
El desafío independentista
Hay riesgo de contagio
Este peligro hará que Francia y los demás estados cierren filas con el Gobierno

Cuando el presidente Macron es bastante audaz –o temerario, segun se mire– para llamar a una soberanía europea que supere a los estrechos nacionalismos de los Estados europeos parece absurdo y anacrónico el drama que se está desarrollando en Cataluña.
Por muy próximos que sean los dos países, siempre se ha visto España desde Francia con cierto folklorismo. De pronto se descubre que el independentismo catalán va en serio y que esta región de España, que parecía la más afín, tiene todas las características las más exóticas que se le achaca al vecino ibérico.
¿ Cómo esta gente con fama industriosa, y por ello en principio pragmatista y consciente de sus intereses, pueda dejarse llevar a tales extremos ? En la Francia centralista y jacobina donde los regionalismos suelen agitar a zonas pobres poco interesadas en asumir una verdadera independencia, resulta dificil entender las pasiones que agitan a los catalanes. Sobre todo cuando España parecía por fin haber salvado la crisis económica y hasta puede presentarse como un modelo de reforma y de crecimiento.
Los comentaristas descubren con asombro la gravedad de un conflicto que solían reducir a la rivalidad futbolística entre el Barça y el Real Madrid. La Generalitat ha sabido, a través de generosas invitaciones a periodistas e incontables entrevistas a la prensa, hacer conocer y no pocas veces compartir, su visión propia del asunto sin que el Gobierno central haya dado su propio punto de vista, sea por descuido suyo o por el desinterés de aquellos articulistas que sueñan con revivir los tiempos románticos de aquél «Homenaje a Cataluña » de George Orwell.
En muchos comentarios, el « derecho a decidir » se ha impuesto como una evidencia, como si a los catalanes se les hubiera prohibido votar en los más de 30 años de democracia. Pasa un poco lo que pasó con el problema vasco, cuando a los terroristas de ETA se les veía como opositores a una dictadura que ya no existía desde mucho tiempo. En el caso de Cataluña, vuelven a surgir, fomentados por la propaganda independentista, los tópicos de siempre sobre España, aquellas inevitables alusiones a la Guerra civil y al Franquismo, últimos episodios de la Leyenda negra que, si no se calman las tensiones, pronto nos traerá recuentos de la Santa Inquisición.
Ahora bien, ésta es la visión simplista que tienen muchas voces periodísticas, generalmente en los medios de izquierda. Después del Brexit, la rebelión catalana parece un inmenso despropósito a la gran mayoría de los Franceses.
Cuando casi por milagro, se ha logrado en este país superar, en las últimas elecciones, el desafío conjunto de los populismos de derecha y de izquierda, cuando se está demostrando cada día que el Reino Unido no va a ninguna parte al romper con Europa, es difícil entender la estrategia rupturista de los independentistas. ¿ Es que nadie les ha explicado que están obrando a la destrucción de la Europa que cuesta tanto construir y a la que ellos mismos pretenden pertenecer ? Las ambigüedades regionalistas y la falta de explicaciones desde las instituciones de Bruselas son, para muchos, una nueva muestra de su irrelevancia, o por lo menos de su incompetencia. Tampoco los dirigentes europeos, enfrascados en sus propios problemas, han sido capaces de adelantarse a los acontecimientos de Cataluña antes de que las imágenes de violencia callejera les obligue a intervenir a destiempo. La falsa excusa de la «no intervención en asuntos internos» de otros países ha servido para dejar el campo libre al discurso independentista. Como si lo que está pasando en Cataluña no iba a afectar el orden del día de la Unión Europea, ya de por sí complicado.
Es, por supuesto, muy real el riesgo de contaminación del separatismo a otras regiones europeas si triunfa en Barcelona. Este peligro hará que Francia y los demás gobiernos e instituciones cierren filas y apoyen a las autoridades españolas.
La amenaza es tanto más grave que el método de desafío absoluto a la legalidad vigente, por parte de una institución legítima como la Generalitat, no tiene precedente alguno. Puede ser un ejemplo nefasto para una cantidad de conflictos, no solamente los de carácter separatista.
Las llamadas al diálogo entre las dos partes están muy bien pero no pueden servir para equiparar las posiciones enfrentadas sin que se vuelva al respecto de la ley.
Insistir en que la Democracia no es sólo votar sino hacerlo dentro de la legalidad del Estado de Derecho es un mensaje elemental que para muchos parece difícil de entender en estos tiempos de populismos y demagogia.
Aunque los tiempos estén cambiando, Francia sigue siendo el país del racionalismo y la esperanza es que la razón acabe por triunfar. La gran mudanza de los bancos es un signo que al fin y al cabo los catalanes probablemente se curarán de su pasión tan ibérica para volver a defender sus intereses con su habitual talento.
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