Historia

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Drama en gente

La Razón
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En la situación en la que vivimos –que sin duda implica posición o, mejor, implica posiciones, y así relación y diferencias– no parece pensable ni posible afrontar la política actual, menos aún lo actual de lo político, sin precisar primero los conceptos –es decir los reales instrumentos que 'movemos' al tiempo que nos 'mueven'–. Dicho en el breve espacio de este texto:–de la sospecha respecto a los políticos, separar por completo lo político como espacio de juego –es decir, estructura del encuentro con y contra el otro, aceptando por tanto por igual la colaboración como el conflicto–; lo político como algo de la polis y, por tanto anterior, y fundamentador, de las políticas, donde actúa el que habita (y que hace habitable) la ciudad –no hay lo político sin ciudadanía, y esto desde el instante de su origen (dilatado y presente: entre nosotros)–;–si nuestra ciudad es nuestro común (el commune aún se dice en italiano), separarla de todo asentamiento meramente espacial (de circunstancias: de toda 'tierra' y toda 'autoctonía') como de toda uniformidad (dado que su marca es el fragmento) para asentarla en la ciudadanía y el libre juego de los ciudadanos como conformadores de la polis: de lo político en que se constituye y lo polémico en que se configura la res-publica, el campo de tensiones de donde surge y que ella misma es; –afirmar lo político, por tanto, como constitución (como 'sintagma'), no como algo nativo: como acuerdo siempre imprescindible y variable en el espacio de las 'co-incidencias' –no lo que sobreviene por sí mismo de manera azarosa e involuntaria, sino aquello difícil –necesario– donde incidimos juntos, produciendo nuevas pro-posiciones y valores; la contradicción como premisa en el proceso de la constitución;

–dentro de ese trayecto irrenunciable, en un mundo im-perfecto (por definición inacabado), comprender cada error como una seña, una re-orientación que reconstruye, que reconduce interminablemente las formas y potencias de un estado –un estado de cosas y un estado de hombres que sostienen un proyecto común, como un camino–; el error como errancia a un horizonte que no deja de hacerse, de re-configurarse, a cada vez;

–y separar por fin, en cada evento del espacio real de lo político, representación e intervención (la segunda no puede en absoluto ser sustituida o secuestrada por la mera acción de la primera), entendiéndose ésta como un hecho y un derecho que implica, al mismo tiempo, un deber radical correlativo, como aquel que en el César shakespeareano hace decir así a Julio César: «The fault, dear Brutus, is not in our stars, but in ourselves» («La culpa, querido Bruto, no es de las estrellas, sino nuestra»); un lema, éste, que implica, al menos, dos distintas conclusiones que vienen mutuamente vinculadas: la culpa es siempre 'nuestra' en todo caso, también cuando su origen son los otros; algo se pudo hacer respecto a ella, algo se debió hacer para evitarla o algo hicimos mal también nosotros para que se haya dado –haya podido darse– realmente; y la culpa no es de las 'estrellas' –de lo contrario no sería culpa–, pues, en efecto, eso que sucede en las sociedades de los hombres no son catástrofes de la naturaleza sino hechos humanos responsables.

En el teatro agonístico que representan nuestras sociedades es preciso sin duda que la voz pertenezca, por tanto, tanto a los actores como al público –todos al fin actores, todos al fin 'personas' ('máscaras', 'papeles'), de la obra–, dar espacio (dar reglas) al conflicto y situar el conflicto en el espacio que se re-constituye por su medio; constituir el drammatis personae –el viejo «drama em gente» pessoano– implica conocerse responsable del destino real de nuestras vidas. Lo contrario es, en términos kantianos, mantenerse escondidos ciegamente «en minoría de edad siempre culpable». Y es que prescindir de lo político –y de ahí «prescindir de la política»– vendría a ser, en efecto, «renunciar».