Antonio Martín Beaumont

Avaro Tío Gilito

El paso de Moreno, que ya había dado Isabel Díaz Ayuso, mostró la cara amable de arrimar el hombro político para aligerar las urgencias de la crisis

El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.
El secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.Fernando SánchezEuropa Press

El lunes 19 de septiembre supuso el punto de inflexión. Juanma Moreno anunció la supresión del impuesto de patrimonio en Andalucía y que deflactaría el tramo autonómico del IRPF para atenuar la dificilísima situación de las familias por la carestía de la vida. El Gobierno se incendió. «¡Y se ha venido hasta Madrid a lanzar su reclamo! ¡Encima, en Madrid!» El grito surgió del despacho de María Jesús Montero y retumbó en el Ministerio de Hacienda. Horas después, el ministro de Seguridad Social, José Luis Escrivá, solicitaba hasta recentralizar impuestos. Un desmadre, vamos.

El paso de Moreno, que ya había dado Isabel Díaz Ayuso, mostró la cara amable de arrimar el hombro político para aligerar las urgencias de la crisis. El resto de los líderes del PP, de Galicia a Murcia pasando por Castilla y León, están por convertir los impuestos en instrumento para afrontar las penalidades. La ofensiva, guiada por Alberto Núñez Feijóo, ha dejado a Pedro Sánchez con cara de avaro Tío Gilito amasando dinero de quienes no tienen ni para llegar a fin de mes. Además, sus barones, Ximo Puig y Guillermo Fernández Vara se han subido al carro popular haciendo añicos su discurso de pobres contra ricos. De ahí que en diez días se haya visto forzado a improvisar un paquete de medidas definido como «Frankenstein», porque mantiene al Gobierno alejado de la mayoría social pero lo acerca a la radicalidad del bloque de investidura.

El plan presentado acelera las conversaciones con Unidas Podemos para cerrar, posiblemente esta misma semana, el anteproyecto de ley de los Presupuestos para 2023. En paralelo, el golpe a las rentas altas y grandes fortunas (una enmienda a la bonificación planteada en comunidades que gobiernan los populares) alinea a Sánchez con sus compañeros de viaje. ERC y EH-Bildu, aliados prioritarios, presumen de haber «colocado» al presidente en la buena dirección. Ahora recogerán el máximo rédito electoral posible en las últimas cuentas públicas de la Legislatura. La Moncloa se consuela con haber recorrido un trecho para aprobar los Presupuestos «en tiempo y forma», o sea, en diciembre. Pírrica victoria.

Lo tremendo es que Sánchez sigue sin asumir la gravedad de la situación. Las antenas monclovitas están desenfocadas. Los acontecimientos atropellan al líder socialista, aunque se sienta cómodo tras los muros de su residencia oficial. Porque todo es ya distinto. A lo mejor no para el propio Sánchez, todavía, pero sí para los suyos en las estructuras territoriales del PSOE. Muchos se ven empaquetando sus pertenencias para dejar los despachos el próximo 28 de mayo. Socialistas de distintas federaciones andan como alma en pena. La incómoda sensación de fin de ciclo es un sinvivir. No faltan quienes piensan, incluidos los barones, que «el Presidente ya no es el mismo de los procesos electorales de 2019»: «Demasiados españoles no le quieren». Es muy profundo el roto social causado por la crisis. Y poca la sensibilidad mostrada desde un Gobierno empeñado en blindarse combinando ideología y marketing.

En épocas de bonanza, la propaganda y las series documentales con imágenes de Pedro y Begoña desayunando en su confortable palacio pueden hasta ser rentables en las urnas. Con un panorama como el actual, lo mejor que podría hacer La Moncloa es poner los pies en el suelo. El viento del cambio sopla a favor de Feijóo, que ha tomado la bandera de las rebajas fiscales para compensar a los españoles de a pie por una gestión gubernamental de espaldas a la calle. Feijóo y sus presidentes autonómicos marcan la agenda y el debate político. Sánchez y su equipo, mientras, son incapaces de dar esperanza. Se han dedicado a señalar enemigos como críos de primaria que gritan nerviosos el nombre del compañero para evitarse la reprimenda del profesor que les ha pillado. El Gobierno pensó a lomos de la economía arrinconar a los populares y la ha visto convertida en un bumerán para Sánchez.