Cerco a la corrupción
Ferrusola a la Policía: «Mi casa no es el “Titanic”»
Con enorme tensión, pero controlada. Con un Jordi Pujol i Soley bastante tranquilo y una Marta Ferrusola visiblemente indignada. Eran las ocho de la mañana y para el matrimonio se producía el acto más tremendo y humillante de su vida personal y política: el registro de su domicilio particular, el piso familiar de toda la vida en la barcelonesa Ronda del General Mitre. A las órdenes del juez José de la Mata, de la Audiencia Nacional, unos doscientos policías de la UDEF (Unidad de Delincuencia Especial y Fiscal), irrumpían en casa de quien fuera el hombre más poderoso de Cataluña. A esa hora sólo se encontraban en el piso el matrimonio Pujol-Ferrusola, su hijo mayor Jordi, y una empleada de hogar de confianza. Ni siquiera el conserje de la finca, que llegó a su puesto de trabajo una hora más tarde y a quien se le negó acceder al piso.
Según fuentes de la investigación, el objetivo era requisar al primogénito, Jordi Pujol Ferrusola, que ahora pasa una temporada con su padres convaleciente de una intervención quirúrgica en el hombro, causada por una lesión deportiva. El análisis de la documentación remitida por la banca de Andorra y las pesquisas de la Fiscalía Anticorrupción concluyen que los Pujol actuaban «como una banda organizada», lo que lleva al magistrado de la Audiencia Nacional a acumular todos los procedimientos. Algo que aterraba días atrás al patriarca de la saga y así se lo hizo saber a Artur Mas en la reunión mantenida en casa de su gran amigo Joan Martí Mercadal, ex directivo de Banca Catalana. La llegada del caso a la Audiencia, donde también tiene pieza otro juez, Santiago Pedraz, escapa al control de la familia, sale fuera de la jurisdicción catalana y preocupa enormemente a los Pujol.
Los funcionarios fueron en todo momento correctos, pero la tensión era palpable. La Policía preguntó por el hijo mayor que, en ese momento, aún descansaba en su dormitorio de siempre, y fue alertado por sus padres. Según testigos presenciales, el ex presidente se mantuvo sereno, lo que contrastaba con la actitud de su esposa Marta, visiblemente alterada. «Nos quieren hundir, pero mi casa no es el Titanic», llegó a decir la «Dona» a la policía, mientras el ex presidente intentaba calmarla. Todo un símil del naufragio absoluto al que están ya abocados el clan pujolista y Convergència. Como el emblemático e imbatible trasatlántico, construido a prueba de galernas, pero hundido por un letal bloque de hielo: la corrupción.
Por su parte, el primogénito entregó a los funcionarios su teléfono móvil y la tablet, que fueron requisados por los agentes. En el entorno de la familia, el registro se considera «un grave atropello, un escarnio» y admiten que el patriarca se encuentra desolado. «Frío, pero con la procesión por dentro, esto es muy duro», aseguran. Al cabo de casi tres horas, la familia abandonó el domicilio para dirigirse el hijo mayor a su casa de Barcelona, y el matrimonio a su residencia de Queralbs, en el Pirineo, que también fueron registradas, junto con la casa que posee Jordi Pujol Ferrusola en la Cerdaña y que sirvió de refugio a la familia tras la confesión del ex presidente sobre sus cuentas en Andorra. La «Operación Hades», así llamada en alusión al dios de los infiernos, es el fin de quienes fueran la familia más poderosa de Cataluña, reconocen los convergentes.
La convulsión ha sido total y, según su entorno, el más tranquilo ante la situación está siendo el patriarca, que intenta calmar a su mujer, Marta Ferrusola, y a sus hijos. Fuentes de la investigación indican que durante el registro únicamente se permitieron dos llamadas: la de los abogados de Pujol, y la de la ex mujer del primogénito, Mercé Gironés. Aunque legalmente separados, la pareja mantiene buena relación personal y Gironés aparece también en el sumario de imputación de su ex marido. En cuanto a los vecinos de la finca, antiguos residentes, la indignación era visible y algunos salieron de sus viviendas para saludar al matrimonio Pujol. «Un atropello total», decían algunos por los descansillos de la escalera cuando los Pujol dejaban el piso y se aprestaban a coger el ascensor entre muestras de estupor.
La escena era de traca, dentro y fuera, con una avalancha de periodistas en la calle. Para colmo, muchos enfermos y pacientes de la Clínica Sagrada Familia, ubicada justo enfrente de la casa de General Mitre, contemplaban atónitos el espectáculo. Terrible escenario para una familia y el imperio convergente. Bien lo ha dicho Marta Ferrusola: Hundidos como el Titanic, bajo el tres por ciento.
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