Rebeca Argudo

Abonando la amnistía que se debe

Empezar con un «es una vergüenza nacional» no estaba mal para marcar el tono

El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi López, a su salida de una sesión plenaria, en el Congreso de los Diputados, a 12 de diciembre de 2023, en Madrid (España). El Pleno del Congreso acoge hoy el primer debate de la proposición de Ley de Amnistía registrada por el PSOE, y también decide sobre la creación de las tres comisiones de investigación que los socialistas aceptaron el pasado mes de agosto, a cambio del voto de los independentistas catalanes de ERC y Junts para hacerse con la mayo...
El portavoz del PSOE en el Congreso, Patxi LópezCarlos LujánEuropa Press

Hasta para un Patxi López acodado en la tribuna de oradores como si fuese la barra del último bar abierto resulta obsceno comparar esta amnistía con la del 77. A no ser que lo que quiera decirnos, en clave y para que lo descifremos, es que estamos ante un cambio de régimen, esta vez encubierto. ¿De democracia a qué? Estaría bien saber a qué. Porque aquella sirvió para transitar de una dictadura a una democracia, en beneficio de todos y gracias a la generosidad y responsabilidad de nuestros mayores, y esta no es más que una transacción personalista, pura y dura compra de votos para una investidura. Hablo del debate sobre la ley de amnistía, que ha sido de todo menos debate, ayer en la Cámara Baja.

No ha habido, en ningún momento, intercambio de argumentos a favor y en contra, en esto sí tengo que darle la razón a Patxi López. Pero solo a medias: él tampoco los ha dado. Subir a esa tribuna, como si fuese a pedir un ron con cola, a vendernos sin sonrojo que es por responsabilidad democrática lo que el propio presidente ha reconocido que era únicamente por votos exige estar hecho de una pasta especial. Por eso solo puede hacerlo alguien capaz de cualquier cosa, de hacerse, sin que se le revuelva el estómago, una foto tras pactar con los mismos que asesinaron a compañeros cuyo féretro llevó sobre sus hombros. Y Patxi es ese hombre, ese en el que puede Pedro Sánchez confiar sabiendo que podría inmolarse por él si fuese necesario y sostener, sin complejos y mientras agoniza, que no hay nada más progresista que el sacrificio ritual a una divinidad. «Amnistía no es ni perdonar ni olvidar: es poner la memoria al servicio del interés general», decía sin que le entrase la risa siquiera.

Los aplausos de los suyos, con una ausente bancada azul en dejación de funciones, eran tibios. Un diputado despistado se arrancaba a aplaudir pero, al reparar en que Sánchez no estaba para verle, se ha sentado rápidamente. El entusiasmo hoy no cotizaba al alza por incomparecencia del que extiende los cheques a futuro.

Y aunque Feijóo no ha estado especialmente brillante en la replica, como sí lo ha estado en otras veces, empezar con un «es una vergüenza nacional y un bochorno internacional» no estaba mal para marcar el tono.

Tampoco lo estaba anunciar que se abriría una comisión de investigación para saber todo sobre esta negociación que se lleva a cabo en el extranjero: quiénes son los mediadores, cuánto cobran, cuál es su contenido, cuál su alcance. Pero ha sido Abascal el que ha estado más cómodo en el papel de líder, firme y contundente, que el propio líder de la oposición. Le afeaba a este estar más preocupado por desmarcarse de ellos que oponerse con entereza y sin complejos a los atropellos de este gobierno a la democracia. Y lo hacía después de que Patxi, en su réplica a Feijóo, invirtiese más tiempo en sobredimensionar las palabras de Abascal dedicadas a Sánchez, olvidando toda capacidad para el pensamiento abstracto y la metáfora, que en explicar las supuestas bondades de una amnistía que, de tan buena como la pintan antes de aprobarse incluso, hace que se antoje rarísimo que no se haya hecho antes. Tan raro que negaran que lo harían hasta el momento justo en que se convertía en imprescindible para seguir en el poder de puro imprescindible que parece ahora para la convivencia. Para solucionar un problema que ya daban por solucionado. Es lo bueno de desjudicializar la política: que se puede hacer lo que se quiera.