El análisis

La brecha estética

Si existe hoy en día un terreno abonado para la sátira costumbrista es el de la vida política catalana

 El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés (i) y el presidente de ERC Oriol Junqueras (d) durante el primer mitin de ERC tras el anuncio del adelanto electoral, este sábado en Barcelona
El presidente de la Generalitat, Pere Aragonés (i) y el presidente de ERC Oriol Junqueras (d) durante el primer mitin de ERC tras el anuncio del adelanto electoralEnric FontcubertaAgencia EFE

Si existe hoy en día un terreno abonado para la sátira costumbrista ese es sin duda el de la vida política catalana. Las insensatas iniciativas de los grupos políticos de la región en los últimos años han creado un paisaje de decisiones incongruentes y estrategias incoherentes que solo produce confusión e inoperancia. De una manera inesperada, la matemática que arrojaron las últimas elecciones a nivel estatal ha contribuido, además, a que todas esas dinámicas sin pies ni cabeza adquirieran un peso determinante en la supervivencia del gobierno central.

Si nos ponemos en la piel de un joven catalán que acceda ahora al despertar, clásico de la edad, y a la incorporación a la vida política y proyecto cívico del país, entenderemos que tenga motivos de sobra para quedarse pasmado. El primer motivo será puramente estético. Es enorme la distancia que existe entre su cotidianidad de «influencers», pop urbano, pandillas de amigos y redes sociales frente a las escenificaciones retóricas absolutamente estereotipadas de los políticos. No debería extrañarnos que vean cualquier tipo de vida parlamentaria como una sesión de cine mudo.

Mirado satíricamente, la derecha nacionalista de Junts desprecia y connota a los conservadores mesetarios, pero luego se visten y comportan como si su máxima aspiración fuera ser integrantes de Taburete. Como contrapartida, muchas de las diputadas de ERC tienen una apariencia similar a la de un bajista de un grupo de heavy metal. Y que decir de las CUP: sus desalentados representantes masculinos, aparte de votar ocasionalmente con fervor en pro de Junts (la derecha), dan la sensación de tener solo dos pantalones de pana en el armario y, de puro idealistas, más de un lustro sin conocimiento carnal. Maravilla pensar lo que hubieran podido escribir grandes caricaturistas como Mark Twain o Dickens con todo este teatro costumbrista.

No poseo el talento de esos grandes genios, pero eso no me impide detectar como esa brecha estética se ha contagiado ya también al gobierno central. A cualquier civil de a pie le llama la atención la chocante (cuando no inquietante) mirada gélida de niña telequinésica de Belarra. Si nos aproximamos al círculo más cercano al presidente del gobierno nos encontramos con que Santos Cerdán y Óscar Puente tendrán –sin ningún tipo de duda– grandes capacidades y mentes excepcionalmente dotadas para la política. Pero, a la hora de manifestarse y moverse, lo hacen con un porte (¿Cómo podría decirlo sin ser ofensivo?) de cierto aire simiesco. Incluso con las mejores intenciones, transmiten la misma placidez que la guardia pretoriana de Calígula. La aceleración nerviosa con que siempre se muestra la vicepresidenta primera del Gobierno, María Jesús Montero, no ayuda: parece precisamente la feroz madre de la niña telequinésica en «¿Qué he hecho yo para merecer esto?» de Almodóvar.

Si de la brecha estética pasamos a observar la brecha ética, el abismo aumenta. Se nos proponen leyes con la excusa ociosa de supuestamente reconciliar a una población que curiosamente no está peleada. Da la sensación de que la amnistía se hace más bien para reconciliarse entre ellos, los políticos. Pero no se reconcilian y ni siquiera son capaces de ponerse de acuerdo para sacar adelante unos presupuestos que la población necesita. Se enfadan unos partidos con otros y adelantan las elecciones regionales. ¿Para este viaje hacían falta tantas alforjas? ¿No tienen la desasosegante sensación de estar presenciando un desfile de fenómenos de feria?

Hay quien dice que el adelanto es toda una operación calculada conjuntamente para impedir que se presente como candidato un Puigdemont al que han inflado más de lo que pensaban con sus desesperadas iniciativas legislativas. Hasta me tranquilizaría algo poder creerlo, porque eso significaría que hay alguien calculando. Pero no me lo parece. Contra lo que se pueda pensar, no creo que Pedro Sánchez sea ese psicópata frío que se dice. Me parece más bien un hombre desbordado, empeñado en la táctica nefasta para un país de ir tirando según se presenta el día. Embarcado en esa dinámica ha contagiado a toda la política que le rodea de ese funcionamiento, como el empuje de unas fichas de dominó cayendo. Y, ahora, toda la política, hasta en la última autonomía, condicionada por ese centro, tomará sus decisiones así.