Jorge Vilches
Apocalipsis en Castilla y León
El rechazo al partido de Abascal responde al parámetro de: detener el populismo y el extremismo, que es una consigna de la Unión Europea que solo se aplica a la derecha, y, de paso, ganar el voto del centro.
Ha ocurrido.Primer ejemplo del tipo de liderazgo de Feijóo. Mañueco ha pactado con Vox, lo que el futuro jefe del PP desprecia tanto como Casado. Feijóo permitirá a los dirigentes territoriales autonomía para hacer alianzas y marcar su política, y él tendrá la suya para llegar a Moncloa.
Esta combinación tendrá una retórica complicada. Será muy difícil explicar, por ejemplo, el desprecio a la formación de Gobierno si PP y Vox consiguen sumar mayoría absoluta (o casi) porque el PSOE haya sacado un diputado más que los populares. Esto es lo que ha declarado Feijóo.
El principio de que gobierne el más votado habría impedido que Ayuso formara ejecutivo en 2019 con Cs porque en aquel entonces ganó el PSOE en Madrid. La disciplina a Génova habría impedido que el PP disfrutara del fenómeno Ayuso.
Otra de las consecuencias de ese desprecio será la necesidad de disimular el acuerdo entre PP y Vox en Castilla y León. Lo que no vale para el ámbito nacional no debería valer para uno regional. Este es el problema de configurar un partido como la agrupación de organizaciones regionales que se unen para una candidatura nacional basada en el centrismo tecnocrático, la gestión ordenada de lo público.
Mientras algunos dirigentes territoriales pactan con Vox, o lo harán, como Moreno Bonilla, el líder nacional lo rechaza. La pretensión de Feijóo es que ocurra en España lo que ya pasa en Galicia: que no existe Vox porque su gobierno demuestra una gestión eficaz. Frente a los populistas de derechas, el PP de Feijóo quiere presentar una administración eficaz como atractivo político.
El rechazo al partido de Abascal responde al parámetro de: detener el populismo y el extremismo, que es una consigna de la Unión Europea que solo se aplica a la derecha, y, de paso, ganar el voto del centro. El concepto “extrema derecha” se aplica a los que critican lo que se consideran avances de la democracia del siglo XXI: el feminismo de la nueva masculinidad, el ecologismo institucional, la permisividad con la inmigración ilegal, y la cesión de soberanía a la UE.
No obstante, si se echa un vistazo al acuerdo de Gobierno entre Mañueco y García Gallardo no parece que venga el apocalipsis fascista. Es lógico que la izquierda y los nacionalistas se exciten con la entrada de Vox en un Ejecutivo porque sirve para exaltar las emociones movilizadoras de los suyos. Choca más verlo en el otro partido de la derecha, el PP.
El acuerdo respeta la Constitución y el Estado de las autonomías, asunto que no se puede decir del PSC, por ejemplo, que aboga por una federación y un referéndum sobre la República. Esto sucedió en el 40 Congreso del PSOE en octubre de 2021.
Tampoco se van a derogar las leyes de memoria histórica ni la de violencia de género, sino ampliarlas. No se niega el maltrato a las mujeres, sino que se reconoce y se extiende a otros miembros de la familia. No parece muy “fascista” ampliar la protección de los derechos. Quizá lo que duela sea negar que la sociedad está compuesta de dos colectivos, uno de hombres y otro de mujeres, y empezar a hablar de delitos contra las personas con independencia del género.
En cuanto a la inmigración, el acuerdo no contempla violar las leyes nacionales, como si hace el Gobierno catalán en materia educativa o, digamos, dando un golpe de Estado como en 2017. Castilla y León no va a declarar la República de los ocho segundos. Mañueco, que sabe que no sería indultado por Sánchez, no tiene la intención de huir en un maletero.
No habrá apocalipsis fascista en Castilla y León. Dentro de unos meses la vida seguirá igual o mejor, como en Andalucía. Por cierto, Moreno Bonilla será el próximo en entenderse con Vox si quiere gobernar. Es probable que entonces Feijóo matice su discurso.
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