Barcelona
Las oportunidades perdidas de la ex vicepresidenta
Las quinielas la sitúan en la carrera para liderar el PP, pero su proceder en el Gobierno crea dudas.
Las quinielas la sitúan en la carrera para liderar el PP, pero su proceder en el Gobierno crea dudas.
La que fuera todopoderosa vicepresidenta del Gobierno se enfrenta ahora a su reto más difícil. Si desde Moncloa controlaba buena parte de lo que se movía entre bambalinas, en el Partido Popular no cuenta con el mismo respaldo. La mujer que tuvo todas las oportunidades las fue perdiendo poco a poco confome avanzaban las legislaturas, se lamentan dirigentes del partido que en su día la veían como un buen cartel.
Su forma de proceder en estos años ha mermado sus opciones de cara al tiempo nuevo que se vive en Génova 13, aseguran las mismas fuentes, aunque nada se da por cerrado. Fue sin duda Cataluña su talón de Aquiles. En el punto más alto del desafío secesionista, Mariano Rajoy le encargó que apaciguara la tormenta sin resultado positivo. La ambiciosa «operación diálogo» anunciada en noviembre de 2016 se quedó en un ir y venir a su despacho en la Delegación del Gobierno en Barcelona y en entrevistas baldías con un Oriol Junqueras con el que tuvo un criticado «idilio político», pero en la práctica su fracaso culminó con el referéndum independentista del 1 de octubre de 2017. Tras aquella infausta jornada, en los cuerpos policiales se criticó que no se hubieran encontrado las urnas procedentes de China y que se hubiese calculado mal el número de Mossos «rebeldes». Los reproches llegaron incluso al Consejo de Ministros, pero la vicepresidenta los atajó: «El CNI está siendo clave». Apenas una semana después se producía la fuga de Carles Puigdemont, huida que debían haber evitado los servicios secretos españoles al mando de Sáenz de Santamaría. Voces del partido creen que fueron unos días en los que se dio argumentos a los independentistas, sobre todo en el ámbito internacional, donde la propaganda secesionista se impuso a las razones legales del Ejecutivo.
Tampoco se han olvidado sus intrigas dentro del Gobierno, donde se hizo célebre el «G-8» –un grupo de ministros, militantes de toda la vida del partido, entre los que figuraban José Manuel García-Margallo Jorge Fernández, Ana Pastor, José Manuel Soria, Miguel Arias Cañete, Pedro Morenés, Rafael Catalá e Isabel García Tejerina–, cuyo objetivo era convencer a Mariano Rajoy de que el Ejecutivo necesitaba más iniciativa política, frente a lo que, a su modo de ver, practicaba la vicepresidenta, a la que acusaban de mantener un perfil tecnocrático. No les gustaba la manera de trabajar de Soraya, a la que reprochaban además falta de coordinación entre ministerios.
Enfrente estaban los «sorayos», conocidos así por su cercanía a la vicepresidenta, formado por la propia número dos de Rajoy, con su equipo en Moncloa, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, el ministro de Fomento, Íñigo de la Serna, y la ministra de Empleo, Fátima Báñez.
Los rescoldos de esta vieja guerra vivieron un nuevo capítulo con las declaraciones de un veterano del «G-8» como García-Margallo, que apuntó la semana pasada que «los únicos» que quedaban del primer gobierno de Rajoy eran precisamente Santamaría, junto a Cristóbal Montoro y Fátima Báñez, de quienes dijo que son «más dóciles intelectualmente». «Todo el resto ha desaparecido y eran curiosamente los que tenían criterio propio», señaló.
Los críticos con Soraya Sáenz de Santamaría vieron alimentar sus demandas en los estertores del Ejecutivo de Rajoy, cuando más debió hacerse sentir la vicepresidenta como «parachoques» del presidente, pero su inacción fue evidente con la moción de censura que fulminó al presidente gracias al voto decisivo del PNV, que sólo una semana antes había salvado los Presupuestos Generales del Gobierno con su crucial apoyo y en cuyas negociaciones se involucró el propio Rajoy.
La vicepresidenta quiso, al contrario que María Dolores de Cospedal, que la dimisión del presidente la dejara como interina. Pero esta vez la decisión personal de Rajoy no jugó a su favor.
Sáenz de Santamaría tendría que medir ahora sus fuerzas como supuesta candidata a presidir el PP sin una estructura territorial que la respalde y con el equipaje de una larga lista de ocasiones echadas a perder.
Portavoz cuestionada
Su papel como portavoz del Gobierno recibe también críticas de quienes consideran que la ex vicepresidenta no supo actuar de escudo del presidente, más pendiente de su propia imagen que de servir de parapeto de Mariano Rajoy. «Sólo actuaba como portavoz los viernes y era para limitarse a dar las novedades del Consejo de Ministros», lamentan estas voces discrepantes, que recuerdan además cómo usó el Senado para seguir en la carrera por la sucesión. En la Cámara Alta
acaparaba la contestación de las preguntas al Gobierno para recuperar la notoriedad perdida tras dejar de ser portavoz del Ejecutivo.
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