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El «ni tutelas ni tu tías» de Pablo Casado

El líder del PP logró el asentimiento muy mayoritario de los compromisarios elegidos tras pelear en la carrera de las primarias contra el aparato del partido y del recién apeado Gobierno de Rajoy.

Pablo Casado tuvo que pelear en las primarias contra el aparato del partido / Foto: Alberto R. Roldán
Pablo Casado tuvo que pelear en las primarias contra el aparato del partido / Foto: Alberto R. Roldánlarazon

El líder del PP logró el asentimiento muy mayoritario de los compromisarios elegidos tras pelear en la carrera de las primarias contra el aparato del partido y del recién apeado Gobierno de Rajoy.

Es muy posible que a lo largo de estas semanas de agosto los miembros más veteranos del PP hayan tenido tiempo de recordar una imagen que forma parte de la historia de su partido: aquel Manuel Fraga, rotundo, rompiendo en 1990 en pedazos la carta de dimisión «preventiva» de un joven José María Aznar al grito de «Ni tutelas ni tu tías».

Pablo Casado logró (tras pelear en la carrera de las primarias contra el aparato del partido y del recién apeado Gobierno de Mariano Rajoy) el asentimiento muy mayoritario de los compromisarios elegidos por los afiliados al Congreso Nacional para sentarse en el «potro de tortura» del presidente del PP.

Un año después, puede decirse que es un jefe sin tutelas. En estos «meses valle», el nuevo presidente del PP no ha estado de brazos cruzados. Ha debido enfrentarse a un carrusel continuo de procesos electorales. Primero, las elecciones andaluzas. Luego, las generales. Seguidas, un mes después, de autonómicas en la mayoría de España y municipales y europeas en todo el país. Vale la pena recordarlo. ¡Ay, qué calvario supone afrontar la confección de unas listas electorales! Pues Casado, recién llegado, ha debido encarar cinco suplicios.

Y los resultados que el PP ha obtenido han sido descorazonadores. Baste decir que sólo cuenta con 66 diputados en el Congreso. Sin embargo, los pactos postelectorales territoriales le han llevado al poder en gobiernos autonómicos sobre un total de 21,8 millones de habitantes y a sentar en ayuntamientos a 2.851 alcaldes. Así que, siguiendo la máxima, tan en boga, de «ganar es gobernar», puede decirse que el «casadismo», cuando prácticamente no ha empezado a levantar el morro, ha salvado las primeras turbulencias a las que se enfrentaba.

El respiro que siempre da agosto también le ha valido a Pablo Casado para convocar la Junta Directiva Nacional (máximo órgano del partido entre congresos) y presentar un nuevo equipo de dirección con el que aspira a reconquistar el terreno electoral perdido. Y el mensaje que ha enviado es nítido: «Solamente rindo cuentas ante las bases». La etapa de corrupción y declive ideológico por la que erraba el PP antes de la llegada de Casado exigía un cambio total de rumbo. Era cuestión de supervivencia.

Ciertamente, la designación de Cayetana Álvarez de Toledo como portavoz en el Congreso provoca repelús a la mayoría del PP. Es un error. Perdió por goleada en Cataluña y, cuando fue diputada, su paso por la Carrera de San Jerónimo tuvo un tono antipático y altivo además de ser infiel con sus compañeros. Todo aconsejaba a Casado mirar hacia otro lado... si bien lo que tiene en las bancadas de la Cámara Baja no permite demasiadas alegrías para elegir. Tampoco las formas de hacer portavoz en el Senado a Javier Maroto han sido las correctas para una etapa donde la regeneración democrática se hace imprescindible.

La salida fulminante de Génova 13 de Marta González (la «enviada especial» de Alberto Núñez Feijóo) y de Vicente Tirado (mano derecha de María Dolores de Cospedal en Castilla-La Mancha) son tan descriptivas que no hace falta ni comentarlas. Y qué decir de retrasar más en Bruselas a Esteban González Pons, alejándole también del comité de dirección del partido... Más allá de cómo ejercieran sus competencias cuando tuvieron mando en plaza, el recado que transmiten los cambios es directo: «Casado es el general en jefe y sólo quiere comandantes de probada lealtad al frente de la tropa». Para bien o para mal. Rajoy tardó más de cuatro años en elegir a su equipo por salvaguardar la paz interna, fue «tirando» con el que puso Aznar... y en el interregno perdió dos elecciones generales (2004 y 2008). El joven líder del PP no desea repetir esa experiencia.

Pablo Casado no quiere ni familias, ni corrientes, ni estrategias asamblearias consensuadas en las baronías. No le faltan razones. Porque esas costumbres no forman parte de la cultura del PP, máxime en un tiempo para el que ha fijado como una de sus prioridades «refundir» el centro derecha («España Suma») para aglutinar a esa «mayoría natural» de españoles que no son de izquierdas y desean vencer al PSOE de Pedro Sánchez. Difícilmente se puede tender la mano a «otros» a cohabitar en la «casa común» si el edificio está lleno de goteras y con las ratas comiéndose los cables de la luz. Meramente sería percibido como una estrategia del que se desangra por su derecha (Vox) y su izquierda (Cs).

Casado ha llegado ligero de equipaje. Es un hombre de partido a quien nadie ha regalado nada... como a la mayoría de jóvenes populares que han accedido a la cúpula, por cierto. Al revés, ha escalado posiciones soportando empujones, codazos y programas de televisión en «horas golfas» que ninguno más aceptaba, y desayunándose «sapos» dando la cara por gentes a las que ni conocía solo porque «eran del PP».

¿Que las formas de renovar no han gustado a muchos? Claro. ¿Que se han percibido como soberbias? Por supuesto. ¿Qué algunos de sus nombramientos chirrían? No cabe la menor duda. Pero la «culpa» la tiene la prisa por retener a una militancia que se alejaba cansada de lo que veía. En realidad, lo que ha hecho Pablo Casado es operar de urgencia a un enfermo moribundo al que todos miraban sobre la mesa del quirófano y ninguno quería meter el bisturí. No le quedaba otra.