Jorge Vilches
La ley trans y las urnas
Ahora Sánchez, sin más debate que su conciencia, empuja al PSOE a aprobar la llamada ley trans que borra la doctrina de un plumazo
Usted no conoce a Ángela Rodríguez, pero cobra 119.566 euros al año. Es secretaria de Estado de Igualdad y contra la Violencia de Género. Quizá le suene del viaje de recreo de Irene Montero y su cuchipanda a Estados Unidos que pagamos todos. Bien, pues nunca en su vida se verá en otra como esta y lo sabe. De hecho, declaró: «La gente como yo no está en un Gobierno, y como sabemos que no vamos a tener tiempo, tenemos esta diarrea legislativa». Diarrea. Nunca nadie hizo una confesión de autoconocimiento más sincera.
La ley trans procede del círculo de Irene Montero, que con su «diarrea» legislativa quiere marcar territorio electoral. No solo eso, sino que pretende que sea una palanca más para derribar el Estado democrático de Derecho. Porque dicha ley trans borra el ser jurídico de las mujeres, puede suponer la pérdida de la patria potestad para los padres que se nieguen a que su hijo cambie de sexo, y entiende como delito negar la bondad de esta «diarrea» podemita.
Este delirio ha puesto en pie de guerra al feminismo socialista, al clásico, ese que tiene su sitio en el PSOE. Tantas luchas para visibilizar a las mujeres en contra de los hombres con leyes de discriminación por los genitales, para que ahora las podemitas digan que todo el sexo es a voluntad. Es así como el sexo biológico queda en el rincón de lo rancio, y con él la ciencia y la lógica del derecho.
El impacto en el PSOE no es pequeño. El socialismo construyó su identidad en torno al feminismo que marcaba los genitales como determinantes de una situación social. Lo viene haciendo desde Zapatero, que alardeó de tener más mujeres en el Consejo de Ministros que nadie en la historia. Era el feminismo de la visualización. Son casi dos décadas de primar este discurso y llevarlo a la ley, de trabajo de adoctrinamiento en la escuela y propaganda en los medios de comunicación. Esa identidad de género proporcionó al PSOE una posición ventajosa en el segmento electoral de las mujeres mayores de 45 años, esas que vivieron infancias atadas al paradigma antiguo de los géneros. Ahí estaba su granero de votos. No en vano, los municipios socialistas se han caracterizado durante dos décadas por dar talleres de formación feminista a mujeres, a diferencia del PP. Son años hablando de lo maravilloso que es ser mujer biológica, en contraste con el desastre masculino. En fin, que los socialistas han sabido de dónde sacar votos.
Ahora Sánchez, sin más debate que su conciencia, empuja al PSOE a aprobar la llamada ley trans que borra esa doctrina y dicha práctica de un plumazo. Las paradojas son incontables. ¿Qué impide a un hombre declararse mujer para recibir la subvención para la igualdad de sexos? ¿Dónde queda la reivindicación de ser mujer si cualquiera puede serlo porque no importan los genitales? ¿Y las leyes de discriminación «positiva» de las mujeres frente a los hombres, con agravantes penales por tener genitales masculinos?
Hablar de la «modernidad» para defender el delirio jurídico no va a convencer a esas mujeres que durante décadas han defendido su identidad en torno a la biología. ¿Qué va a pasar con las competiciones deportivas? Podemos tener un equipo de fútbol femenino solo compuesto por hombres que se han declarado mujeres, y lo mismo con las composiciones de los consejos de administración.
Los votos que pueda mover la ley trans irán para el PP. Feijóo no tiene más que ser antisanchista y prometer que derogará la «diarrea» legislativa del Gobierno. Por eso declaró que dicha norma «no atiende a la causa histórica del feminismo». Claro. Es un chollo para los populares. Les están haciendo el programa y la campaña. Incluso es posible que esas feministas clásicas que basaron su defensa en la biología voten al PP para sostener lo más importante en sus vidas.
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