Rebeca Argudo
No lo llames amnistía aunque lo sea
Sediciosos y fugados no solo no se arrepienten, sino que se reafirman en aquello que hicieron, y ahora Sánchez les va a perdonar
Como si de una palabra malsonante se tratase, un improperio cualquiera, o el nombre de un siniestro y malvado mago, el término «amnistía» es innombrable. El Gobierno en funciones, pese a atragantársele el vocablo, ya trabaja en, lo diremos de otro modo, la fórmula de una futura ley que desjudicialice los problemas políticos de Cataluña. O, lo que es lo mismo, en la derogación retroactiva de los delitos cometidos por los separatistas en 2017 y la extinción de su responsabilidad ante la justicia. Trabaja en su impunidad, vamos, para entendernos. Una medida progresista, y generar odio y sembrar crispación, que es lo que, según Salvador Illa, desde la moderación y el respeto a la pluralidad política que le caracteriza, dijo que hacían los miles de ciudadanos que se manifestaron pacífica y cívicamente el domingo en Barcelona para mostrar su repulsa por una medida que, en el mejor de los casos, exculpa a delincuentes y, en el peor, apuntala la desigualdad entre ciudadanos y abre la puerta a un referéndum ilegal. Los sediciosos y fugados ya han avisado de que no renuncian a ello, más bien al contrario. No solo no se arrepienten, sino que se reafirman en aquello que hicieron y que ahora Sánchez, en su inmensa (e interesada) benevolencia, les va a perdonar. Ego te absolvo, que para eso soy el jefe. Pero, ojo, todo ajustado a la Constitución. Y para ello contarán con el Tribunal Constitucional, y sus seis magistrados progresistas, que dirán lo que tengan que decir. O sea, que sí. Que todo adelante, que a toda máquina. Constitucionalmente impecable. La indubitable separación de poderes que adorna a una democracia.
Con quien no parecen contar es con la Abogacía del Estado, que está más a lo legal que a lo servil. Por lo que sea. No son de fiar. No ser de fiar, en la jerga sanchista, significa que no van a decir lo que tú quieras que digan. Lo aclaro para los despistados. Y eso, al PSOE, como que no le encaja en su agenda progresista y ajustada a derecho. Al derecho de Sánchez a hacer lo que le dé la gana. Y si para convencer al pueblo (el relato, el relato) de que eso es lo mejor y más responsable hay que mover todo el engranaje mediático-propagandístico, para que no haya duda del impecable «encaje en el ordenamiento jurídico», pues se mueve. Da igual que luego les enmienden la plana o les saquen los colores (que no se los sacan porque no hay vergüenza): el equipo de opinión sincronizada, impagable hallazgo semántico (ya popularizado) del gran Jose Ignacio Wert, inasequible al desaliento, sigue con el picoypalismo incansable del activista constante. Ganarán por agotamiento, preveo. Y porque por lo menos no gobierna la derecha.
Súmale a la ecuación, por añadir cierta emoción, el incombustible japiflogüerismo de Yolanda Díaz (Barbie Cohetes), que en calidad de vicepresidenta en funciones (y futura) anda planteando su propia propuesta, lo que ha puesto a PNV y ERC de uñas. Palitos en las ruedas de Pedro Sánchez, que a lo que anda es a la cábala, a sumar votos y ver si le dan los números.
La discreción no es el mayor don que adorna a la capitana generala de ese cubata de culines que es Sumar. Y todo esto solo para asegurarse la investidura, damas y caballeros. No se pierdan lo que puede ser, de acabar investido, la negociación para los Presupuestos Generales del Estado. Es lo que tiene ceder al chantaje una vez: que nadie te asegura que el desalmado al otro lado del teléfono vaya a aflojar tras la entrega del primer millón de billetes sin numerar.
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