Primeras repatriadas
Las esposas del Estado Islámico: mucho más que amas de casa sumisas
Luna Fernández y Yolanda Martínez, casadas con yihadistas, están detenidas en Madrid tras pasar los últimos cuatro años en el campamento sirio de Al Roj bajo custodia kurda
El pasado lunes llegaron a la base aérea de Torrejón de Ardoz dos mujeres españolas casadas con yihadistas del Estado Islámico (Daesh), Luna Fernández y Yolanda Martínez, acompañadas por trece niños. Las dos abandonaron España en 2014 en dirección al Califato proclamado por Al Bagdadi en territorio sirio junto a sus maridos, ambos investigados por Interior en la operación Gala contra la Brigada de Al Andalus que operaba en nuestro país. Tras la caída del Califato en marzo de 2019, las dos mujeres terminaron internadas en Al Roj, un centro para familiares de terroristas en el norte de Siria junto a más de 2.000 personas en su misma situación y bajo el control de fuerzas kurdas.
La repatriación de Yolanda y Luna, ambas en prisión provisional a la espera de juicio, es la primera que autoriza el Gobierno español. Aunque sus familiares llevaban años exigiendo su regreso a España por razones humanitarias, lo cierto es que nuestro país se ha resistido todo lo que ha podido a una vuelta que plantea enormes retos de seguridad. De hecho, fue la periodista de «El País» Natalia Sancha quien las encontró en Al Roj en abril de 2019. Junto a ellas, había una tercera mujer, Lubna Miludi, que no ha podido ser localizada y que estaría en la actualidad en el campamento de Al Hol, cercano a la frontera con Irak y mucho más poblado con cerca de 60.000 habitantes. Una cuarta española se habría fugado junto a sus hijos y sigue en paradero desconocido.
Carola García-Calvo, investigadora principal del Real Instituto Elcano, reconoce que el desafío que presentan las repatriaciones es multifactorial y que la reticencia oficial ha podido deberse al «celo probatorio» para poner a disposición de la Justicia la información necesaria sobre sus actividades en el seno del Estado Islámico. En conversación telefónica con LA RAZÓN, García-Calvo explica que «se trata de mujeres que han estado sometidas a una radicalización que ha durado años y a una violencia extrema. También es posible que hayan adquirido alguna capacidad para cometer actos violentos en nuestro país, de ahí la importancia de la casuística. Hay que determinar la naturaleza de sus actividades».
No hay que olvidar que se trata de mujeres que participaban en la labor de reclutamiento de otras jóvenes en 2014 para que se unieran al Daesh. Aunque en su declaración esta semana en la Audiencia Nacional ante el juez Pedraz aparentaron no saber nada de las actividades de sus maridos, tanto Luna como Yolanda estaban en el radar de las fuerzas de seguridad españolas desde hacía años. El hecho de que ellas fueran de las que resistieron en Baguz, el último reducto yihadista en Siria, también habla bien alto de su militancia en el seno de la organización islamista. Muchas mujeres como ellas empuñaron las armas en los últimos estertores del Califato después de que las filas de combatientes varones hubieran sido diezmadas por la coalición aliada.
Lo cierto es que el rol que le otorga a la mujer esta versión rigorista y extrema del Islam puede contribuir a la confusión, pero el papel de las esposas del Daesh es preeminente y mayor que el que tienen en grupos como Al Qaida. «El objetivo final de esta organización es la instauración de un Califato Global, regido por la sharia, y la implicación de las mujeres es fundamental porque han de traer al mundo a la siguiente generación de yihadistas y educarla para ello. Además, se espera de ellas que den apoyo a los maridos en sus actividades de combate», explica García-Calvo.
El interrogante que se abre ahora es si estas mujeres pueden rehabilitarse una vez que cumplan las penas que les imponga la Justicia y que podrían ascender a varios años por su vinculación con la célula Al Andalus y por instalarse en un territorio controlado por terroristas. La investigadora de Elcano cree que lo más importante es lograr el «desenganche» con las tesis que justifican el uso de la violencia para la consecución de objetivos religiosos. «No creo que tenga sentido hablar de desradicalización, un proceso que, por otra parte, no es medible». En su opinión, es clave trabajar con estas retornadas desde varias disciplinas para que logren emprender un nuevo proyecto vital que las mantenga alejadas de su vida anterior.
De momento, el juez Pedraz no ha retirado a Luna y Yolanda la patria potestad de sus hijos, que se encuentran bajo tutela de los Servicios Sociales de la Comunidad de Madrid. Sus abuelos reclaman su custodia una vez termine el proceso de identificación de los menores. Al menos cuatro de ellos serían hijos de yihadistas muertos que pasaron al cuidado de Luna, quien además cuenta con cinco hijos propios fruto de su relación con otro terrorista fallecido. García-Calvo insiste en que “los menores son víctimas porque ellos no eligieron, como sí hicieron sus madres, trasladarse ni nacer en el seno del Califato. Son niños que han vivido en la guerra y muchos nunca han sido escolarizados”.
Se calcula que de las 4.800 mujeres que se unieron a las filas del Daesh al menos un 17% provenía de países de Europa Occidental. Esto significa que más de 800 mujeres de nacionalidad europea atendieron el llamamiento de Al Bagdadi. La investigadora de Elcano cree que los procesos de reclutamiento del Daesh estuvieron muy bien adaptados al perfil y la mentalidad de las europeas y atribuye los procesos de conversión al Islam a tres razones fundamentales. Se trataría de chicas que habrían vivido una situación crítica en un momento importante de sus vidas, cuyas parejas fueran musulmanas (es el caso de Luna y Yolanda) o jóvenes que, tras una adolescencia complicada marcada por el consumo de drogas o provenientes de familias desestructuradas, buscaran algo de paz en esta religión. García-Calvo apunta que los conversos tienen a veces una implicación aún mayor porque “se ven obligados a demostrar más que el resto al no proceder de entornos musulmanes”.
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