Entrevista

Jorge Freire: «La amnistía es buenismo»

«La medida encierra una trampa moral. Sería mejor reconocer que es una negociación de despacho y no tratar de elevarla a un plano existencial»

Entrevista a Jorge Freire.
Entrevista a Jorge Freire.David JarLa Razón

Imbuidos de exhibicionismo moral, en el tiempo hiperconectado que nos ha tocado vivir, corremos el riesgo de banalizar el bien. Jorge Freire (Madrid, 1985) lo ha detectado y, con ecos de Arendt, despliega todas sus herramientas filosóficas no solo para alertarnos de los peligros a los que nos enfrentamos, cual Ulises viajeros, sino para compartir sugerencias y evitar que los ciudadanos «quedemos reducidos a coro griego». No se pierdan su último vademécum: «La banalidad del bien» (Páginas de Espuma).

Nos presentó al «homo agitatus» que somos. ¿Hemos evolucionado ahora a «homo banalis»?

La banalidad del bien en realidad es consecuencia de la cultura de la agitación, que nos impele a hacer constantemente. Y tiene un correlato lingüístico. El lenguaje se ha trivializado y prolifera una palabrería vana que se impone a la acción. Es mucho más importante lo que decimos que lo que hacemos. La banalidad del bien tiene mucho que ver con hacer muchas cosas que no significan nada o, al menos, demostrar que las hacemos.

Con el escaparate inestimable de las redes sociales...

El exhibicionismo de nuestro tiempo es pernicioso. No tanto por el postureo en sí mismo como por creer que con la apariencia basta y que nos descarga de actuar. Es mucho más importante, por ejemplo, condolerse de las víctimas de Palestina firmando un manifiesto o poniendo un tuit que apoyar al vecino que lo pasa mal. Es una constante de nuestra cultura.

La banalidad que denuncia se cuela en todos los ámbitos de la vida. ¿También en la política?

Por supuesto. Y se da por la sobrepolitización que ha hecho que no haya conversación en ninguna casa española que no esté atravesada por la política. Se ha producido, permítame decirlo, una catalanización del resto de la sociedad española. Antes se decía que la política no podía reducirse a votar cada cuatro años y ahora se ha llevado al otro extremo: todo es política y vivimos en una campaña electoral permanente.

Y de crisis en crisis...

De nuevo la inflación de las palabras. Nos hemos quedado sin objetivos a fuerza de escandalizar. Nos olvidamos de que la democracia es deliberativa y si la deliberación se pone en tela de juicio, lo que sucede es que dejamos de ser ciudadanos para ser espectadores, y eso es peligrosísimo.

«La cuestión catalana no se va a solucionar porque no hay voluntad de hacerlo en décadas»

¿Y cómo reducir esa hiperpolitización?

La respuesta fácil sería decir que necesitamos mejores políticos y, sobre todo, que nos traten como a adultos... pero también hay que hacer un poco de autocrítica. Los políticos responden a una demanda y muchas veces la sociedad lo que quiere son humoristas, alguien que les entretenga y les dé salseo.

Entonces, más allá de la antipolítica, ¿hemos llegado a la frivolización de la «res pública»?

Lo decía Tocqueville en el segundo libro de «La democracia en América» al advertir sobre el riesgo de que los ciudadanos suelten las riendas y se conviertan en súbditos.

Volviendo a la trivialización del lenguaje que comentaba. ¿Se recurre a principios y valores para justificar decisiones políticas coyunturales, como en el caso de la amnistía?

La amnistía es buenismo. La apelación abstracta a ciertos valores, como el perdón, es buenismo. No significa nada. Los valores, por mucho que diga su nombre, no valen nada. Los únicos son los bursátiles. ¿Quién está en contra del perdón? Nadie lo está. Pero hay que reconocer que el perdón se puede dar de muchas formas.

¿Por ejemplo?

Una cuestión son los indultos, que pueden ser cuestionables, pero suponen que el Estado concede, valiéndose de su «auctoritas», un perdón a una serie de personas que han obrado mal. La amnistía no significa eso. Implica que es el Estado el que pide perdón a aquellos que han contravenido la ley. Es una trampa moral. Estaría muy bien que quienes tratan de moralizar acerca de esta cuestión no elevaran a un plano existencial lo que, en el fondo, no es más que una negociación de despacho.

Se apela, en cambio, a la concordia como motivo último.

En los últimos tiempos nuestros políticos han favorecido desencuentros y han generado divisiones «ad hoc» para polarizar. Y esos desencuentros son todo lo contrario de lo que, en principio, se busca promover. El encuentro significa acercarte a tu contrario, aunque no disolver las diferencias. La fragmentación es la esencia de la política.

¿Una fragmentación ideológica?

Las ideas son importantísimas. Creo que parte del descrédito de la política es su confianza en que basta con el relato, la dichosa comunicación política. Si apareciera un político que huyera de los golpes de efecto y que defendiera principios, sería algo absolutamente contracultural, iría contracorriente.

«Parte del descrédito de la política es su confianza en que basta el relato, los golpes de efecto»

Superando el sometimiento al «meme»...

El auge de las redes sociales ha provocado que los políticos tengan una vida profesional mucho más corta. Antes tenían unas carreras más dilatadas que las fugaces de Rivera o Iglesias. Ellos eran el banderín de enganche de las nuevas generaciones y han caducado muy rápido. ¿No tendrá algo que ver su sobreexposición mediática? Hegel decía que nadie es un héroe para su ayuda de cámara. No queremos héroes en política, pero tampoco personas de las que sepamos todas sus opiniones futbolísticas, todas las series que han visto... Convendría un poquito de distancia.

Y cultivar el misterio.

Parece que tienes que exhibirlo todo. Lo cual es abyecto, porque yo creo que muchas veces mostrar los sentimientos lo que hace es librarte de tener que actuar. Sería preferible moderar esa efusión sentimental y aprender a dominarse y a gobernarse, que en el fondo es uno de los grandes mandatos de la filosofía clásica, de lo que ya hablaba Sócrates. Habría que recuperarlo.

¿Ve mucha efusión sentimental en los escaños del Congreso?

Muchos políticos se sirven de esta retórica sentimental y meliflua. Yolanda Díaz utiliza una forma muy almibarada de hablar, no solo en tono, sino también en contenido. Atención a los ciudadanos: si alguien les habla así, puede que se esté sirviendo de nosotros. Yo lo que pediría a los políticos, por favor, es que nos hablaran como adultos y no como a niños pequeños.

«Si apareciera un político que defendiera principios, sería contracultural»

En su libro alerta de que el «procés», o sus rescoldos, pueden convertirse en revolución permanente. Augurio poco esperanzador.

La cuestión catalana no se va a solucionar porque además no hay voluntad de solucionarla en unas cuantas décadas. Eso significaría que debemos conllevarla, como decía Ortega, pero yo añado y, a lo mejor no está bien decirlo, que tendríamos que soslayarla un poco. Creo que la preeminencia de la cuestión catalana en la política española, además de que ha hecho que nos olvidemos de las cuestiones que pasan en el resto de España, lo que está generando, entre otras cosas, es atizar la catalanofobia. No puede ser que en las noticias, durante no sé cuantos meses o años, sólo se hablara de Cataluña. Eso genera un hartazgo porque se está sobredimensionando el peso de Cataluña.

Pese a la banalización de la sociedad, se niega a caer en el derrotismo y en la queja. ¿Por qué?

Me gusta mucho la crítica. Aunque por carácter soy pesimista, por ideas soy optimista. Por una razón: creo que no hay una actitud más conformista e irresponsable que el pesimismo y sobre todo el catastrofismo que se ha generalizado en nuestra sociedad.

¿Con motivos?

No digo que injustificadamente, pero, por ejemplo, mi generación está dominada por el cinismo. Es el rasgo más desmovilizador que puede haber. Supone la mueca de la claudicación: solo queda hacer una bromita sarcástica porque en el fondo todo está fatal. Pues no, no lo está.