Toni Bolaño

Sin salsa y sin sorpresas

«La reunión ha ido bien, buen ambiente pero sin salsa», decía a la salida de la reunión de la mesa de diálogo uno de los presentes que prefiere el anonimato. Voces autorizadas, solo dos: Félix Bolaños y Laura Vilagrà, que hablan como títeres movidos por hilos de los maestros de la reunión: Pedro Sánchez y Pere Aragonés. Bolaños y Vilagrà han hecho bien su trabajo de escuderos y han sido eficientes como correveidiles de sus respectivos presidentes. En estos días, han hablado por teléfono, han elaborado documentos y se han pasado enmiendas. Cuando ellos cerraban el papel de turno, se lo pasaban al «jefe» para que diera el visto bueno.

Ese visto bueno llegó el martes hacía el mediodía y fue entonces cuando se convocó la Mesa de Diálogo. 1 hora y 45 minutos de cónclave sin salsa, porque estaba ya todo cocinado y la reunión era una «perfomance» para salir a decir que todo había ido muy bien. Seguramente para la oposición de Sánchez –PP y Vox– la reunión ha sido una genuflexión ante el independentismo y una rendición a los postulados de los que quieren romper España. España debe ser de muy buena pasta y con hechuras de calidad, porque llevan tanto tiempo algunos agoreros afirmando que España se rompe, y no se rompe, que o mienten, o las costuras son de categoría. Para la oposición de Aragonés, alias Junts per Catalunya, la reunión ha sido de pleitesía ante el Gobierno de España, una reunión de una autonomía y no ha sido un cara a cara de un país con otro.

Si dejamos al margen los consabidos aspavientos de España se rompe o España nos roba, según el prisma con el que se mire, la reunión no ha ido mal. Como en los malos guiones se sabía el final antes de que acabara y era final feliz, el único que se podían permitir PSOE y ERC, con el permiso de Yolanda Díaz. Bolaños y Vilagrà llevaban el texto que se iba a aprobar y no se admitían enmiendas. De hecho, ninguno de los presentes iba a presentar ninguna. Era el texto con el visto bueno de los líderes y todos los presentes sabían que allí estaban de atrezo. De hecho, se les deben haber hecho eternos los 150 minutos de reunión.

El documento final, sin embargo, cumple con los requisitos. Lo suficientemente ambiguo como para no meterse en jardines y parar los envites de los adversarios, lo suficientemente positivo para dar tiempo a PSOE y ERC ante las tribulaciones venideras, léase presupuestos o el «circo Borràs» –de la presidenta de la Cámara catalana, Laura Borràs, que mañana será cesada pero, ya les anuncio, con numerito de sainete– que hoy se presenta en el Parlament, lo suficientemente atrevido para marcar un camino de cohabitación y de recuperación de la confianza.

No es una estridencia el papel de marras, pero sí un manual de intenciones o, si me apuran, de instrucciones. Aragonés se ha vuelto a casa sin autodeterminación y sin amnistía, y Sánchez solo ha conseguido que el Govern de la Generalitat siga por el diálogo y por «cauces democráticos», quedando los presupuestos del 23 para mejor ocasión. La desjudicialización se debe concretar, porque hay que dar tiempo al tiempo, y algo más hilado el tema de la lengua.

Sánchez y Aragonés han superado sus particulares «match-ball» y han cogido aire. Habrá que ver si también impulso. Lo sabremos cuando se recuperen las sesiones parlamentarias en la Carrera de San Jerónimo, pero también en el Parque de la Ciutadella.

De momento, ha vuelto la confianza. La prueba del algodón sobre esta afirmación la tienen en que en el papel final, y a buen seguro tampoco en la reunión, no ha salido ni como broma el tema de Pegasus. Ni la Generalitat ha esgrimido el «Catalangate» ni La Moncloa se ha puesto a hacer aspavientos. A ambos les iba bien eso de «pelillos a la mar».