Opinión

El interminable previo de investidura

Se ha conseguido una fractura de los españoles

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez
El presidente del Gobierno en funciones, Pedro SánchezOLIVIER MATTHYSAgencia EFE

España su particular Día de la Marmota con esta interminable antesala a la investidura de Pedro Sánchez como presidente del gobierno. Ya casi se nos ha olvidado que una vez votamos, que ganó el Partido Popular, que no pudo formar gobierno y que aquí andamos, abúlicos, esperando a que un fugado investigado por terrorismo decida si vuela por los aires el estado de derecho. El trueque: siete votos imprescindibles para un desalmado a cambio de dinamitar la igualdad entre ciudadanos.

Pedro Sánchez ofrenda la democracia a los pies del expresident fugado, Carles Puigdemont, para ver amanecer de nuevo en Moncloa, que le gusta a él. Y se olvida de todo límite moral, de toda ética y responsabilidad política y hasta del más elemental sentido del decoro. Solo importa una cosa: permanecer en el poder.

Y eso convierte en mera transacción interesada lo que quieren vendernos como paso en favor de la convivencia. Lo único bueno de eso, hay que encontrar a todo la parte positiva por puritita superviviencia, es que también sería capaz de lo mejor si ello le beneficiase. Es decir, que igual que traiciona hoy a los españoles demócratas y a los constitucionalistas, puede mañana traicionar a los separatistas. Con la misma desvergüenza y cara de cemento armado y por los mismos motivos. Diciendo que es lo mejor para España y que lo que pasa es que ha cambiado de opinión. Si esos siete votos se los asegurarse enviar a Puigdemont y los suyos a la cárcel sosteniendo que son terroristas, lo haría.

No es que no le importe España, o la democracia, o la igualdad entre ciudadanos. No es que crea en que hay realmente un conflicto injusto en Cataluña que hay que reparar. No es que no crea en eso, es que no cree en nada. Solo en él y su ansia de poder. Y ahí precisamente está el truco por el que los suyos le jalean y parecen haber perdido el oremus y la vergüenza torera, dispuestos a defender hoy lo contrario de lo que defendían hace tres, seis o nueve meses: están a expensas del capricho aleatorio de un líder despiadado. Uno que, lo saben, les dejará caer en cuanto no les necesite. Valen el equivalente a la intensidad de su aplauso.

Pero volvamos a la abulia, que parece empezar a abandonarnos. A Pedro Sánchez, el reloj le juega a la contra. Si hace unas semanas parecía más que probable la amnistía y la dábamos casi por segura, dispuestos a tragarla como los críos a cargo de Mary Poppins se tragarían la píldora de la canción, con un poco de azúcar, ahora parece más complicado, según los acontecimientos. Los constantes acelerones y frenazos de Puigdemont, comportándose como una princesita que siempre quiere un poco más, consciente de lo difícil que va a tener verse en otra como esta, y los constantes «lo que tú digas, cariño» del que vendería a su madre, han acabado por lograr lo que parecía imposible: movilizar al ciudadano aletargado. Y eso es lo que puede dar más miedo al presidente en funciones, Pedro Sánchez, ver que ha perdido la calle.

Porque todas sus decisiones se envuelven en el celofán brillante de lo que es mejor para el pueblo. Pero si el pueblo está en frente, si el pueblo grita que no es eso lo que quiere, se empieza gritando que el sombrero tiene doble fondo, que lo hemos visto, y se acaba pidiendo que la devolución del importe de la entrada.

Hoy la amnistía está más lejos que ayer, pero no sé si lo suficiente todavía. Y aún en caso de que no lo consiga, lo que sí ha conseguido ya es una verdadera fractura entre los españoles. Esa muesca en su revólver ya no se la quita nadie.