Terrorismo

“Mandó ‘organisasión’”: la justificación de los etarras para explicar algunos atentados

Las acciones criminales, salvo que fueran contra uniformados, debían ser autorizadas por los jefes de la banda

El ex jefe de ETA Miguel Albisu, alias 'Mikel Antza', con gafas, se dirige a la sede de la Audiencia Nacional (AN) de Génova para declarar como imputado por el atentado contra Miguel Ángel Blanco.
El ex jefe de ETA Miguel Albisu, alias 'Mikel Antza', con gafas, se dirige a la sede de la Audiencia Nacional (AN) de Génova para declarar como imputado por el atentado contra Miguel Ángel Blanco.Ricardo RubioEuropa Press

“Mandó ‘organisasión’” (sic). Era la justificación que algunos etarras esgrimían ante las Fuerzas de Seguridad cuando se les preguntaba cómo habían participado en el asesinato de una persona que era conocida suya, de su misma cuadrilla y cuyas mujeres eran amigas de toda la vida. Alguien con el que podía mantener una amistad. O cuando se trataba de atentados de gran entidad.

Pesaban más las órdenes de la “dirección” de ETA que los sentimientos personales. La “organisasión” era, en definitiva, como la mafia, donde si se entraba era difícil salir y, una vez dentro, había que cumplir las instrucciones, que venían de arriba, a rajatabla, sin posible discusión.

Valga el recuerdo de estos sucedidos en un momento en el que (por razones difíciles de explicar) se pretende cuestionar que eran los jefes de ETA los que ordenaban determinados atentados, con nombres y apellidos, y que ninguna de las células de la banda se hubieran atrevido a cometer si no contaban con la previa autorización.

Salvo en el caso de los uniformados que, por su condición de “enemigos de Euskal Herria” (lo que incluía a sus familias), debían de ser exterminados, aunque siempre tenían la opción de marcharse, abandonar sus puestos, algo impensable.

Ahora que se pone en cuestión que la orden del secuestro y asesinato del concejal del PP de Ermua Miguel Ángel Blanco Garrido fue dada por los cabecillas que componían el “Zuba” (comité ejecutivo), convendría recordar la ponencia “Oldartzen”, aprobada en 1994 por Herri Batasuna (hoy reconvertida en Sortu) en la que, de forma cínica, se hablaba de «socializar el sufrimiento». ETA colocaba en la diana a la clase política. La primera víctima fue Gregorio Ordóñez. El portavoz del PP en el Ayuntamiento de San Sebastián fue asesinado el 23 de enero de 1995. Le siguieron muchos más, también del PP, socialistas, UPN...

En el caso del concejal de Ermua, que es el que os ocupa en estos días, no cabe ninguna duda de que fue ordenado por dichos cabecillas en venganza por el brillante rescate, protagonizado por la Guardia Civil, del funcionario de prisiones José Antonio Ortega Lara. En un momento en que va a ser sometida a “juicio” la Transición española, hasta 1983, se habla de prescripciones, como si los jefes de ETA fueran una casta intocable... y sus crímenes, aunque no haya sentencia que lo acredite, podrían ser encuadrados entre los de lesa humanidad. Lo que hicieron no tiene otro nombre, aunque haya que respetar las decisiones de la Justicia.

La banda terrorista era una organización jerarquizada que se manejaba por el centralismo democrático propio de los grupos marxistas-leninistas. Nunca se discuten las órdenes que vienen de los cabecillas ya que, por su mayor experiencia y conocimiento de causa, sus decisiones son siempre las más adecuadas para el mejor funcionamiento de la organización.

El secuestro y posterior asesinato de Miguel Ángel Blanco no era una acción terrorista cualquiera y fue dirigido en todo momento por la “dirección” de la banda. Un brillante y prolijo informe de la Guardia Civil así lo acredita sin que se puedan “peros” ya que la carga de pruebas que se aportan es abrumadora.

Poco se puede saber de lo que ocurrió en el seno del “comando Donosti” mientras mantuvieron secuestrado a Miguel Ángel Blanco durante 48 horas antes de asesinarlo. Si alguno de los tres tuvo algún gesto de duda (con el tiempo, uno de ellos, José Luis Geresta, “Oker”, se suicidó...¿por qué?), es posible que Javier García Gaztelu, “Txapote”, utilizara la fórmula tan manida: “mandó “organisasión””.

Cuando el 29 de marzo de 1992, en una brillante operación de la Comandancia de la Guardia Civil de Inchaurrondo, que mandaba el teniente coronel Galindo, fueron detenidos los tres miembros de la “dirección” de ETA, en el caserío “Xilocan de Bidart (Francia), “Pakito”, “Txelis” y “Fiti”, discutían los atentados que aquel año iba a cometer la banda para enturbiar los importantes acontecimientos que tendrían lugar en nuestro país: Juegos Olímpicos, Expo y Madrid Capital Europea de la Cultura. No eran acciones criminales cualquiera, ya que tendrían repercusión internacional. Por eso las debatían ellos, ya que las tenían que autorizar para que las células las llevaran a cabo.

Los tres cabecillas representaban a los “aparatos” “militar”, “logistico” y “político”, lo que demuestra que era necesario el concurso de los tres para la toma de las decisiones. No bastaba con que Múgica, jefe de los “comandos” dijera “adelante” si el “político” Álvarez Santacristiina (el Mikel Albisu, “Antza”) de aquel momento, no diera el “Ok”; y Arregui, el de las bombas y las armas, apoyara la estrategia.

Poner en duda estas cosas, cuestionables prescripciones aparte, es negar la realidad. Hay algo que nunca prescribe: el dolor de las víctimas y el deseo de que se haga justicia.