Jorge Vilches
Con el «sanchismo», no
l elector de la derecha, incluso el socialdemócrata, ve con pesar cualquier noticia que demuestra la fuerza del chantaje al que ERC, PNV, Bildu y demás someten al Gobierno. Si el ciudadano corriente lee que el nacionalismo golpista, indultado y sin arrepentir, exige controlar el dinero que viene
El único perfil que puede dar la victoria en las urnas al PP de Feijóo es el antisanchismo racional. El electorado de la derecha está unido por una certeza: el gobierno de coalición de Sánchez con Podemos, apoyado por la coalición Frankenstein es un mal para la España constitucional y la prosperidad económica del país. Toda acción o palabra de oposición que contradiga esa aseveración debilita al partido que quiera suceder al PSOE.
Un proyecto ganador pasa por tener un proyecto reconocible basado en el rechazo a la situación gubernamental. Estoy hablando del Poder Judicial y el Tribunal Constitucional, claro, pero también de la economía y la subasta de cesiones caprichosas a los nacionalismos. Porque no se trata de entregar la gestión de los cercanías de Cataluña, sino de por qué se hace. Si la descripción de esa cesión contiene las palabras «chantaje» y «ambición» de Sánchez, como es el caso, es imposible que lo vea bien el votante no sanchista.
El elector de la derecha, incluso el socialdemócrata, ve con pesar cualquier noticia que demuestra la fuerza del chantaje al que ERC, PNV, Bildu y demás someten al Gobierno. Si el ciudadano corriente lee que el nacionalismo golpista, indultado y sin arrepentir, exige controlar el dinero que viene de Europa para administrarlo en su región, qué va a pensar.
Los fondos europeos se entregan al Gobierno para que lo haga llegar a los españoles, no para que juegue con ellos en negociaciones espurias y así conseguir que Sánchez se quede un rato más en la Moncloa.
El «sanchismo» es mucho más que un decálogo de normas para que Sánchez, haciendo de maquiavelista random, destruya al enemigo. Es todo un entramado de intereses políticos y económicos, incluso administrativos, que hoy es un lastre para España. Es más; el «sanchismo» es un espíritu y una actitud guerracivilista, de enfrentamiento entre españoles, para la creación artificial de conflictos con los que distraer. Es un viejo truco de magia: mover ostensiblemente una mano para manipular con la otra.
El PP de Feijóo no debe confundir el pacto con Sánchez con el sentido de Estado. No ha de caer en la trampa que Felipe González tendió con éxito a Manuel Fraga; es decir, constituir una leal oposición que no moleste. Hoy molestar es una obligación. Eso es hacer oposición a un sanchismo cuyos nombres, espíritu e intereses están muy alejados del verdadero sentido de Estado.
Lo hemos visto con el caso de la renovación del CGPJ. No cabe el sentarse a hablar con Sánchez o cualquiera de sus terminales. Quizá el negociador del PP tenga delante a un enviado del PSOE también engañado, como Bolaños, al que está utilizando para que la trampa sea más efectiva. El mal no está en la persona, sino en la ideología de fondo que supone el «sanchismo».
La trampa tendida a Feijóo con el asunto de la renovación del CGPJ tenía el objetivo de liquidar la imagen pública del líder del PP como alternativa plausible, mejor y más seria. Claro, y al mismo tiempo introducir y alimentar la discordia dentro del PP como ya ocurrió con Pablo Casado, para que se pusiera en cuestión la viabilidad del proyecto de Feijóo.
¿Tiene algún interés Sánchez en que el Poder Judicial sea independiente y que nuestra democracia sea más sólida? No, pues entonces es ahí donde debe incidir una alternativa política que desee ganar. No hace falta más que ver que para el sanchismo una democracia digna no es que haya independencia de los jueces, sino que una ley de memoria de Estado convierta a todos los antifranquistas de izquierdas en demócratas. Es el momento en el que la «política de adultos» tiene que demostrarse. Si se acabaron las «chiquilladas» de «barbilampiños» es hora de ir a la importante, a dejar el «sanchismo» en el baúl de los malos recuerdos históricos.
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