Caso ERE
Guerrero, el hombre impasible, vuelve de nuevo a prisión
El ex director general de Empleo Francisco Javier Guerrero llegó tranquilo a los juzgados del Prado, sonriendo.
El ex director general de Empleo Francisco Javier Guerrero llegó tranquilo a los juzgados del Prado, sonriendo. La Guardia Civil llamó a su casa a las ocho de la mañana. Le trasladó una citación para que se presentara en el juzgado a las diez. Ni de lejos se imaginaba el ex alto cargo de la Junta que iba a ingresar de nuevo en prisión, pero pasadas las ocho de la tarde entró en un furgón policial camino de la cárcel, de donde salió el pasado mes de octubre tras pagar una fianza de 50.000 euros.
La titular del Juzgado de Instrucción número 6 de Sevilla dictó auto de prisión, atendiendio la solicitud de la Fiscalía Anticorrupción, que reclamó esta medida por considerar que existe «riesgo de fuga», que pueda «destruir o alterar pruebas» y de que pueda entrar en contacto con otros imputados. Sobre Guerrero ya pesan seis delitos de prevaricación, malversación de caudales públicos y cohecho, así como de falsedad en documento oficial y en documento mercantil. Fue director general de Trabajo entre 1999 y 2008. Sólo en ayudas directas a empresas aprobó 75 millones de euros en el tiempo que estuvo en el cargo.
Antes de que Guerrero entrara en el despacho de la juez Alaya estuvo esperando cuatro horas. Estaba en calma, bromeó con los periodistas y contó incluso algún chiste que provocó las risas de la Prensa. Creía que iba a ser una declaración de pura rutina. «Mira, es que esto de ponerse nervioso sirve para poco». Sentado en un banco de la segunda planta de los juzgados de Sevilla, Guerrero insistía en que hay algunos implicados de la Junta que no han declarado y que deberían hacerlo. Apuntaba a las líneas altas de la pirámide.
A Guerrero el móvil no le para. Se entera de que han detenido a «Goyo» en Las Palmas, el de la venta de Cazalla, donde iba habitualmente el ex consejero Viera y que según declaración de su ex chófer en el juzgado era el «camello» de la trama. Lo llama su abogado y bromea: «Aquí estoy en el banquillo». Después no hubo bromas. El enfado de su letrado fue notable. Le aconsejó que se acogiese a su derecho a no declarar. No es que Guerrero se tome el caso más grave de corrupción destapado en Andalucía a chacota. Sufre de optimismo crónico, sin cura, la cualidad que le descubrieron en la Junta para que se llevara al huerto a empresarios y activistas sindicales. La directriz –dice– venía desde arriba: todo por la «paz social». La sonrisa sólo se le desdibujó camino del furgón policial. En esta espera en el banco de los juzgados, Guerrero cuenta a este periódico el cruce de sangres por parte paterna. En sus bisabuelos se mezclan los tagalos de Filipinas y unos italianos –los Pinello– descendientes de banqueros genoveses que debieron venir en barco buscando el dorado de las indias. «La verdad es que se lo gastaron todo antes de que llegara a mí». Está recopilando una serie de poemas que tenía en los cajones. Tiene dos novelas a medias; una acabada. La historia de los ERE es la que no ha acabado.
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