Jorge Vilches
La huida de Sánchez
Quizá tiene razón Alfonso Guerra cuando dice que el problema socialista es su candidato
La decisión de Sánchez de convocar elecciones no ha sido una jugada magistral. Tampoco Maquiavelo ha inspirado al presidente. Es una huida y todos lo sabemos. He aquí el error: el conocimiento general de que Sánchez llama a las urnas para escapar de la crítica. Si hubiera parecido la decisión meditada y colegiada del PSOE, o una deliberación del Consejo de Ministros, Sánchez podría haber ocultado su miedo. Pero no ha sido así. El pánico le impulsó a ejecutar mal su decisión personal. Esa mala ejecución se ha trasladado al tipo de campaña electoral que ha elegido. El modelo es un clásico ya casposo. La primera fase de esta variedad propagandística tras una derrota en las urnas es recobrar el ánimo de la tropa con un sarta de insultos al vencedor. Es preciso remover las vísceras de los propios, recordar a quién odian y por qué. Para esto hay que incidir en el pasado turbio del enemigo y en la degradación personal de sus dirigentes. El resultado ha sido sacar el Prestige, el Yak-42 o los atentados terroristas del 11-M.
A esto han añadido la degradación del adversario constitucional. Esto es insólito en una democracia liberal asentada. Repasemos. El partido de la oposición legal, insisto, homologable a otros conservadores europeos, es tildado de «derecha extrema» que copia a Trump, Bolsonaro y Orban. Sánchez no explica por qué. Quizá sea porque Feijóo se opone a su dictado. La irresponsabilidad es manifiesta. No se puede trasladar a Europa que en España va a llegar al poder un partido antisistema o defensor de una democracia iliberal. Es muy probable que por disparates como este EEUU no quiera a Sánchez como secretario general de la OTAN, aunque sepa inglés.
Ya no hay diferencia entre el Pablo Iglesias de la «alerta antifascista» tras la derrota en Andalucía en 2018 y el Sánchez después del 28-M. No ha aprendido nada. Los electores andaluces han visto que el PP no es el fascismo, sino un partido gestor y moderado, y el resultado ha sido su crecimiento en Andalucía. Lo mismo puede pasar en España. Si el sanchismo alerta del apocalipsis por la victoria de Feijóo y no pasa nada al día siguiente del 23-J, volverá el PP a vencer en las elecciones y por más distancia. En esta misma cadena de despropósitos, Sánchez ha buscado el victimismo más básico para conseguir que le arropen los mismos socialistas que le culpan de la derrota. El presidente se ha hecho pasar por víctima de una corriente reaccionaria, de un «monstruo de dos cabezas», en palabras de Pilar Alegría, y de los medios malvados que osan criticar su política. Todo es una conspiración contra él porque el mundo gira a su alrededor. Trump ya no está solo.
Luego, en esta fase de la campaña, procede la degradación del líder de la oposición. ¿Dónde? Primero en un atril sin respuesta posible y luego en las redes, como los buenos populistas en cualquier país. ¿La acusación? Feijóo no habla inglés. ¿Y? Ya dijo Ortega en una polémica con Madariaga que es posible ser «tonto en cinco idiomas». Felipe González, Aznar y Rajoy no hablaban inglés, pero eran más respetados por los presidentes de EEUU. Ninguno tuvo que dar una rueda de prensa en la rampa del parking del patio trasero de la Casa Blanca. En definitiva, el PSOE inicia mal una campaña marcada por la huida de Sánchez.
Quizá tiene razón Alfonso Guerra cuando dice que el problema socialista es su candidato, pero tampoco fue bueno que maniobrara para que saliera Zapatero y no José Bono en el congreso del año 2000. Tan cierto como que callan todos los socialistas que esperan un cargo. Ninguno de los que han levantado la voz, como Redondo Terreros, César Antonio de Molina, Corcuera o Tomás Gómez espera nada del sanchismo. El bipartidismo imperfecto se está reconstruyendo -véase la resurrección del PP- y el PSOE está a por uvas.
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