny no le extrañó porque la chica, de 16 años, ya se aburría con ellos.
Abrió la puerta a su asesino
Los mayores se fueron de casa sobre las 18:15 horas y poco después debió abrir la puerta a su asesino porque a las 19:00 horas, cuando llegó a casa el compañero de piso que vivía con la familia, Lisvette ya estaba muerta en su habitación, aunque no se dieron cuenta hasta dos horas más tarde. La puerta de la vivienda no estaba forzada, por lo que los investigadores creyeron desde el primer momento que la chica conocía a su asesino. Mientras, su madre, en casa de unos conocidos, se encontraba intranquila. «Sentí algo raro», recuerda estos días desde Santo Domingo, su ciudad natal. Esa intuición se reforzó cuando envió un WhastApp a la niña para ver qué quería de cenar y ésta no respondió. Al rato, la llamó y su móvil estaba desconectado. «Le dije a mi marido: me voy para casa. Él me decía: bueno, espera que ya vamos todos, pero yo ya no esperé a nadie». Cuando Jovanny abrió la puerta de su casa Lisvette no estaba en el sofá viendo la tele, ni en la cocina ni en el baño. Fue corriendo a su habitación y tampoco la vio pero sí se dio cuenta de que había una manta enrollada escondida detrás de la cama. La abrió y allí estaba su niña, ya sin vida, con sangre en la cabeza. Jovanny dice que entonces se volvió loca y comenzó a gritar. Cuando llegó su marido trató de dar los primeros auxilios a la niña, llamó a Emergencias y sacó a su mujer del cuarto para que no viera más a Lisvette así. A partir de ahí, la memoria de esta madre hace un fundido a negro. «Ya no recuerdo nada más: no oí ni las ambulancias, ni a la Policía, no recuerdo nada, solo los pies de los policías andando por mi casa, es la única imagen que tengo grabada».
No fue agredida sexualmente
Los facultativos de Emergencias solo pudieron confirmar el óbito de la menor y su cuerpo fue trasladado al Instituto Anatómico Forense de Madrid, donde le practicaron la autopsia que reveló la causa de la muerte: un fuerte golpe en la cabeza. Concretamente fue una «fractura atlo-axoidea con contusión tronco-encefálica que afectó a centros vitales superiores». No existían signos de lucha ni de defensa por parte de la víctima, según el informe de la autopsia, que destacaba la «intensidad y reiteración en la producción de las heridas, así como la fuerte sujección de la cabeza para producirlas», lo que ponía de relieve, a juicio del forense, «la clara intención de matar». Otro dato que resultó llamativo para los investigadores fue que en el cuerpo no se hallaron restos de semen ni ADN de ningún varón a pesar de que estaba desnudo. Al quedar descartado el móvil sexual ¿por qué mataron a Lisvette? Es la gran incógnita que aún rodea este caso.
El compañero de piso
La investigación policial comenzó esa misma noche y uno de los primeros sospechosos fue, lógicamente, el compañero de piso. El hombre aseguró no haber escuchado nada y pudieron comprobar su coartada: salió al comedor social San Juan Bautista, situado en la calle Bascones. Las cámaras de seguridad de «Tad Motor» le captan a las 17:03 horas yendo al lugar. Después regresó sobre las 19:00 horas y se metió en su cuarto sin saber que en la habitación de al lado estaba el cadáver de la niña de 16 años.
Sobre la cama de Lisvette había una funda de teléfono móvil y en la calle, a 80 metros de la vivienda, la tapa trasera del mismo con manchas que podían ser sangre. En un contenedor cogieron un sujetador y un pañuelo con el mismo tipo de manchas y, en un descampado cercano, la batería y el resto del terminal. De estas manchas se pudo extraer un perfil genético que fue cotejado con algunos de los sospechosos. También se extrajeron huellas palmares del espejo del armario de Lisvette y de un barrote de la litera.
Reconstruir su vida
Tras la recuperación del móvil de Lisvette y el análisis del mismo los investigadores lograron reconstruir gran parte de la vida de la adolescente: amistades, novietes y varios perfiles en redes sociales desde donde contactaba con gente que desconocía su círculo más cercano. Y si el compañero de piso fue uno de los primeros sospechosos, sus dos ex novios fueron los segundos en ser colocados bajo la lupa policial. Ambos fueron descartados porque se encontraban trabajando en el momento de los hechos y sus móviles no posicionaban en el lugar del crimen. Sí lo hacía el teléfono de un chico de por entonces 20 años: Francis Guzmán. Tras prestar declaración ante los investigadores el joven incurrió en varias contradicciones y conocer a la chica solo «de vista», a pesar de que habían hablado la noche antes. Tras encontrar un rosario de indicios que le acorralaban, el joven fue arrestado en marzo de 2018 (cuatro meses después del crimen) y juez decretó para él prisión provisional. La familia de Lisvette respiraba algo aliviada pero el consuelo les duró poco tiempo ya en junio de 2019 salió en libertad. El juzgado no apreciaba riesgo de fuga al considerar que el joven (que llevaba menos de un año en España cuando habría cometido el crimen) tenía suficiente arraigo en España.
La actual abogada de la familia de la víctima, Patricia Catalina López solicitó el pasado 13 de julio la prórroga de la instrucción del caso y la práctica de nuevas diligencias, como un careo entre los menores que habría colaborado con Francis. Mientras que la Fiscalía pedía el archivo de la causa para los menores, la letrada considera que juegan un papel esencial en el crimen: el móvil de dos de ellos posicionaba en el lugar, mintieron ante la Policía y formatearon sus teléfonos.
Advierten de su riesgo de fuga
La abogada de la familia ya ha advertido al juzgado de la «intención» del principal sospechoso de regresar a República Dominicana. Mientras, la madre de la víctima se muestra muy agradecida al trabajo policial pero muy descontenta con la Justicia española. «Cuando detuvieron a Francis pensé que se iba a hacer justicia pero al soltarle pensé ¿dónde queda mi esperanza como madre?» Para Jovanny no es solo el hecho de que la persona que la Policía considera que mató a su hija esté en la calle, es que se lo ha cruzado varias veces por el barrio. «Siempre me quedo en shock. La primera vez me lo dijeron: “mira, es ese” y me quedé pasmada. Él también me vio y se puso como nervioso». Lo peor para ella fue descubrir que era el sobrino de una conocida del barrio. «Me dejó de saludar y un día al encontrármela en el metro le dije “¿qué pasa, no me conoces?” Y ella me dijo que su sobrino no tuvo nada que ver». Jovanny supo después que Francis era muy amigo del hermano de la chica que comenzó a salir con el ex novio de Lisvette y sospechan que la animadversión hacia la víctima puede venir por ahí.