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García Egea y Maroto, los hombres de Pablo Casado

Hace apenas un mes entraba el barón Feijóo a Génova pidiendo cabezas. Hoy García Egea y Maroto son los ganadores indiscutibles: su capacidad de pactar da aire al PP

Javier Maroto y Teodoro García Egea, en una imagen de archivo / Foto: Cipriano Pastrano
Javier Maroto y Teodoro García Egea, en una imagen de archivo / Foto: Cipriano Pastranolarazon

Hace apenas un mes entraba el barón Feijóo a Génova pidiendo cabezas. Hoy García Egea y Maroto son los ganadores indiscutibles: su capacidad de pactar da aire al PP.

«Esto no es un pacto, es un parto». Así se lo dijo Teodoro García Egea a su jefe de filas, Pablo Casado, el pasado viernes por la mañana. Una jornada de infarto en Génova 13, en incesante línea con las sedes municipales de toda España, en especial con Madrid. En tan solo unos días, el secretario general del PP ha pasado de tener su cabeza en la órbita de algunos «barones» regionales a lucir una firme sonrisa de triunfador. Teo, el murciano fiel, el artífice del «casadismo», ha sido el auténtico muñidor de los acuerdos que han devuelto poder territorial al PP y la joya de la corona, el Ayuntamiento de Madrid. Y junto a él, como eficaz escudero ejecutor, el vicesecretario Javier Maroto. «Dos negociadores de primera, con mil caras, puño de hierro y guante de seda», dicen quienes han participado en estas maratonianas conversaciones. Estas fuentes atestiguan que Teo y el vasco Maroto pueden ser duros y exigentes, blandos y flexibles, según convenga para despiste del adversario. Al final, fue el propio Teo quien desbloqueó una situación embarrancada al filo de la madrugada del sábado con una frase lapidaria: «La gente no quiere trileros y os pasarán factura».

Así se lo espetó a los otros dos interlocutores que han batutado la negociación: Villegas por Cs, y Espinosa de los Monteros en nombre de Vox. Entendía Teodoro que no alcanzar un pacto entre los tres partidos del centro-derecha, permitir gobiernos de izquierda por egos personales o afán de sillones era una estafa. «Un timo a nuestros electores», les dijo a Villegas y Espinosa con lenguaje persuasivo. Sobre las diez de la noche, Martínez-Almeida y Villacís formalizaban su acuerdo. Desde ese momento, hasta las cuatro de la madrugada, fue Teo quien se empleó a fondo para convencer a Espinosa de los Monteros, muy enfadado por el cordón sanitario de Cs y aferrado a la moción de censura contra Carmena. «Se ha dejado la piel», aseguran en su entorno al definir su papel negociador. La política es el arte de lo que no se ve, y ello se ha cumplido en estas intensas jornadas con mucha trastienda.

Tras las elecciones del 28-A muchos líderes regionales del PP pidieron su cabeza, en especial la de García Egea. «De Génova no salgo sin cargármelo», advirtió el gallego Alberto Núñez Feijóo en el primer Comité Ejecutivo del partido, dónde le secundaron la valenciana Isabel Bonig, la asturiana «Cherines» Fernández y el extremeño José Antonio Monago. Tuvo que mediar el presidente andaluz, José Manuel Moreno Bonilla, para que la sangre no llegase al río. El secretario general era discutido, criticado por sus cribas en las listas electorales, le culpaban del desastre y querían su inmediata caída. No era menor la censura contra el vicesecretario. Javier Maroto, el otro puntal del «casadismo», a quien atribuían una mala organización y parte de los pésimos resultados. Pero Casado aguantó y depositó de nuevo su confianza en Egea para liderar la política de pactos territoriales, ayudado por Maroto y Levy, también persona de su confianza. Con la recuperación de Madrid en cabeza, el número dos del PP vuelve a estar en alza. «Otra vez de soldado a general», afirma uno de sus colaboradores. Nadie niega en el partido su verdadero rol de negociador entre bambalinas, rotundo y eficaz. Escoltado en silencio, casi con sigilo, por Javier Maroto. «La trinidad está salvada», comentan gráficamente en Génova sobre el actual triunvirato de poder Casado-Teodoro-Maroto.

«Todo ha sido un zozobrar sonoro», admite uno de los negociadores sentados a la mesa. Rumores, amenazas, corrillos, llamadas y noticias falsas que inundaron bajo un manojo de nervios la sede del PP. El duelo entre las exigencias de Ciudadanos y los berrinches de Vox se ha saldado sobre todo con el triunfo de Teodoro, que es también el de su jefe y fiel amigo, Pablo Casado Blanco, que afianza su poder en el partido. Una negociación que algunos definen como «dardos envenenados». Si uno lanzaba un mensaje, llegaba otro aún más radical, varios escuderos se fajaban a fondo, todos apuraban al límite sus exigencias. En este reparto de papeles, en Génova aseguran que Teodoro era un almirante con rumbo fijo, a veces duro e irrenunciable, mientras Maroto ejercía de capitán algo más suave. El escollo del Ayuntamiento madrileño, con las ocurrencias de alcaldía rotatoria, fue lidiado por ambos con tesón y sutileza.

La batalla del teléfono ha sido de traca. Y bastante definitiva, según fuentes muy cercanas que lo vivieron en directo. Hasta en cien ocasiones se cruzaron la línea el «halcón» Teodoro, el murciano pianista, campeón de tiro de aceituna mollar en su ciudad natal de Cieza, con José Manuel Villegas y Espinosa de los Monteros. Teodoro con puntería, como las olivas recién maduras, mientras Javier Maroto despachaba con Andrea Levy, una mujer que también ha demostrado paciencia y habilidad. Unos y otro le dieron tanto al móvil que a veces hasta las llamada saltaban por error, muestra de estos días de batalla trepidante. Mentideros, los hubo, y desmentidos también. «Oye, que a mí me ha llamado Rivera», mentían algunos dirigentes regionales de Ciudadanos con ganas de saldar sus propios intereses. «Eso no te lo crees ni tú», le dijo Villegas a uno de ellos. Lo cierto es que de cara a la galería ni Casado ni Rivera se implicaron en las negociaciones, dejando el protagonismo a sus «halcones» del núcleo duro.

Ayer, tras la proclamación de Martínez Almeida como Alcalde de Madrid, una sensación de alivio inundó a los tres jefes populares, Pablo, Teodoro y Javier Maroto. El secretario general, el más lapidado, ahora respira tranquilo. Llegó un día al Congreso de los Diputados en sustitución de otro murciano, Jaime García Legaz, y tejió una amistad a prueba de todo con Pablo Casado. A poco de ocupar su escaño se casó en la iglesia de San Miguel con una paisana, María José Escasaín, con quien tiene una niña a la que inculca su pasión por la música. Como buen ingeniero de Telecos, experto en señal cerebral y redes inalámbricas, calculó con precisión matemática el objetivo. Cuando al filo de las cinco de la madrugada abandonaba Génova con Javier Maroto llamó por última vez a Casado: «Pablo, todo en orden, deber cumplido». Sobre todo, con los electores.