Alfonso Merlos
El impostor
¡Qué insulto, qué vergüenza y qué desastre! Para la democracia y para la credibilidad de los políticos. No tiene vuelta de hoja. Oriol se ha comportado como alguien que finge o engaña, un suplantador, una persona que se hace pasar por quien no es: un impostor en toda regla. Es patético certificar como, en cuestión de semanas, el creador de «si yo fuera imputado dimitiría» reaparece, en versión mejorada y matizada, con la escenificación peripatética de «estar imputado no es ser culpable». ¡Vaya descubrimiento!
Pero ésa no es la cuestión. Tirando por elevación, pensemos: ¿por qué se agudiza cada día que pasa la crisis de representatividad de nuestros dirigentes? En primer lugar, porque los ciudadanos entienden que pueden y deben gobernar mejor (otra cosa es si saben). En segundo lugar, porque la opinión pública tiene asumido que de forma sistemática y transversal es burlada y engañada por chiquilicuatres que donde hoy dicen A, mañana dicen B. ¡Y sin que se les mueva una arruga, oigan! Ése es el tema. La palabra de aquellos a los que persigue el fantasma de la corrupción es más falsa que una moneda de tres euros.
Ése exactamente es el caso del amigo Pujol. Se le presenta pormenorizada y escandalosamente como el cerebro en la planificación, ejecución y control de una trama entregada a la comisión de delitos. Se le retrata en detalle como un sujeto capaz de utilizar su influencia personal en ámbitos de gobierno, administrativos y de autoridad para promover tratamientos de favor y preferenciales. En flagrante ilegalidad, claro. ¡Y ahí sigue! ¡Ni con agua hirviendo se va! ¡Ni anunciándolo!
Dejemos a un lado el manido victimismo y la recurrente estelada. Es todo tan sangrante que, frente a la ejemplaridad que predican determinados gestores de lo público, sujetos como el príncipe quedan enfocados ahora ante el pueblo en su indignidad y en su miseria. ¿Han tomado nota, hermanos catalanes? ¿Qué más necesitan para dar un puñetazo en la mesa?
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