Sabino Méndez

La economía, como siempre

No sirven las excusas. No se soportan las retóricas

Un político puede tener suerte, puede tener carisma, don del oportunismo o incluso una audacia que roce la irresponsabilidad. Cualquiera de esas facetas puede cambiar la trayectoria profesional de toda una vida, pero sirven de poco cuando la economía se pone en contra. O cuando el político se pone en contra de ella, que es aún peor.

Cuando eso sucede, no sirven de nada las representaciones falsas, los golpes de efecto parlamentarios ni las teatralizaciones excesivas de declaraciones. El hecho ineluctable es que llega final de mes y los contribuyentes ven claramente el estado de sus bolsillos. Ahí es cuando la ideología, por fuerte que sea, empieza a ceder importancia en el imaginario colectivo y un difuso sentimiento de cambiar, de invertir las tendencias, de sacudir el tablero por ver si se modifica la dirección de esas dinámicas, empieza a flotar sobre las poblaciones votantes. Los más viejos lo hemos visto en sucesivas crisis. Es un momento terrible para el político con mando en plaza. Parece como si, hiciera lo que hiciera, se hubiera agotado su porción de suerte o energía para desviar el curso de los acontecimientos.

Los grandes estadistas, con la sabiduría de realismo fatalista que les caracteriza, saben entonces que si no pueden convencer al público de que sus estrategias son las adecuadas para salvar la situación (cosa harto improbable) al menos deben mostrar de una manera convincente al público que tienen sólidas razones para argumentarlas. Parece difícil que el gobierno actual pueda hacer ese ejercicio de asertividad, viendo la situación en la que le está dejando la cuestión económica que cada vez se le pone más cuesta arriba. No se trata ahora tanto de dilucidar si la intención gubernamental era o no mentir sobre cómo estaban las cosas y lo que se nos venía encima; sino de destacar que, dado que en ningún momento de los dos últimos años han puesto empeño alguno en ser precisos, lo que sucede ahora es que han corrido versiones falsas de casi todas las cosas. Ahora ya no sirven las excusas. La economía no soporta bien retóricas y refinamientos: hay que hacer lo que hacen los demás.

La economía es la realidad. Cuando caen sobre nosotros las crisis, los gobiernos de izquierdas terminan practicando políticas contrarias a sus propios programas sin resistirse demasiado, cosa que raramente les pasa a los gobiernos conservadores. A medida que avanza en cuestiones económicas adversas, al ser humano le sucede algo parecido a lo que le pasa al avanzar en edad: pierde en gran parte su disposición a admirar y dejarse impresionar y lo sustituye por algo más prosaico pero mejor; el criterio para estimar las cosas en su justo valor.

Ahora este gobierno que se mantenía con dudosos equilibrios y componendas entre socios se encuentra rodeado por todos los flancos por una tesitura económica muy complicada y desfavorable: inflación desatada, precios fuera de control, detención del crecimiento previsto y encarecimiento del precio del dinero. Solo existen dos tipos de saber para solucionar ese tipo de conflictos: o se conoce la materia a tratar, o se busca dónde encontrar información sobre ella. Va a ser muy difícil distraer nuevamente a la población con golpes de efecto. Habrá que tomar medidas; es decir, gobernar. Si la única solución del gobierno frente al progresivo ennegrecimiento del panorama económico va a ser, como hasta ahora, muy similar a la de quien reparte el pan en una ciudad sitiada, solo se conseguirá que cada uno reciba un mendrugo pero que nadie pueda comer como es debido. Lo urgente es romper ese cerco que nos está imponiendo la economía. Lo que ahora quiere la población no es infatuaciones de mostrarse enérgico, sino que no se sea débil verdaderamente. Tampoco golpes súbitos de jugador rápido, sino sólidas iniciativas que avancen sin estancarse. Cabe preguntarse si el perfil del gobierno que tenemos ahora sirve precisamente para esas lides.