Toni Bolaño

Minoría absoluta

El día de ayer no fue para que pase a la historia, pero pasará

Alberto Núñez Feijóo empezó la mañana con equilibrios. No habló de golpe de Estado, huyó de cualquier responsabilidad y vio que en su bancada ni los presidentes de Madrid, Andalucía y Murcia estaban ausentes por problemas de agenda. Si la deriva de España es «bolivariana» a juicio de Mañueco, y lo dice con Vox en su Gobierno, se explican mal las ausencias. Reconoció, lo que no es poco, que Pedro Sánchez es un presidente legítimo, aunque le acusó de socavar la democracia española obviando, otra vez, que es el Partido Popular el que bloquea la renovación de los órganos constitucionales, que es el PP el que aboga que el Tribunal tome medidas antes de que sean aprobadas por las cámaras y que es el PP el que le inste a poner en cuestión las iniciativas legislativas aún cuando hay miembros con el mandato más que caducado y que pretenden ser protagonistas para jugar con ventaja en un asunto en el que, simplemente, no deberían jugar.

El día de ayer fue para que no pase a la historia. Pero, mucho me temo que pasará para vergüenza de muchos. Primero por la utilización partidista del principal partido de la oposición, la minoría absoluta, y segundo por la actuación del Gobierno, que ha optado por una lid que ha entrado por la puerta de atrás en el debate parlamentario. Seguramente no había otro camino, pero cuando las cosas se pudren, se pudren no tengan duda y no hay forma de que reverdezcan.

El alto Tribunal estuvo reunido desde la mañana pero se dieron su tiempo para ir a comer. Por si acaso no le daba la razón, Feijóo ya anunció que el recorrido de las quejas populares llegará a Europa. Y, cómo no, la medida estrella de los populares: todo lo que haga este Gobierno se revertirá cuando el PP mande en España. O sea, como siempre. Se le acumula el trabajo al líder de la minoría absoluta.

Cuando el Partido Popular manda no asistimos a un espectáculo de estas características. Cuando el PP ha llegado al Gobierno, nunca el PSOE se ha opuesto a cumplir con la Constitución. Pasó con Aznar en 1996 y pasó con Rajoy en 2011. No se puede decir lo mismo cuando en 2018 los populares perdieron una moción de censura en el Congreso de los Diputados. El mismo lugar, dónde ahora se quiere evitar que funcione el juego de mayorías y minorías, la piedra angular de cualquier democracia. En conclusión, la doctrina del PP es el Constitucional es mío, gane o no las elecciones.

Desde el PSOE, la portavoz socialista, Pilar Alegría, contestó al líder del PP sin romper la vajilla. Pidió respeto a las instituciones y a la soberanía popular. La ministra no jugó a aumentar la presión de la olla que en ese momento ya estaba a punto de estallar. No hizo lo mismo Podemos que habló de «golpe blando» y de desobedecer la decisión del Tribunal. El más sensato, el secretario general del PCE, Enrique Santiago, que se limitó a criticar al Constitucional por vulnerar su propia jurisprudencia. En Moncloa se mantenía un discreto silencio a la espera de la decisión. Primero, sobre los recusados, luego la admisión a trámite de la petición del PP y, lo mollar, las cautelarísimas.

Mañana se redoblará la presión por parte de todos los grupos políticos y González Trevijano seguirá siendo el presidente del Tribunal Constitucional con un día más de usurpación. No aceptan la recusación. ¡Solo faltaría! Todos los focos seguirán apuntando al Senado. Del Congreso de los Diputados nadie se acordará aunque varias leyes serán aprobadas. Esas parecen no interesar a la minoría absoluta que quiere seguir controlando el Tribunal Constitucional a pesar de que en 2019, por dos veces, perdió las elecciones.