Antonio Martín Beaumont
El talante del líder del PP
En la sede de Génova 13 hay sosiego. No me refiero, por supuesto, a que no se trabaje, al revés, pero actualmente se hace de forma diferente. Como apunta Isabel Díaz Ayuso, el nuevo líder ha traído «tranquilidad, paz y serenidad». En la cuarta planta del cuartel general de los populares, el equipo del coordinador nacional, Elías Bendodo, atisba un mapa de España teñido de azul pepé en las elecciones municipales y autonómicas del 28 de mayo. La mano del hoy senador dirigió la campaña que llevó a Juanma Moreno a la mayoría absoluta hace unos meses en Andalucía. Palabras mayores. Ahora su tarea es otra: consiste en llevar directamente a Alberto Núñez Feijóo a La Moncloa.
«Los españoles están protagonizando un auténtico intercambio de votos», me dice un diputado del PP que ha salido encantado de la Interparlamentaria celebrada por sus siglas este fin de semana en Toledo. Solo el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) de José Félix Tezanos, que es la viva imagen de la desesperación en la que vive un sanchismo que necesita agarrarse a clavos ardiendo, niega esto. Pero la transferencia de las papeletas al Partido Popular promete ser muy honda el próximo año. Estamos en un escenario político similar a los estertores del zapaterismo en 2011, aunque ahora el foco del enfado social caiga sobre otro presidente socialista, Pedro Sánchez. Lógicamente, el ambiente al alza y la expectativa de disparar los resultados en las urnas hacen que en el principal partido de la oposición crezca la sensación de «estar enchufados». Incluso ven con cierta paciencia esa campaña de lapidación que han puesto en marcha los estrategas monclovitas contra Feijóo: «Ya hicieron lo mismo a Ayuso y la debacle del PSOE en Madrid fue estrepitosa», sale de las sentinas populares.
No llega a nueve meses lo que resta para que en toda España la gente dicte sentencia votando. Creo que muchísimos van a cargar su malestar por los tejemanejes de Sánchez sobre la cabeza de otros socialistas interpuestos. Es lo que hay. Alguna culpa habrán tenido por haber dicho siempre amén a los acuerdos vergonzantes de La Moncloa con Podemos, ERC y Bildu. Es muy complicado hacer ver a una persona en Castilla-La Mancha, por poner un ejemplo, que Emiliano García-Page es un moderado socialdemócrata, cuando se sube al escenario con un líder como Sánchez, a quien no le tiembla el pulso para excarcelar presos etarras porque necesita los votos de Arnaldo Otegi. O que ha indultado a quienes dieron un golpe de Estado en Cataluña y quiere hacer lo mismo con un ilustre compañero de formación política como José Antonio Griñán, que permitió desviar casi 700 millones de fondos públicos destinados a los parados para engrasar una maquinaria electoral cargada de amiguetes ideológicos.
La llegada del templado Feijóo a la planta noble genovesa ha logrado atraer a un gran número de nuevos seguidores. Más todavía: en este momento hay gente ideológicamente dispar y que jamás se había planteado apoyar «a la derecha» que, ante el errático rumbo del Gobierno, tanto en lo que a economía se refiere como a la ruptura institucional a la que aboca al país, está –digamos– de «oyente» para decidir si al final le da su apoyo al líder gallego. «Núñez Feijóo es otra cosa», se reconoce. Una de las grandes virtudes del mandatario del PP es que, por su propio carácter y sus modos, no molesta a la izquierda constitucionalista. ¿Transversalidad? Quizá. Estamos ante un líder capaz de cerrar la sempiterna brecha entre izquierda y derecha. Y no porque sea un resabiado indefinido. Es por su talante. Sánchez se subió a la tribuna del Senado para dar palos a Feijóo durante 47 minutos, mientras el jefe de la oposición, sin teatralidad, en un instante, consiguió que se viese a un presidente radicalizado por comer el terreno a Podemos y a él como un representante experimentado de centroderecha que, si gobierna, no va a ir contra nadie.
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