Opinión

De entrada, ja

“A ver si va a resultar que todo el asunto de la OTAN y el militarismo no va a ser, a fin de cuentas, nada más que un simple posado de verano de la izquierda”

Ifema Madrid, sede de la cumbre de la OTAN 2022 celebrada en Madrid IFEMA MADRID 01/07/2022
Ifema Madrid, sede de la cumbre de la OTAN 2022 celebrada en Madrid IFEMA MADRID 01/07/2022IFEMA MADRIDIFEMA MADRID

¿Por qué la izquierda es tan pacata en nuestro país para temas de militarismo y uso de la fuerza? Podríamos pensar que busca una mejora moral que apartara al ser humano de la violencia como resto de su agresividad animal. Pero lo cierto es que, si la bondad antiviolenta fuera algo propio del pensamiento de izquierdas, resultarían entonces absolutamente inexplicables los violentísimos grupúsculos de izquierda que en todas las épocas se han dedicado a la delirante tarea de matar y torturar personas solo porque esos grupúsculos estaban muy enfadados ideológicamente con el prójimo. Parece como si a algunos tipos de izquierda no les molestase tanto el uso de la fuerza para ejercer dominio y abuso sobre otros, como que esa fuerza estuviera organizada. Da la impresión de que el uso correcto de la fuerza tuviera que ser para ellos algo espontáneo y desorganizado.

Aspirar a la mejora moral –que es algo que seguramente está muy bien y de mucho mérito– comporta también siempre el peligro de la superioridad moral. Es cosa muy delicada caer en ese supremacismo de pretender poseer un caudal de bondad superior al del vecino. Más complicada aún cuando nos veamos obligados a reconocer, además, que no hay dos caudales de bondad iguales, con lo cual siempre ciertamente unos serán mayores que otros. Pero a ver quien es el guapo que se atreve a hacer la medición, la clasificación objetiva, saliendo indemne del intento.

Nuestra izquierda, la izquierda española, desde luego nunca consigue salir intacta de ese atolladero. Cada vez que se adentra en esos complicados jardines termina rota, contradiciéndose, reprochándose cosas mutuamente unos integrantes a otros y descalificándose entre ellos. La izquierda podemita (la que gusta de vestirse de jipi de fin de semana, para entendernos) siempre esgrime el argumento antes citado de la fraternidad, la concordia, la no violencia y el supremacismo moral. La verdad es que yo, si me atreviera a ponerme tan estupendo pensando en cosas tan importantes e inasibles, probablemente opinaría como ellos pero, desgraciadamente, no me ha quedado más remedio que vivir en el mundo real. En este mundo, la gente también dice parlamentos estupendos, llenos de frases y proyectos envidiables pero, luego, llega el misil de Putin y nos cae en la cocorota.

Cuando a la izquierda le toca gobernar se encuentra con esa evidencia de un mundo real ya no reducido únicamente a una serie de eslóganes meramente fraseológicos. Y entonces, para explicar sus decisiones, tiene que ser capaz de afirmar una cosa, pero también ser capaz de sostener la contraria.

Los melindres que hace la parte del gobierno más buenista resultan cómicos, puede decirse que casi narcisistas. Los aspavientos que hace la parte que se quiere eficiente, decisoria, gobernante, son también un poco patéticos porque al fin y al cabo lo que coloca sobre el tapete con sus actos es que el proyecto de esa izquierda que han defendido durante años, llevado hasta sus últimas consecuencias, siempre ha sido y será imposible. Lo visualizan poniéndose traje, adoptando por un rato los modos de los conservadores y hasta (uno se atrevería a sospechar) que tiñéndose de blanco las sienes.

Al final, a ver si va a resultar que todo el asunto de la OTAN y el militarismo no va a ser, a fin de cuentas, nada más que un simple posado de verano de la izquierda. Unos quieren posar de buenos. Otros quieren posar de estadistas. Nadie quiere renunciar a su pose porque les funciona con ella de cara a sus votantes. Pero, a cambio, el resto de los españoles asistimos como testigos a unas peleas enojosas que paralizan la labor de gobierno.

Y, lo que es peor, a que la música de fondo de esas peleas sean estribillos tan ambiguos como aquel «de entrada, no» de hace años. Hoy en día ya sabemos que cuando alguien dice eso, está queriéndote decir «luego te lo hago».