Ángel N. Lorasque
El dominicano que exhumó a Franco
La funeraria «base» que Humberto Sepúlveda dirige en un pueblo de Lugo ha estado custodiada por la Guardia Civil por amenaza de bomba, pero él «no teme a nadie», dicen sus vecinos.
La funeraria «base» que Humberto Sepúlveda dirige en un pueblo de Lugo ha estado custodiada por la Guardia Civil por amenaza de bomba, pero él «no teme a nadie», dicen sus vecinos.
Con rictus serio, enfundado en un ajustado traje azul y corbata a rayas, Asdrúbal Humberto Sepúlveda bajó el jueves las escaleras de la Basílica del Valle de los Caídos junto al féretro de Franco. Pocos se fijaron en él. Todas las miradas estaban puestas en la familia del caudillo que portaba el ataúd, pero este dominicano afincado desde hace dos décadas en Becerreá, Lugo, era una de las personas clave de la exhumación. Al lado de Cristóbal Martínez-Bordiú, nieto del dictador, vigilaba de cerca que todo transcurriera según lo pautado. Minutos antes, él había sido la primera persona en ver el interior de la tumba tras levantar la losa de mármol de más de 1.500 kilos que custodiaba el cadáver. El más absoluto secretismo ha rodeado todo lo que ha tenido que ver con el personal que estuvo trabajando en la exhumación desde hace meses. Después de la mala experiencia que tuvieron en la funeraria de Nuestra Señora de la Jarosa de San Lorenzo del Escorial, a quienes apuntaron por equivocación en varios medios como la empresa que sería la encargada de la exhumación y por ello tuvieron que enfrentarse a amenazas y boicot a su negocio, no se filtró quién llevaría dicha tarea hasta el final. Así, Asdrúbal Humberto Sepúlveda del Giudice ha permanecido en la sombra pese a tener firmado el contrato con el Gobierno desde hace mucho tiempo y haber coordinado los trabajos. Con un marcado acento gallego que poco hace pensar en sus raíces dominicanas, responde a LA RAZÓN por teléfono, pero insiste en que debido a que «he firmado un contrato de confidencialidad» con el Ejecutivo de Pedro Sánchez, no puede darnos detalles de cómo transcurrió la jornada histórica del jueves ni las labores previas. Es prudente, al igual que su personal: «Humberto nos ha pedido a todo su equipo discreción, no podemos ofrecer ninguna valoración ni hacer declaraciones públicas», subrayan desde la sede oficial del negocio en Becerreá, un pequeño municipio de Lugo. Además de esta empresa gallega, Sepúlveda tiene dos más en la provincia y otra en Madrid, en Rivas-Vaciamadrid (Iberfunerarias), a donde cada vez viaja con más frecuencia pese a residir en el mencionado municipio lucense, ubicado a 45 km de la capital y donde residen unos 2.000 habitantes. «Humberto siempre ha sido un gran trabajador, llegó al pueblo desde la República Dominicana hace unos veinte años y ha conseguido hacer un buen negocio. De hecho, antes de que él llegara había otra funeraria, pero les ha quitado varios clientes porque trabaja mucho mejor que el resto. Es cumplidor e intuitivo»; explica a LA RAZÓN Áurea, propietaria del Café Bar Centro de Becerreá. Según esta paisana, Sepúlveda es uno de los mayores expertos en reconstrucción facial. «Eso dice toda la gente que ha utilizado sus servicios, yo afortunadamente nunca he tenido que recurrir a él, pero dicen que hace maravillas con rostros desfigurados por accidentes, quizá por esto le seleccionaron para lo de Franco», deduce la vecina.
«No teme a nadie»
Titulado en tanatopraxia por la Universidad Pontificia de Salamanca, es uno de los mayores expertos en la materia y así lo demuestra en varios estudios publicados al respecto. «Es un buen buscavidas, a sus 45 años ha conseguido levantar el negocio de la nada y ahora dice que le va muy bien también fuera. De hecho, pasa bastante tiempo en Madrid. A mí me hace mucha ilusión que haya realizado él la exhumación del caudillo, es atrevido y no teme a nada ni a nadie», confiesa Áurea. El jueves fue de los primeros en llegar a Cuelgamuros. Pasaban las 7:45 h. cuando atravesó las puertas «infranqueables» para el resto de los ciudadanos. Él ya conocía bien el terreno, pues el martes había participado en el ensayo y llevaba tiempo tomando notas del recorrido, las paradas y las necesidades que requerían el proceso de exhumación. De hecho, en alguna instantánea se le ve charlando con los responsables de la empresa de mármol conquense, encargada de levantar la losa de la tumba. Al igual que el Gobierno desplegó dos helicópteros en la explanada de la basílica del Valle por si fallaba uno de ellos, también la empresa de Asdrúbal llevó a la zona dos vehículos funerarios. De hecho, trasladó hasta el enclave nueve vehículos, según publicó «La voz de Galicia», que participaron en los traslados. Durante las cuatro horas que duró la exhumación y la inhumación posterior en Mingorrubio, este dominicano estuvo presente junto a sus seis trabajadores (cuatro hombres y dos mujeres) en los momentos clave del traslado. Equipados con mascarillas y monos especiales, fueron los primeros testigos del levantamiento del ataúd de la basílica junto a Merry y Cristóbal, los nietos del dictador. Además, iba de copiloto del coche que trasladó los restos mortales del caudillo mientras que un compañero era quien conducía hacia el helicóptero. Es más, en la llegada a Mingorrubio no se bajó del helicóptero el ataúd hasta que ambos trabajadores llegaron a la explanada de la colonia del Pardo. María, que trabaja como hostelera en la localidad lucense, asegura que está muy contenta de tener un vecino célebre. «Al principio puede dar la impresión de serio, pero es amable y simpático. Se acaba de divorciar de su mujer y, bueno, puede que eso también le influya en el carácter. Tienen una hija en común de unos cinco años», relata. De hecho, en su perfil de Facebook, él suele subir instantáneas de la pequeña. «Hay, quizá, a quien no le parezca bien que haya participado en la exhumación porque, claro, sus consecuencias ha tenido», desvela María. Recibieron amenazas «y en la última semana ha habido dos patrullas de la Guardia Civil custodiando la funeraria», revela. Pero no todo son halagos para el «vecino ilustre» de Becerreá. El dueño del restaurante Boavista nos asegura que prefiere no opinar al respecto, ya que no está muy de acuerdo con el trabajo que ha realizado Humberto. «Hubo amenazas de bomba en la funeraria y todo», dice, al tiempo que deja caer que esta noticia ha roto en parte la tranquilidad del pueblo. Tras unas semanas de infarto, desde la funeraria nos comentan que Humberto se ha cogido unos días libres y que hasta la semana que viene no estará disponibe. «Suele ir a ver a su madre, que vive en Sarria, una localidad también de Lugo que está como a 40 minutos», apunta Aura, que añade que tiene bien merecido el descanso. Héroe para unos y «villano» para otros, como dicen en su entorno, «lo que es indiscutible es que tras lo ocurrido el jueves su trabajo ocupará un capítulo importante de la Historia de España».
«Le habrán pagado bien»
Ya pronosticaba Javier, socio de la Funeraria Nuestra Señora de la Jarosa, que aquella empresa fúnebre que decidiera meterse en este «marrón» lo haría por una buena suma de dinero. «Esto no compensa, es cargarte el negocio porque harás enemigos en uno u otro bando», confesaba a este diario el empresario, que recibió amenazas de muerte al apuntarse que ellos podrían encargarse de la exhumación. Y no fue el único. Luego vinieron los propietarios de Mármoles y Granitos Hermanos Verdugo Jiménez que se encargaron del levantamiento de la losa bajo la que estaba el féretro del caudillo.
Durante las semanas previas al desenterramiento, denunciaron públicamente una campaña de «insultos, falsas acusaciones y amenazas». «Nuestros únicos ideales son la honradez y el trabajo ajenos a cualquier tipo de fama o protagonismo y, como hacemos siempre y habitualmente, dichos trabajos se realizarán con los respetos debidos al difunto y a sus familiares», escribieron en un comunicado tras situarse en el centro del huracán.
Humberto Sepúlveda tampoco ha quedado al margen de la ira de los defensores del franquismo, quienes han arremetido contra ellos con insultos como «profanadores de tumbas» en las redes sociales. «Quien se conforme con 3.000 euros por sacar de ahí a Franco está loco», sentenciaba Javier.
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