Alberto Núñez Feijóo

Contra el olvido. En memoria de Miguel Ángel Blanco

Los demócratas tenemos el derecho y el deber de alzar la palabra contra cualquier intento de secuestrar la verdad que las víctimas construyeron con sus vidas

Parece increíble, pero hace ya veinticinco años del asesinato de Miguel Ángel. Un cuarto de siglo de aquellas jornadas que conmocionaron nuestro país, de aquellos días de impotencia y dolor que dieron paso al Espíritu de Ermua y que fueron el principio del cambio para siempre del destino de España y del País Vasco.

Porque el miserable asesinato de Miguel Ángel fue el inicio del fin de ETA. La demostración no solo de que el terror debía ser derrotado, sino de que la fuerza de una sociedad que había dicho Basta Ya iba a lograr vencerlo.

Hace veinticinco años, la España de las mujeres y los hombres de bien se unió, primero, en la rabia y el estupor, y luego, en el llanto y en la reacción. Ahora se une de nuevo, en estos días, en el recuerdo de unas fechas luctuosas en las que se puso de relieve lo mejor de nuestro país y la vileza de unos asesinos.

Todos los que, por nuestra edad, vivimos aquellos acontecimientos recordamos perfectamente dónde estábamos cuando sucedieron. Así como rememoramos lo que pasó, es fundamental evocar lo que supuso y que esa memoria llegue a todos los españoles, incluso a los que por su edad no lo vivieron. Debemos luchar contra el olvido.

Porque estos días no solo recordamos a un joven admirable. Debemos, además, reivindicar lo que representa, y Miguel Ángel representa la democracia. Es tiempo de hablar de memoria y de justicia.

Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que, una vez vencido el terror, todavía faltaba evitar que los derrotados impusiesen su falso relato.

Era una amenaza cierta y real, lo vemos cada vez que los herederos políticos de esos asesinos intentan convertirlos en héroes. Y lo vemos cada vez que pretenden reescribir la historia para hacernos ver que, en el fondo, tenían razones para matar.

Ahora también vemos que los herederos de aquel terrorismo, aún sin ni siquiera haberlo condenado, son los que pretenden dictar los términos de la memoria democrática. Cualquier ley redactada en estas condiciones, ni es memoria ni es democrática.

Frente a los testaferros de aquel régimen de terror, los demócratas que nos esforzamos por ser herederos de Miguel Ángel Blanco y su ejemplo debemos seguir defendiendo el Estado de Derecho y la memoria.

La maldad sin límites de los terroristas logró despertar ese hermoso sentimiento colectivo que llamamos Espíritu de Ermua. Fue una victoria no sólo política, judicial y policial, sino también moral y, pese a aquellos que quieren reescribir la historia, esta victoria perdurará. Porque si los terroristas no lograron dividirnos, no vamos a permitir que lo hagan sus herederos políticos.

Y, por eso, estos días vamos a reivindicar otra memoria muy distinta. Una memoria amplia, generosa, integradora. Una memoria, en definitiva, que siempre será la voz de todos aquellos que fueron silenciados por los asesinos.

Miguel Ángel Blanco y todas y cada una de las víctimas del terrorismo son héroes de la España democrática; por eso los demócratas tenemos el derecho y el deber de alzar la palabra contra cualquier intento de secuestrar la verdad que ellos construyeron con sus vidas.