Opinión

Aquiles

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el acto de presentación del libro "El año de la pandemia", de Salvador Illa.
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, interviene en el acto de presentación del libro "El año de la pandemia", de Salvador Illa.Javier LópezAgencia EFE

El insulto, el reproche y la imposición son las armas de los cobardes, pero Pedro Sánchez no lo sabe. Tras ser invitado por el canciller Olaf Scholz al Consejo de Ministros alemán, Sánchez ya se veía como un héroe español e internacional. Pero no como un héroe al uso, de los que sólo se habla en el momento y con proyección corta, él se veía como un héroe mítico que pasaría a la historia. Una especia de Aquiles, en versión española, invencible e invulnerable a la vez que orgulloso y de mal carácter.

En esa nebulosa planetaria, creyéndose vencedor antes de la batalla, accede a un debate con Alberto Núñez Feijóo en el Senado. Había que desmontar al líder de la oposición del caballo ganador que vaticinan las encuestas electorales. Pero las circunstancias cambiaron, ni Francia ni Bruselas amparan las decisiones energéticas de Sánchez.

Se presentó al cara a cara sin argumentos ni propuestas, tal vez porque no las tiene y las que tiene sean un plagio de las de Feijóo. Utilizó el ataque y el insulto, una estrategia para la que no era el momento ni la ocasión cuando la inflación está por las nubes y la pobreza empieza a hacer estragos en la población, máxime cuando el insultado ofrecía diálogo, propuestas e incluso un pacto. Practicó durante cuarenta y siete minutos el ataque y el insulto con una frase, ¿es insolvencia o mala fe?, para intentar imponer su verdad: Feijóo no es tan bueno, Feijóo no vale para gobernar.

El insulto y el ataque hay que hacerlo con elegancia, sutileza y arte. Requisitos que el presidente carece ya que conllevan inteligencia y reacción rápida. El ex jugador y entrenador de fútbol americano, Don Shula, dijo que «el hombre superior se culpa a sí mismo. El hombre inferior culpa a los demás».