El análisis

Atraso y progreso

En los tiempos de neocaciquismo digital vuelven prácticas del primer tercio del siglo XX, como la compra de votos

Sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. Asisten al pleno el presidente del gobierno, Pedro Sanchez, el líder del PP, Alberto Nuñez Feijoó, María Jesús Montero, Yolanda Diaz.© Alberto R. Roldán / Diario La Razón.26 06 2024
Sesión de control al Gobierno en el Congreso de los Diputados. © Alberto R. Roldán / Diario La Razón.Alberto R. RoldánFotógrafos

Una de las características del caciquismo que marcó el primer tercio del siglo veinte español fue la compra de votos. En los tiempos actuales de neocaciquismo digital, en los que nos estamos adentrando, parece ser que, de nuevo, vuelven ese tipo de prácticas. Mantenerse en el poder comerciando con votos a cambio de prebendas siempre es, para el político sin escrúpulos, una posibilidad de salir adelante. Pero esa práctica empobrece los estándares de exigencia y conduce inexorablemente al país al atraso. El Gobierno no hace más que prometer futuros de progreso, consciente de que la etiqueta que quiere colgarse le exige esas promesas de idílicos paraísos. Pero luego contradice todas sus promesas teóricas emprendiendo prácticas retrógradas que nos devuelven otra vez a un horizonte estructural propio de finales del siglo diecinueve.

La toxicidad de la compra de votos es tan sencilla de comprender como fácil de practicar. La clave siempre será el precio a pagar: la prebenda. Consista esta prebenda en una ventaja económica, en sacar a los amigos delincuentes de la cárcel o en colocar en un puesto goloso a los afines al vendedor de votos, el resultado será que bloquea el discurrir natural de los engranajes de una sociedad y la fosiliza, impidiéndola avanzar. Porque no es solo el triste espectáculo ético que las mentiras y la renuncia a los principios muestran cuando se mercantiliza el voto. Es que, además, si negamos la igualdad a todos los ciudadanos y permitimos que unos pasen por delante de otros (en función de los votos oportunos que tienen para vender) la excelencia y la meritocracia resultarán imposibles. Cuando tenemos un puesto por cubrir y se decide que solo se va a dar trabajo y prebendas a los afines, lo que sucede es que el puesto finalmente no lo ocupa el más apto para la tarea sino aquel que tiene los votos que necesita el poder para mantenerse. ¿Cómo podemos así pretender entonces que los trenes funcionen, que la policía pueda hacer su trabajo, que tengamos buenos profesores en las universidades o que la bolsa laboral mejore? Si no colocamos a los más aptos para dirigir esos sectores, el fracaso es seguro.

Nunca se tomará la mejor decisión o la más conveniente, porque todo dependerá siempre de la balanza comercial de votos y a quien hay que colocar aquí o allá, independientemente de sus capacidades, o cual medida descabellada hay que autorizar para que esta o aquella facción me garantice los sufragios que necesito. Es urgente hacer ver al gobierno que debe renunciar a seguir con esas estrategias cortoplacistas de compra de votos. Colocar a alguien en el puesto que no le toca es garantía de que no hará bien su trabajo. Lo mismo pasará con la leyes y medidas que se den como pago a una venta de ese tipo. Serán regulaciones apresuradas, mal hechas, que no mirarán por el interés general, sino que responderán a un interés muy particular de alguien en una coyuntura política muy concreta.

La debilidad de aferrarse al poder es vergonzosamente humana. Pedro Sánchez se aferra al poder con uñas y dientes y, mientras va cayendo de él, poco a poco, va desgarrando nuestro sistema democrático y sus instituciones, arrancándoles jirones que se van quedando entre sus dedos. Cuando Sánchez finalmente caiga del todo (que lo hará, como cualquier político), habrá que reconstruir la policía, el sistema judicial, las instituciones desacreditadas como el CIS o el Banco de España. Habrá también que recoser además la unidad de todos los españoles, atacada por las arengas divisivas que han sido la constante estrategia del gobierno durante los últimos años. Es un ejemplo de lo destructivo que puede ser un político cuando se aferra desesperadamente al poder y está dispuesto a hacer lo que sea para no ser desalojado de él.

Por encima de todo, normalizar esas compras de votos es algo de lo que hemos de huir como alma que lleva el diablo. Que al menos, dentro de los desperfectos ya provocados, en el futuro se vean esas conductas de compra de votos como el defecto de fábrica, la debilidad y el fracaso del que fue aquel tiempo de atraso y paralización de Pedro Sánchez.