
Tribuna
Los desórdenes de un poder sin límites
Si en España, en Europa y en EE UU ya solo gobierna el caos es porque el poder ha traspasado todas las barreras de la acción de gobierno

«Hasta la virtud necesita límites». Esta idea, plasmada por Montesquieu en el Espíritu de las Leyes, debería figurar en el frontispicio de todas las instituciones, como aquel «nada en exceso» que se podía leer en el acceso al Oráculo de Delfos. Montesquieu sabía que sin límites solo hay desorden y que ni el hombre ni la sociedad pueden sobrevivir al caos.
George Steiner decía que cuando volvemos a los clásicos, son ellos los nos leen a nosotros.
Montesquieu parte de una premisa: el poder tiende siempre al abuso. Pensar que los sistemas democráticos escapan a ese fatal destino es desconocer la naturaleza humana y la esencia misma del poder. El propio Montesquieu advertía que la libertad política solo es posible en un régimen moderado, y esa moderación solo puede lograrse mediante el establecimiento de límites (separación de poderes, cuerpos intermedios). Años antes, apenas cumplidos los 32, ya había avisado en sus Cartas Persas: «A los legisladores les debería temblar la mano antes de cambiar la ley».
El éxito de nuestra transición fue el triunfo de los límites, de las renuncias, de las transacciones, que no era debilidad de los negociadores, como sostienen algunos, sino fortaleza del proyecto común: llegar a lo esencial a expensas de sacrificar lo accesorio. La derecha renunció al monopolio del poder y la izquierda renunció al Frente Popular. Lo que ganó entonces fue la voluntad de equilibrio, la buena fe constituyente, el patriotismo. También la reconstrucción de Occidente tras la Segunda Guerra Mundial fue un ejercicio de confianza, convivencia y crecimiento, y lo mismo puede decirse del proyecto de integración europea. Hoy, sin embargo, esas tres realidades políticas y sociales, tan exitosas antes, viven en el completo desorden y están en una profunda crisis existencial.
En España, al poder ya no le tiembla la mano. El Frente Popular de Pedro Sánchez constituye en sí mismo una extralimitación de primer orden, que ha desequilibrado el país y ha conducido a España a uno de los procesos de descomposición más graves de su historia. El espectáculo del Tribunal Constitucional es desolador. Lo mismo puede decirse de la Fiscalía, con sus sonadas extralimitaciones. ¿Dónde ha quedado la dignidad de las instituciones? ¿Dónde, aquella «eficacia indiferente de la Administración»? El papelón de la Agencia Tributaria, de atropello en atropello, con sistemático abuso de poder y desprecio al contribuyente, es síntoma de que el poder ha decidido actuar sin límite alguno y vive en el desorden, es decir, en la arbitrariedad. Estamos llamando prácticamente a la puerta del derecho público de autor (el máximo desorden jurídico) en todos los terrenos: constitucional, penal, administrativo, tributario... Todos los fines justifican ya todos los medios porque todos los centros de poder han decidido que hay que ir a por todas. Si hay que cambiar la legalidad constitucional para ajustarla a cualquier tropelía (una amnistía a cambio de unos votos, una ley de caso particular, una mutación constitucional por un puntual apoyo parlamentario), se cambia. Si hay que entregarle el control de la frontera al adversario de la unidad nacional, se le entrega. Es tal el desgobierno y la impostura, que lo único previsible es que el poder está dispuesto a lo que sea, a lo que sea, con tal de continuar. La mano temblorosa de Montesquieu ha dado paso a la mano temeraria de nuestro peculiar Eróstrato (aquel que incendió el templo de Éfeso para pasar a la Historia).
También el limpio y necesario ideal de la construcción europea está siendo desbaratado por un exceso de poder, una ausencia de límites, la destrucción de un orden. ¿Qué es, sino desorden, abuso de poder y extralimitación esa obsesión burocratizante por regularlo todo (ya Montesquieu advierte de ese peligro) que recorta la libertad civil y traba sistemáticamente el talento y la iniciativa empresarial y social de los europeos? ¿Qué, la promoción de la ideología woke que mina el basamento social y moral occidental? Hemos olvidado que Europa se construyó sobre tres colinas: el Gólgota, la Acrópolis y el Capitolio; el sustrato del cristianismo, la tradición del pensamiento griego y los pilares del derecho romano. Un orden espiritual, un orden ético y un orden jurídico, eso es Europa. Abandonados sus fundamentos, hoy se precipita hacia la insignificancia. Cuando se dice que China es la potencia económica, EE UU la potencia militar y la UE la potencia regulatoria, se está poniendo el dedo en la llaga: tras haber dado la espalda a los valores fundacionales solo nos queda regular hasta la extenuación los pequeños detalles. Como dice el refrán: jugador de chica, perdedor de mus.
¿Y el orden internacional? Estamos viendo saltar por los aires el orden mundial de los últimos 80 años, es decir, de cinco generaciones. Lo que se sostenía en relativo equilibrio, está cayendo en barrena. Lo peor de la nueva Administración norteamericana es que ha dado la espalda a la previsibilidad de los aliados, de tal manera que ya nadie se puede fiar de nadie porque en cualquier momento cualquiera puede cambiar de posición y los amigos pasar a ser enemigos, en función de la conveniencia de cada cual. Se terminó el principio de la confianza. Adiós a la previsibilidad. Fin del acuerdo. ¿Cabe mayor desorden, mayor extralimitación, mayor ruptura? ¿Qué pasará ahora con principios estructurales del orden internacional como el de la sucesión de los estados? ¿Volvemos a la selva, al estado de naturaleza de Hobbes?
«¡Order, order!», dan ganas de gritar, como el célebre «speaker» del Parlamento británico.
De las ideologías nos han quedado sus peores secuelas: el sectarismo, el fanatismo, la ambición desordenada de poder; pero el pensamiento político ha desaparecido del debate. Nadie cree ya en casi nada; no hay contenidos, pero se mantienen algunos sucedáneos insufribles. Chesterton decía que cuando uno no es capaz de creer en Dios es capaz de creer en cualquier cosa. Traslademos esa idea al ámbito de las ideologías. Cuando se sustituye, por ejemplo, la defensa de los obreros por las atrocidades del movimiento woke, se vacía de contenido la razón de ser de la izquierda, que queda reducida al puro ejercicio del poder. Y cuando se sustituye, en el otro lado del espectro, la defensa de un orden social y moral por la mera sociedad de consumo o por el puro estrambote atrabiliario, la derecha pierde también su sentido.
Si en España, en Europa y en los EE UU ya solo gobierna el caos es porque el poder ha decidido traspasar todas las barreras de la acción de gobierno. Es el camino que conduce a la opresión o a la guerra.
Pedro Gómez de la Serna es Administrador Civil del Estado; exdiputado a Cortes y portavoz en la Comisión Constitucional
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