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La socialdemocracia europea, cercada por el populismo

La Razón
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Desde el final de la Segunda Guerra Mundial, la socialdemocracia ha jugado un papel fundamental para la consolidación democrática y la riqueza de muchos países europeos. En los últimos veinte años, sin embargo, este modelo ha experimentado una profunda crisis. Algunos partidos socialdemócratas ha sufrido un proceso de reformas, con la misión de reinterpretar su papel en la sociedad. Otros fallaron a su cita con la historia y antepusieron la tradición del socialismo a la adaptación de los nuevos tiempos. En general, la mayoría dijo «no» al cambio y perdieron votos, el poder y los gobiernos.

¿Qué queda de la cultura social y económica de la socialdemocracia en Europa? ¿Dónde está su modelo europeo de Estado del Bienestar, siempre admirado por otros partidos reformadores de izquierdas en todo el mundo? ¿Cuál es la nueva propuesta de su cultura política, una vez que se ha encontrado un equilibrio sostenible y exitoso en lo que tiene que ver con los temas de la equidad, justicia y la pertenencia a las democracias parlamentarias? A primera vista, la comparación entre la socialdemocracia tradicional de la segunda posguerra y los partidos actuales resulta impetuosa. Por un lado, los partidos de la socialdemocracia de toda la Unión Europea han perdido impulso. Por otro lado, están pagando las consecuencias de las malas políticas de la UE así como un entorno internacional inmerso en una pesadilla.

En tiempos de crisis, el clásico problema de la escasez de recursos para cubrir las necesidades de crecimiento se agrava. Mientras que en el seno de las fuerzas socialdemócratas existe una diferencia fundamental con el pasado. Muchos de ellos, en Europa básicamente, mostraron su acuerdo con las políticas de austeridad, sacrificios y saldo neto adoptados por la UE y por el FMI. Ellos han estado de acuerdo implícitamente y a veces explícitamente en el principio de las soluciones liberales y neoconservadores. Esta clase política se ha concentrado en complacer a los mercados financieros internacionales y las institución de la UE por temor a la posible volatilización de los mercados y las terribles consecuencias para su economía nacional, especialmente para los países con enormes deudas públicas. Éste fue el caso del Partito Democrático italiano del primer ministro Matteo Renzi en Italia. El popular líder está tratando de aprobar ahora un conjunto de reformas inspiradas en cierta medida en la cultura liberal más que con las reforma de lo sociales. En menor medida, pero en la misma dirección, el SPD aleman con Sigmar Gabriel, vicecanciller y ministro de Economía, a la cabeza, ha seguido los dictados de la CDU de Merkel, quien no les ha dado margen de maniobra.

Por otra parte, la desastrosa derrota del partido Pasok en las elecciones helenas del pasado 25 de enero debería servir para demostrar el riesgo de estas coaliciones (el Pasok gobernó en coalición con los conservadores de Nueva Democracia) en el que no se tomaron en serio ninguna de sus reformas planteadas durante la campaña electoral. La homogeneización de la cultura política de los partidos socialdemócratas que optaron por la austeridad llevó cientos de manifestantes en Grecia a referirse al entonces líder del Pasok, Yorgos Papandreu (que en estas elecciones se presentó con otro partido de centro izquierda provocando una crisis interna en el Pasok) como «el mejor empleado de Goldman Sachs». Esto supuso la derrota total de su partido, como ahora se ha visto al situarlo en la última fuerza política del país. De este modo, quienes les han robado los temas de justicia social y equidad han sido los movimientos antisistema lo que explica el éxito de Syriza en Grecia. Es decir, los nuevos populismos, tantos de izquierda como derecha están haciendo suyo un discurso que los sociáldemócratas han dejado volar.

Por su parte, el Partido Laborista en el Reino Unido, con Ed Malliband al frente, está tratando de dar un nuevo impulso a las fuerzas del socialismo expresando la posición política y la propuesta de solución que pertenecen a la tradición de la izquierda. Su propuesta política es arriesgada no porque no esté expresando una mirada política socialdemócrata adecuada, sino por la falta de un nuevo mensaje en su discurso. Todas sus propuestas suenan poco realistas para la comunidad internacional después de la globalización, el gran negocio y la cultura empresarial del Reino Unido. No se han sabido adaptar a los nuevos tiempos.

Quien ya ha pagado en términos de pérdida de peso político, electoral y de consenso es François Hollande, cuyo plan económico y fiscal ha querido inspirarse en un exceso izquierdista. Portugal supone un ejemplo más de la crisis de la socialdemocraia. El país posee el rasgo significativo de la crisis de identidad de la socialdemocracia en Europa hoy en día a la que vez que desde Lisboa presentan una situación económica y social no distante de la de Grecia.

En este punto, debe ser considerado que la deslegitimación de los partidos tradicionales en las sociedades europeas y la falta de políticas conjuntas en el seno de la UE ha desempeñado un papel central en la crisis de las fuerzas socialdemócratas. La gobernanza de la UE y una visión compartida sobre el futuro de la UE podría servirles de gran ayuda para consguir la unión de esta familia política de Europa y así recuperar la solidez en sus respectivas nacionales. Para poner fin a esta crisis de identidad y evitar el riesgo de perder la centralidad de la izquierda del espectro político, el desarrollo de los partidos europeos podría ayudar a concebir nuevas soluciones y una nueva declinación política de la cultura de la socialdemocracia.