Crónica del domingo

La guerra Puigdemont-Junqueras ahoga a Sánchez

La rivalidad independentista convierte la negociación en una extorsión permanente, sin más salida para Moncloa que ceder en todo o ir a elecciones

Pedro Sánchez en su despacho de Ferraz con una imagen de Kennedy tras él
Pedro Sánchez en su despacho de Ferraz con una imagen de Kennedy tras élPSOE

El pasado jueves estaba todo preparado para escenificar el acuerdo de investidura de Pedro Sánchez. Tanta seguridad había en Moncloa que el PSOE comenzó a hacer llegar a sus socios el texto de la proposición de ley de amnistía para que lo fueran firmando y se hiciera entrada de él en el registro de la Cámara. Todo iba según lo previsto hasta que Carles Puigdemont estalló en cólera y dio tal puñetazo en la mesa que tiró por los suelos los planes de Moncloa. ¿La razón? Que se sintió engañado por la interlocución socialista por permitir que ERC se haya quedado con el titular de la ley de amnistía –incluida las causa del Tsunami que la Guardia Civil agiliza y los CDR, camino de juicio–, de la cesión de Rodalies, de la figura del verificador y de la condonación de 15.000 millones de euros a la Generalitat. A Puigdemont le han robado la cartera en medio de la negociación, y esto solo puede agravar la «extorsión» y la situación de Sánchez como «rehén» del independentismo, a presente, pero también a futuro.

El drama, y son conscientes de ello en Moncloa y en el partido, es que una vez que Sánchez ha llevado la negociación a tal extremo, con Oriol Junqueras de «bolos» por los medios afines para presumir de los «higadillos» que ha conseguido sacarle al PSOE, el líder socialista se ha convertido en un rehén del pulso a cara de perro que mantienen Puigdemont y Junqueras, y esto no le deja más salida que la de ceder en todo lo que le pida el ex presidente prófugo de la Justicia o convocar elecciones. Con el agravante de que esta última vía de escape también se la ha taponado porque sus interlocutores se han manchado tanto las botas en el fango del intercambio de «papeles» que no ven vuelta atrás sin que lo que ya han hecho no tenga unas consecuencias fúnebres en un nuevo examen electoral.

Tal es la guerra entre Puigdemont y Junqueras que el PSOE se ha movido en esta negociación con dos textos de ley de amnistía. Uno, el que manejaba con los de Junqueras; otro, el que ha negociado con Puigdemont. Las dos partes han querido utilizar incluso la amnistía para hacer daño a su enemigo político. Por ejemplo, Junts no estaba a favor de que entre los beneficiados estuviera Tsunami Democrático, es decir Marta Rovira, secretaria general de ERC desde 2011, y que reside huida de la Justicia española en Ginebra desde 2018. Como consecuencia de este acuerdo del PSOE con ERC Puigdemont apretó más al PSOE y elevó la exigencia sobre los nombres de los «amigos» que quiere que se vean también liberados de la carga penal y económica por la que se les persigue por los presuntos delitos cometidos durante el «procés». Y ésta es la dinámica de estrangulamiento en la que ha caído Sánchez y que condicionará igualmente, una nueva legislatura de otro gobierno de coalición en manos de estos socios.

En el entorno del ex presidente prófugo de la Justicia española dicen de él, medio en broma, medio en serio, que cada mañana se levanta «pensando sólo en cómo matar a Junqueras». La amnistía, las exigencias sobre la Nación catalana y hasta la demanda de la consulta están sometidas, en su redacción, al odio visceral que dirige la relación personal y política entre Puigdemont y Junqueras. Por eso, las conversaciones con Puigdemont, públicas y privadas, y, sobre todo, el último viaje de Santos Cerdán a Bruselas han confirmado los peores temores en el equipo del presidente en funciones. Porque esto no se acabará en la investidura, sino que será un proceso de extorsión, de estrangulamiento constante desde Junts y ERC para ver quién gana más con respecto al otro en la pugna por la Generalitat de Cataluña.

No hay que pasar por alto de dónde venimos, y Puigdemont ya comprobó en esta pasada Legislatura que el pragmatismo de ERC ha sido un trabajo al servicio del PSC, que, además, él ha criticado duramente desde su atalaya de Waterloo. Por tanto, y esto lo tienen muy claro en su entorno, Puigdemont no inviste a Sánchez para hacer política ni para colaborar en agendas económicas o sociales, sino para convertir la causa del conflicto catalán en el tema central de la agenda de Madrid, y usarla como trampolín para ganarle a Junqueras la partida en las próximas autonómicas. En los últimos días de esta semana el líder de ERC ha movido sus fichas pensando también más en desestabilizar el acuerdo con Puigdemont que en remar a favor de la investidura. Es lo que ha hecho con la presentación de su pacto con el PSOE, con las declaraciones anticipando el contenido de la amnistía o incluso apropiándose de la figura del verificador, por la que Puigdemont ha hecho causa personal para exhibirla como un triunfo por llegar más lejos de lo que ERC consiguió en la negociación de la investidura de Sánchez de la pasada Legislatura.

Mientras Moncloa confía en que pase el vendaval y la gente se olvide de lo que se cedió para sacar adelante el Gobierno de coalición, en el partido tiemblan las piernas al sentirse al borde del precipicio por el alcance de lo que se está pactando. Nunca pensaron que se llegaría tan allá y asumen que la revuelta social, judicial e institucional no se apagará tan fácilmente como anuncia el equipo de Sánchez.