Dentro del 8-O
Catalunya no está sola
Mucha más gente de la que se reunió en la última Diada sale a la calle a decir que con nuestras libertades y nuestros derechos no se negocia
Decenas de miles de personas gritaban «NO» a la amnistía allí donde tenía que hacerse: en el corazón de Barcelona. Seis años después de la extraordinaria manifestación del 1 de octubre, el constitucionalismo vuelve a tomar la calle para gritar, alto y fuerte, que la igualdad entre ciudadanos no es moneda de cambio. Que la impunidad de unos pocos implica una merma inaceptable en las libertades y los derechos de toda una gran mayoría. Que amnistiar a los que promovieron el referéndum ilegal, y que no se han arrepentido de ello, y que amenazan con volver a hacerlo, no pueden ser interlocutores válidos únicamente por el interés personal de alguien, por muy presidente en funciones que sea. «Puigdemont a prisión» y «amnistía no» eran los cánticos que llenaban la rambla, llegases por Provença o por Concell de Cent. Las banderas de España, cientos, ondeaban orgullosas. Y aunque las autoridades pertinentes se empeñasen en no cortar una sola calle, imprescindible dar sensación de normalidad, de que miles de ciudadanos manifestándose no alteran lo más mínimo la vida diaria (no como una minimaratón de barrio capaz de cortar la circulación de varias manzanas y desviar el tráfico urbano sin rubor) lo cierto es que Barcelona hoy era un clamor. Uno contra la amnistía y en defensa de la Constitución.
Nada tenía de belicoso el ambiente y sí de cívico. Casi festivo. Familias enteras, grupos de amigos, jóvenes y mayores, unidos en su defensa de los derechos y las libertades para todos, en igualdad. No de posturas ideológicas concretas ni de inamovibles puntos de vista, sino del marco regulatorio que nos ampara a todos, sin diferencias ni privilegios. Caras más que conocidas se daban cita en el cruce entre Provença y Pau Claris: Cayetana Álvarez de Toledo, Fernando Savater, Félix Ovejero, Pablo de Lora, Paula Añó, Carlos Flores Juberías. Más allá andaban Abascal, Feijóo, Ayuso, Alejandro Fernández, Esperanza Aguirre e, incluso, Almeida. Hasta la alcaldesa de Onda (Castellón) (lo sabemos por el grito quasihistérico de fieles ondenses que la jaleaban) andaba por allí. Iván Espinosa de los Monteros, con un guardaespaldas con brazo Cinco Jotas, ay madre, era recibido a lo vedette por el respetable, que le abría paso como si a su paso se abriesen los mares. A Abascal, le gritaban presidente y le gritaban producto nacional, signifique esto último lo que signifique, en una bocacalle. Y a las puertas de La Pedrera, chinos con maletas (es descriptivo, no despectivo) miraban estupefactos el alboroto, sin saber muy bien si es que España is different, si es que todos venían, como ellos, alturisteo o es que era algo que pasaba. Y vaya si pasaba. Pasaba que de todas partes venían ciudadanos preocupados por una medida caprichosa que responde a la ambición de un solo hombre. De Madrid a Mallorca, de Valencia a Bilbao. Desde Bruselas, incluso, llegaban a Barcelona los que no renuncian al imperio de la ley, a la libertad y la igualdad. «For the rule of law, democracy & justice. NO TO AMNISTY for criminal, fugitive and corrupt politicians», leíamos en una pancarta. Contundentes y elocuentes «NO» en otras. «Puigdemont a prisión», incluso. Convocada por Societat Civil Catalana y respaldada tanto por PP, como por Vox, como por aquello que se dio por denominar Ciudadanos, unidos todos bajo el lema «No en mi nombre, ni amnistía ni autodeterminación», la cita ha sido un éxito: 300.000 asistentes según los convocantes, 50.000 según la Guardia Urbana. Lo innegable es que Paseo de Gracia andaba de gom a gom.
Aunque el ambiente era jovial, se respiraba cierto pesimismo: no confiaba nadie en exceso en que Pedro Sánchez preste atención, ni en lo más mínimo, a lo que reclama la calle. Que en lo que está es en amnistiar a los secesionistas con tal de volver a ser investido presidente, ni cotiza. Que es capaz, además, de acceder a negociar un referéndum, aún en contra de esa Constitución que, ante el Rey y con su mano derecha sobre ella, prometió guardar y hacer guardar, no asombra. Pero ni ese (leve) desánimo ensombrecía la firmeza de las convicciones: españoles orgullosos reivindicando el Estado de Derecho y la vigencia de nuestra Carta Magna. De manera cívica aunque firme (ni un contenedor quemado, ni una luna reventada, ni un policía agredido) defendían la dignidad de un pueblo. Mientras tanto, Salvador Illa, conciliador como pocos, interpretaba eso como que, «vemos una vez más a la derecha de la mano de la ultraderecha para generar miedo, sembrar crispación y siempre a la contra». Sus palabras dan una buena medida de cómo perciben a nuestra sociedad: una parte, la que les vota, en lo correcto. Y el resto, deslegitimada en sus derechos. Ya solo eso apuntala la necesidad de esta convocatoria, aunque quedase, que quedará, en agua de borrajas. El calor era infernal, impropio de un octubre ya entrado. Unos lo llamarán «cambio climático» y, otros, veranillo de San Miguel. Pero la cosa es que la temperatura invitaba a cañas mientras Teresa Freixes declamaba por los altavoces. Debo reprochar aquí al constitucionalismo la elección de sus ponentes: por favor, que no hagan decaer los ánimos, que no parezca aquello una reedición del No-Do. Se agradecería un poquito de ese «je ne sais quoi» capaz de conjugar la profundidad y firmeza del mensaje con cierto swing en la oratoria. Que no me den ganas de salir corriendo, calle Aragón arriba, agitando los brazos sobre mi cabeza. O buscando un bar donde tengan Alhambra. O lo que sea.
Por resumir: que mucha más gente de la que se reunió en la última Diada ha salido a la calle a decir que con nuestras libertades y nuestros derechos no se negocia. Que nadie está por encima de la ley ni al margen de ella. Que son, que somos, muchos los que estamos con la unidad, con la igualdad, con la justicia y con la Constitución. Que visca Catalunya y que viva España.
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