El desafío independentista
Forcadell: lady procés
Carme Forcadell Lluís –Xerta, 1956– se creyó Robin Hood pero se quedó en el malvado Sheriff de Nottingham. Vestida con chaqueta rosa, y con cara de circunstancias, perseveró en todo tipo de fechorías a lo largo del día.
Hizo caso omiso del dictamen de los abogados del Parlament, les tapó la boca no leyendo su dictamen en la reunión de la Mesa y de la Junta de Portavoces, y puso cara de sorprendida y de no haber roto nunca un plato –con cinismo desmesurado– cuando la portavoz de Junts pel Sí, Marta Rovira, le pidió la palabra para iniciar el desafío del soberanismo a la democracia.
Por si fuera poco, Lady Procés no solo se pasó por su patriota arco del triunfo el dictamen de los letrados del Parlament sino que además publicó la ley en la web del Parlament saltándose su autoridad, de forma burda y torticera, pero que fue clarificador. Para la «activista política española», como la define wikipedia, el fin justifica los medios. Era el primer ejemplo del talante de lo que nos esperaba durante la patética jornada que se vivió ayer en el Parque de la Ciudadela «aquí mando yo, y usted no sabe con quién está hablando».
Lady Procés ayer imitó de Delzi Rodríguez, la presidenta de la Asamblea Constituyente de Venezuela, convirtiendo el Parlament en una cámara bananera. No ejerció de presidenta del Parlamento de Cataluña, que ayer firmó su acta de defunción, sino que se lanzó a la arena como la holligan que es. Sólo tiene un baremo Lady Procés, equilibrado y democrático dónde los haya, «yo tengo razón, los demás no», algo que debió aprender en sus cuatro años de presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, dónde nadie le llevaba la contraria, ni tan siquiera el entonces presidente Artur Mas que se genuflexionaba cada vez que veía a la «divina» Forcadell.
Finalizada la sesión –vergonzosa, por cierto– de la mañana, Forcadell se hinchó como un pavo y se dejó abrazar por diputados de Junts pel Sí que la felicitaban por su trabajo de cercenadora de libertades. Henchida de orgullo patriótico –dentro del mismo pavo– se dio su baño particular de besos y abrazos, y se autoproclamó protagonista del pleno. Un día antes, un alto dirigente soberanista me decía «estamos en manos de Forcadell, de ella depende todo». Les aseguro que no lo hacía con entusiasmo. Imagino que hoy estará arrepentido porque Forcadell hizo su trabajo sin pestañear, fustigando con el látigo de forma arbitraria al mejor estilode los capataces de los campos de algodón.
Ayer se ganó el apodo que le dedican los suyos en voz baja. Lady Procés no es ningún elogio, ni mucho menos, es un apelativo que se ha ganado por su arrogancia. Sólo le hubiera faltado entrar en el Parlament bajo palio, imitando al último dictador de este país. Esta filologa desde que llegó a la presidencia del Parlament se cree tocada de una sapiencia divina. Bastaba ver la cara del diputado de Cataluña Sí que es Pot, Joan Coscubiela, para discernir que su mirada no implicaba respeto, más bien Mal contrario.
Sin embargo, Forcadell tiene su público. Lady Procés es en el mundo paralelo del soberanismo, el que ve las cosas bajo un prisma radicalmente distinto al del resto de los mortales, es la heroína, la que aguantó los improperios y las interrupciones filibusteras de la oposición. Es su Juana de Arco o su Agustina de Aragón. Es casi su Marta Ferrusola, de las que dicen «Cataluña primero». Si para ello tiene que retorcer el reglamento, negar palabras, extorsionar derechos, menospreciar argumentos, coartar libertades....; todo se da por bien empleado para alcanzar el objetivo final: la independencia a pesar de la libertad. Se lo dejó bien claro, Joan Coscubiela cuando mirándole a los ojos le preguntó «¿este es el país que queréis construir?». En su club de fans destaca Lluís Llach, el que amenazó sin pestañear a los funcionarios que no se doblegaran al rodillo «indepe».el otrora cantautor le envió un tuit «nadie me puede representar mejor al frente del Parlament que la presidenta Forcadell. Gracias por asumir el riesgo que hoy su gesto comporta». Casi me pongo a llorar. No por emoción, sino por repugnante. Ahora resulta que el Sheriff de Nottingham es el bueno de la película y Robin Hood un maldito rufián. Es lo que tiene Lady Procés.
✕
Accede a tu cuenta para comentar