Operación Lezo
«Llora por dentro y aprieta los dientes por fuera»
Tras declarar en el «caso Gürtel» y derrumbarse por la detención de González, Aguirre reunió al grupo del PP en el Ayuntamiento de Madrid para preparar el pleno del martes
Abandonada por todos a pesar de haber ganado las elecciones en Madrid. La noche del pasado viernes, este era el lamento del entorno muy cercano a Esperanza Aguirre, una vez conocido el mazazo del ingreso en prisión de Ignacio González. Espe, como la llaman los suyos, venció una maldita enfermedad, superó un accidente de helicóptero con Mariano Rajoy y salió ilesa de un atentado terrorista en Bombay. Pero el escándalo de Nacho, su auténtico ojito derecho durante tantos años, la dejó hundida. «Este morlaco es muy duro de lidiar», dicen desde la dirección nacional del PP en Génova trece. Por el contrario, quienes hablan con ella estos días, un escaso grupo de fieles, admiten la precariedad de su estado anímico pero insisten en que de momento resistirá. «Llora por dentro y aprieta los dientes por fuera», afirma uno de ellos. Según su círculo próximo, la lideresa madrileña se derrumbó el miércoles tras la detención de González que coincidió con su declaración judicial por la trama Gurtel. Las lágrimas la delataron ante lo que la tenía «estupefacta». Pero acto seguido, Esperanza convocó la habitual reunión del grupo municipal preparatoria del Pleno del martes en el Ayuntamiento y transmitió energía. Hizo algunas declaraciones sobre su intención de seguir al frente y se produjo un cierre de filas: «Nadie la ha imputado en nada y esperará acontecimientos», advierten sus leales. Desde Génova se lanzan mensajes para que dimita por el bien del partido, algo que acogen con cautela en su entorno: «Le están abriendo la puerta, pero no es la primera vez que lo hacen y ella se levanta». Pero todos reconocen que esto es el final del «aguirrismo», una etapa, un modo y un estilo de hacer política de una mujer brillante, combativa y siempre díscola.
En efecto, es la suya una historia de encuentros y desencuentros con Mariano Rajoy, la dirección nacional del PP y un continuo pulso con su eterno enemigo político, Alberto Ruiz Gallardón. Si Alberto fue siempre «el verso suelto», Esperanza era «la mosca cojonera». Declarada «aznarista» pura, nunca tuvo química con Rajoy y así lo demostró en el Congreso de Valencia de 2008. Aquel cónclave fue el más amargo para Mariano, pero también el principio de liquidación de la «vieja guardia». Esperanza Aguirre no se atrevió a lanzar un órdago de frente contra Rajoy, algo que muchos le pedían, y utilizó precisamente a Ignacio González para «dar un poco la lata». Finalmente el gallego ganó de calle gracias al enorme apoyo del PP valenciano, renovó la cúpula del partido y comenzó el ocaso del «aznarismo». La «baronesa» se retiró a sus cuarteles regionales y tejió una gran red de poder bajo una espléndida gestión de gobierno en la Comunidad de Madrid.
Sus pugilatos con la dirección nacional y sus divergencias con Alberto Ruiz Gallardón eran de traca. Esperanza nunca fue una mujer cómoda, pero tenía carisma, ganaba elecciones y dirigía el PP madrileño con mano de hierro. Ahora todos se hacen las mismas preguntas. ¿Sabía lo qué pasaba?. ¿Miraba para otro lado?. ¿Lo permitió o lo ignoraba?. Un cruce de dudas con división de opiniones ante la deriva de los acontecimientos. «Si lo sabía se pasó de lista, y si lo ignoraba tendremos que pensar que era tonta», dice un alto dirigente de Génova. Cuando le diagnosticaron un cáncer dejó la presidencia de la Comunidad y colocó a su mano derecha, Ignacio González, a quien forjó y apoyó durante años como una verdadera Pigmalión. En febrero de 2016 abandonó también la presidencia del PP madrileño para dedicarse de lleno al Ayuntamiento. Los que la conocen saben que su gran ambición era retirarse de la política como alcaldesa de la capital, lo que ahora se ha derrumbado por los suelos. «No podrá aguantar mucho», confiesan desde la dirección nacional, aunque desconocen aún sus planes inmediatos. Ningún dirigente de Génova ha hablado con ella estos días. Esperanza Aguirre lo fue todo en política: concejala, ministra de Cultura, presidenta del Senado y de la Comunidad de Madrid. Era intocable para sus amigos y temida por sus enemigos, hasta que la sombra de la corrupción se abalanzó ferozmente sobre un partido imbatible en Madrid. Nombres como Alberto López Viejo o Salvador Victoria, y alcaldes como los de Boadilla o Pozuelo, empezaban a aflorar. El gran golpe llegó con Francisco Granados, uno de sus dos hombres de confianza en el gobierno y en el PP, bajo el escándalo de la Púnica. Aguirre lo afrontó de cara, logró que no la salpicara del todo y siguió adelante. Sus leales alabaron su tozudez y fortaleza, mientras los detractores la acusaron de ambiciosa y aferrarse al cargo. Pero las consecuencias de la operación Lezo es un golpe demasiado fuerte que desborda toda previsión. Génova confía en que dimita, aunque ella ha transmitido que «nada ha cambiado para dejar lo que me encomendaron los madrileños».
Según su entorno, esperará a ver cómo transcurre la instrucción del caso, aunque admiten que «está muy tocada». La convulsión de un Ignacio González en la cárcel, ese joven que ella otorgó tanto poder, es enorme. Mucho más que con Paco Granados, con quien tuvo afinidad política pero no tanta amistad. Algunos opinan que tendrá que abandonar en los próximos días, pero otros piensan que «marcharse ahora sería como reconocer una culpabilidad».
Ha pasado el fin de semana refugiada en su familia, sobre todo con su nieta, y ha consultado esa baraja francesa que le regaló una amiga de su madre echadora de cartas. Pero su aparición en el Pleno del Ayuntamiento del martes será terrible y nadie sabe cómo soportará la presión. Lo único claro es que la mujer que un día entró en política por la puerta grande, atisba ahora la amenaza de una salida por la de atrás.
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