
Opinión
Demasiado rápido, demasiado furioso
La meta está lejos y parece una locura tratar de llegar a ella en estas condiciones, pero el sanchismo es como el Porsche 550 de James Dean. Dejará un bonito cadáver

Miras a un lado, miras a otro y esto suena ya a nueva temporada política. Hasta la segunda semana de septiembre no se pondrá en verde el semáforo del Congreso, pero ya estamos enfrascados en los entrenamientos libres y las sesiones de clasificación. Políticos y tertulianos ensayan sus remozados argumentarios y afiladas opiniones, aun a sabiendas de que en España, cada vez más, las opiniones son como los culos: cada uno tiene el suyo y a nadie le apetece demasiado escuchar el de los demás.
Ya ni nos damos garrotazos goyescos, porque el muro que levantó Pedro Sánchez nos impide vernos las caras. A lo sumo, escuchamos los zascas o esquivamos los tuits que nos lanzan desde el otro lado. ¿Qué más tiene que pasar para que nuestro país eche el freno a esta loca carrera de la polarización? ¿Que un monstruo de agua arrase Valencia? ¿Que el noroeste del país arda por los cuatro costados? Pues eso ya ha pasado y esto sigue igual.
Falta de prevención, mala gestión de las administraciones y propósitos de enmienda sólo de boquilla. Sánchez está dispuesto a comenzar el Gran Premio 25/26 acelerando a fondo, inspirado en Lewis Hamilton, que ganó el GP de Silverstone de 2020 con sólo tres ruedas. Lo que pasa es que al piloto británico le reventó un neumático justo en la última vuelta y se las apañó para llegar a meta. El bólido de Sánchez, en cambio, parece mucho más perjudicado y la meta electoral de 2027 está donde Moncloa perdió el sentido de Estado. En el quinto pino.
Si no es capaz de sacar adelante las próximas cuentas ya se podrá decir que colecciona más prórrogas que presupuestos aprobados, y sin presupuestos ningún gobierno honesto debería seguir ocupando el poder por el mero hecho de ocuparlo. Tiene el sanchismo, en todo caso, un peculiar sentido de la fortaleza parlamentaria. Dice Óscar Puente que haber bloqueado las comparecencias exigidas por la oposición en el Congreso demuestra que están en plena forma. La única fortaleza que les queda es esa: esconderse en las faldas de sus socios para evitar la rendición de cuentas. Presumir públicamente de ello es reconocer que has perdido el sentido del pudor en la terminal de algún aeropuerto suizo o en algún cenicero de Waterloo.
Tan débil es esa fortaleza que ya hemos llegado al punto en que, por tal de no perder una votación por la posible ausencia de los diputados de Junts y ERC, el PSOE ha pedido aplazar el pleno del Congreso que coincide con la Diada. Dicen que por aquello de respetar en el conjunto del Estado tan señera celebración. Empiezas haciendo financiaciones singulares y acabas clasificando fiestas autonómicas como el que sexa pollos: esta es singular, no hay pleno del Congreso; esta es vulgar, se celebra el pleno.
Florentino Pérez ideó aquel Madrid de los Zidanes y Pavones, y Sánchez parece empeñado en diseñar la España de los singulares y los vulgares. Si eres singular, te puedes pedir el «Puchi Comodín» y no tienes ni que acoger menores inmigrantes; si eres vulgar te toca apechugar. Aquel primer Madrid de Florentino se vino abajo el día que Makelele se cansó de correr sin que le valorasen en su justa medida.
En esta España asimétrica de Sánchez, el que se está cansando es el español de clase media trabajadora. Uno escucha aquí y allá y el relato de que la España autonómica ha fracasado va cuajando. Suspenso en prevención y gestión de catástrofes y matrícula de honor en creciente desigualdad. Los hay que creen haber visto la oportunidad de resetear y exigir un Estado más racional. Escuchas al presidente asturiano, Adrián Barbón, pedir mayor coordinación «ahora que se ha visto» que un fuego puede cruzar de una región a otra y, por fuerza, se te caen los palos del sombrajo.
El español medio se está hartando de la España autonómica, pero no olvidemos que, en parte, se debe a que algunos llevan tiempo tratando de hacerla insoportable. Y no con el objetivo de cambiarla para convertirla en más unitaria, sino para dar el golpe definitivo que nos lleve a la España confederal. Cuando se apaga la fe, ya sólo queda la liturgia. Y la liturgia de las autonomías es un pandemonio de solapamientos, dispendios y falta de eficacia. A Sánchez ya le va bien que la fe en el sistema se vaya apagando, porque así será más fácil derribar el andamio del 78. Por eso pide un pacto de Estado vacío de propuestas, mientras se descojona de lo que propone la oposición. No se trata de mejorar lo que hay, sino de seguir macerando su descomposición.
El bólido de Sánchez sólo tiene tres ruedas, pero el dinero de Cerdán y Abalos continúa sin aparecer y los fondos europeos pueden servir como chapucero sucedáneo de presupuestos. La meta está lejos y parece una locura tratar de llegar a ella en estas condiciones, pero el sanchismo es como el Porsche 550 de James Dean. Dejará un bonito cadáver. El del PSOE como partido de Estado o el de España como proyecto solidario.
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