La investidura de Sánchez
Carmen Calvo no quería dar Igualdad a Irene Montero
En el PSOE hay quienes creen que la vicepresidenta se ha dedicado a boicotear el acuerdo con Podemos. Aseguran que su «esto es lo que hay» y el «engreimiento» dinamitaron la negociación.
En el PSOE hay quienes creen que la vicepresidenta se ha dedicado a boicotear el acuerdo con Podemos. Aseguran que su «esto es lo que hay» y el «engreimiento» dinamitaron la negociación.
No parece que Carmen Calvo, la flamante vicepresidenta «única» de Pedro Sánchez haya salido airosa de los dos «embolados» que el líder del PSOE le ha encargado durante su breve estancia en La Moncloa.
Su promesa estrella en el discurso de la moción de censura, la exhumación de Franco, permanece embarrancada en los tribunales. El acercamiento de mínimos con Podemos para garantizarle a Pedro Sánchez la renovación de su contrato presidencial, duerme el sueño de los justos. En ambos dosieres, y así me lo reconocen varios dirigentes socialistas, se halla la «impronta Calvo»: poca capacidad de diálogo, repelús a confrontar con el adversario –llámese éste familia de Franco o Pablo Echenique– y altas dosis de engreimiento.
Es verdad que en las negociaciones convertidas en sainete con la formación morada, la vicepresidenta en funciones no pudo elegir del todo su rumbo. Más aún, al lado o «flotando» por encima estaba su «enemigo íntimo», Iván Redondo. Es sabido en el círculo más estrecho de Pedro Sánchez que las relaciones entre sus dos «alfiles» es nula. Nunca han empatizado, ella ve al jefe de gabinete como un intruso, y el gurú tiene poco aprecio intelectual por la andaluza.
A Carmen Calvo le ha auxiliado primordialmente Adriana Lastra. Una mujer de indudable fidelidad al jefe. Y discreta. Poco más. En fin, si a ese equipo mísero negociador socialista se unen los característicos enviados por Podemos, como algún malévolo en Ferraz reconocía: «Eso ha sido el camarote de los hermanos Marx».
De hecho, quienes en el PSOE se lamentan por la marginación, en una de las negociaciones más complejas de las últimas décadas, de destacados socialistas con práctica en estas lides, ya ironizaban hace más de un mes con la jefa del equipo sanchista: «Con Carmen... ¿Qué puede salir mal?».
Carmen Calvo ha ido llevando a la mesa de Pablo Echenique los papeles, las ocurrencias y las improvisaciones que le llegaban «cocinadas» por Pedro Sánchez e Iván Redondo. Primero dejaron crecer la esperanza del gobierno de coalición –los primeros días tras el 26-M–, pero enseguida a Carmen Calvo, junto a José Luis Ábalos, tocó explicar la «ocurrencia» del «Gobierno de cooperación». Algún próximo de la vicepresidenta cuanta discretamente el respiro de alivio que dio cuando Pedro Sánchez vetó a un «vicepresidente Pablo Iglesias» que le haría sombra.
Cabe recordar que la vicepresidenta, aun sin competencias de peso propias –la ministra de Defensa, Margarita Robles, le arrebató el CNI, y RTVE navega en aguas más moradas que «rojas»– ha sido en este último año la más próxima al presidente. Y también geográficamente: es el único ministro con el despacho en el Complejo de La Moncloa.
Dirigentes de Podemos critican en privado la actitud de Carmen Calvo en las pocas horas de negociación que ha mantenido con Pablo Echenique. Denuncian que se ha limitado a presentar los papeles que «traía hechos», a fijar machaconamente las «líneas rojas» siempre «innegociables» y, «con demasiada soberbia», transferir a sus interlocutores el cortante «esto es lo que hay».
De hecho, Pablo Iglesias acusa a Carmen Calvo de ser la principal responsable de haber dinamitado el acuerdo horas antes la votación del pasado jueves cuando aún había tiempo para superar el bloqueo. Y eso ocurrió porque filtró desabridamente el documento de máximos que Podemos pretendía aceptase Pedro Sánchez: La Vicepresidencia y cuatro Ministerios.
Un acreditado cargo en La Moncloa de hecho lo reconoce: «¿Que salió de Calvo el documento? ¡Pues claro! Era la que negociaba. Pero el papel fue enviado por el PSOE, que lo hizo público junto a una nota con las demandas de Podemos». Aún da este consejero otra pista reveladora del estado íntimo de Carmen Calvo en esas horas de la ruptura: «Vivió con mucho recelo que se le escapase Igualdad hacia las manos de Irene Montero. Eso no era ‘moco de pavo’ para la vicepresidenta».
Así que, visto lo visto, a la negociación entre el PSOE y Unidas Podemos se le vino encima, en el tramo decisivo, una ciclogénesis: la desmedida ambición de Pablo Iglesias, la proverbial soberbia a ratos arbitraria de Carmen Calvo, y sus temores a perder cuota de poder en La Moncloa.
Ahora, a toro pasado, es sencillo ver a mandamases socialistas echando la vista atrás para rememorar el año 2007, cuando José Luis Rodríguez Zapatero fulminó a Carmen Calvo como ministra de Cultura. No se hablaba con medio Consejo de Ministros y tenía en pie de guerra por igual a todos los colectivos culturales del país. Prueba de ello fue la elección de su sucesor, Cesar Antonio Molina, un intelectual conocido por su talante y su capacidad de diálogo.
Son esos mismos curtidos socialistas los que se hacen cruces para, si en septiembre hay una segunda intentona con Podemos, que las riendas de ese caballo las lleven otros dirigentes del PSOE. Por cierto, el despreciativo «¡Ay, bonitas!» a todas las mujeres que no piensan como ella tampoco ayuda mucho a promocionar la imagen de Carmen Calvo, claro.
✕
Accede a tu cuenta para comentar