Iñaki Zaragüeta
El avance de la IA (inteligencia artificial) asusta
He leído con atención y, a la vez, con sorpresa y temor la noticia de que Google había suspendido de empleo y sueldo a un ingeniero, Blake Lemoine, por haber revelado a The Washington Post que la compañía había conseguido, en el marco de la Inteligencia Artificial (IA), tener conversaciones de cierta profundidad con ella. Más allá de los efectos que pudiera tener descubrir secretos de la multinacional, me invadió la preocupación sobre hasta dónde serán capaces de llegar la ciencia y la tecnología.
Por más desarrollada que esté la IA, no cabía esperar que esta creación humana pueda a llegar a tener los sentimientos de una persona. Me refiero a la solidaridad, a la bondad, al amor, a la alegría, a la tristeza, la ira… No lo creía hasta que he conocido las declaraciones del ingeniero citado en las que refiere diálogos inimaginables en una máquina, que inducen a que llegue a ser posible. Aunque las afirmaciones han sido desmentidas por Google, me han sembrado la duda sobre su veracidad y si no será Google la interesada por esconder todavía sus progresos.
En cualquier caso, la probabilidad de verosimilitud abre unas expectativas inquietantes si un invento como ese pudiera suplir en toda su dimensión a las personas. En ese caso, aún tendría más sentido la «Canela Fina» que el maestro de periodistas, Luis María Anson, escribió hace unas semanas en este mismo periódico sobre un escrito de Pablo Pardo «la lucha de las grandes potencias por el control del 5G significa hacerse con el poder político, estratégico y económico del mundo». La III Guerra Mundial no es la de las armas nucleares, sino la del dominio digital.
Hoy por hoy, deseo que la sustitución de las personas, en lo material, anímico y espiritual sea inalcanzable para quienes se dedican a todo lo contrario. Así es la vida.
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