Investidura

Crespones negros en el Congreso

En la segunda jornada: oposición a la oposición y más inventario de todo lo malo que ha hecho la derecha en vez de presentación del programa del futurible

Sánchez prometerá su cargo ante el Rey mañana a las 10.00 horas en Zarzuela
Sánchez prometerá su cargo ante el Rey mañana a las 10.00 horas en ZarzuelaAlberto R. Roldán

Si ayer el día era gris, hoy ha amanecido con niebla. Blanco y sin horizonte. En un congreso de nuevo blindado, más difícil transitar por el centro que trapichear con polvo zombie, se arrancaba a las nueve una jornada que no iba a deparar sorpresas: La segunda jornada iba a ser digna segunda parte de la anterior: oposición a la oposición y más inventario de todo lo malo que ha hecho la derecha a lo largo del tiempo, arqueología casi, que presentación de programa del futurible. Más sesión de control al PP que de investidura de Sánchez. Era este recibido con el preceptivo aplauso norcoreano de los suyos poco antes de las nueve y Belarra y Montero, por la puerta opuesta, entraban con el pañuelo palestino colocado como una señora de Goya se habría colocado el Hermès. Solidaridad chic.

Mertxe Aizpurua arrancaba con más solidaridad y recuerdo. Con Palestina, como harían luego todos (para qué hablar de lo nuestro) y para «Josu y Santi». Brouard y Muguruza, dirigentes de ETA víctimas del GAL. A las de ETA, sin embargo, ni media mención. Hay víctimas y víctimas. En su réplica, Sánchez le agradecía el apoyo y le brindaba la Constitución en ofrenda, como un azteca lanzaría una cabra a un volcán para aplacar a los dioses.

Que es interpretable, dice, según el tiempo. Y que, en este marco, el debate territorial (o sea, la aspiración de nación por parte del País Vasco) cabe en ella y es ese su compromiso.

En la tribuna de invitados, a García Montero sentado junto a Illa, se le ponía cara de ministrable por momentos. Rita Maestre y Médico y Madre (como diría Umbral, no voy a levantarme ahora a mirar el nombre), detrás de Elizabeth Duval (qué mal pelo), seguían el sainete desde las alturas y cuchicheando. A Begoña se le ponía más cara de madre que de esposa. Y, mientras tanto, seguían desfilando los grupos a los que les tocaba hoy, que no ayer. Y los diputados iban saliendo y entrando, bien porque no les interesaría lo que tenían que decir, bien porque tendrían cuerpo de pipí o piti. Hasta Armengol salía un rato, rumbosa, y dejaba al mando a Gómez de Celis que, celoso por hacerlo bien, cortaba al portavoz de UPN en estricto minutaje. Qué casualidad que fuera el único que ha sido contundente contra el ejecutivo en funciones, el que le ha dicho al presidente (en funciones también) que no tenía credibilidad. El que le ha espetado a Marlaska que ha pasado de ser un juez admirable a un ministro despreciable. Que casualidad solo a Feijóo se le cerrara también el micrófono y que a Abascal se le censurase, sacando del diario de sesiones sus palabras. Ha sido el único al que han aplaudido los que nos son su grupo (no los separatistas ni PSOE, claro) y puestos en pie.

Esto hacía necesario que el pirómano de Patxi López subiese a darlo todo. «Por pensar diferente nos consideran el enemigo», decía elevando el tono, clamando ovación. Que, obviamente, le era dada. Los socialistas son como estorninos: giran todos a una en perfecta sincronización que podría parecer, a poco que entornes los ojos y desenfoques, totalmente espontánea. El pirómano sube a incendiar, digo. ¿A qué, si no, ese tono? ¿A qué ese «por pensar diferente nos consideran el enemigo», justo después de que, en su página, el PSOE publicara un editorial en el que habla, explícitamente, de «viejo enemigo que llevaba décadas disfrazado dentro del Partido Popular y que ahora, se muestra sin ninguna vergüenza con toda su crudeza?» El discurso es, de nuevo, de oposición a la oposición. Aún así, pese a la desfachatez de investirse sobe los cimientos del ataque y el señalamiento, sus diputados aplaudías desaforados mientras él, en ese doble tirabuzón carpado hacia atrás del cinismo, hacía un llamamiento a la mesura. Si hubiese tenido dónde esconderme, lo habría hecho. La vergüenza ajena es una emoción que gestiono reguleras. «Venimos de la cárcel y el exilio», añade. Hombre, Patxi, que llevas desde los 16 en las juventudes socialistas, no jodas. Que tú vienes de donde vienes.

Ni media sorpresa en las votaciones. Algún diputado socialista, ante la dificultad del reto que supone decir «sí» en voz alta, contaba con chuletas a tamaño king size ante sus morros que les recordaba que, al escuchar su nombre, debían decir con voz alta y clara un «sí» en lugar de un «no». No les fuera a traicionar el subconsciente o un repentino arranque de ética o responsabilidad institucional. 179 votos daban la victoria a un Sánchez que se estrenaba con un besamanos con genuflexión en riguroso orden (y pasando lista), mientras en la calle gritaban en Cedaceros y Neptuno los espontáneos que se congregaban a las puertas en defensa de la igualdad y la Constitución. Reaccionarios. Banderas de España con crespones negros colgaban de las ventanas del Congreso. Bienvenidos a la concordia.