Historia
Joan Rovira i Roure, el alcalde de Lérida fusilado por organizar la Cabalgata de Reyes en 1936
La Generalitat de Companys elaboró una ley que prohibía todo festejo relacionado con la Navidad
La Generalitat de Cataluña, presidida por Lluis Companys, elaboró una ley que prohibía todo festejo relacionado con la Navidad
El independentismo ha utilizado en numerosos municipios de Cataluña la Cabalgata de los Reyes Magos con fines políticos y, así, han sido muchos los alcaldes que han aprovechado este acto de trasfondo religioso y pensado fundamentalmente para los niños para pedir la libertad de los “jordis” y de Oriol Junqueras.
Sin embargo, basta echar la vista atrás unos años para comprobar que a la Generalitat de Cataluña estas cabalgatas y cualquier otra actividad religiosa les parecían reprobables y fueron prohibidas. El admirado Lluis Companys, al que el soberanismo rinde homenaje cada 15 de octubre, era presidente de la Generalitat en esta época y elaboró una ley que prohibía todo festejo relacionado con la Navidad, simplemente por sus raíces religiosas, como la Misa del Gallo o la Cabalgata de los Reyes.
Pues se da la circunstancia de que Joan Rovira Roure, abogado del Estado y político de la Liga Regionalista, de orientación catalanista y católica, era alcalde de Lérida durante la Segunda República y no se le ocurrió otra cosa que celebrar una Cabalgata de Reyes en su ciudad, como había sido costumbre en toda España durante años.
El 18 de agosto, justo un mes después del golpe de Estado y del inicio de la Guerra Civil, fue detenido e internado en la cárcel de Lérida. El 27 de agosto fue juzgado por el “Tribunal Popular”, pese a la inmunidad parlamentaria alegada por un enviado de la Generalitat de Cataluña. El juicio fue sumarísimo y se le negó la posibilidad de defensa. Fue condenado a muerte, entre otros motivos, por el hecho de que, en su calidad de Alcalde de la ciudad, hizo celebrar la cabalgata de los Reyes Magos en enero de 1936, cabalgatas que habían sido suprimidas en tiempos de la República. La misma noche del 27 de agosto fue transportado al cementerio de Lérida, fusilado en el “paredón”, y enterrado en la fosa común. Uno de los sepultureros comentó que en el momento previo a su muerte perdonó a los que le estaban ofendiendo y maltratando y lo iban a fusilar, invocando a Jesucristo que perdonó a los que le crucificaron, según cuenta la web del opispado del Lérida.
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