Pablo Iglesias
Sánchez se la juega en los 122 escaños
Deberá mejorar los resultados del 28-A para certificar que su estrategia de repetir las elecciones no fue un error.
Deberá mejorar los resultados del 28-A para certificar que su estrategia de repetir las elecciones no fue un error.
Con todas las encuestas apuntando como ganador al PSOE, Pedro Sánchez se juega el 10-N la magnitud de esa victoria –mejorar los 123 diputados del 28 de abril– y el margen que esta le dé para resolver el puzzle de la gobernabilidad. Fuentes cercanas al candidato reconocen el «laberinto» en el que se encuentra inmerso, pues pelea por mantener el resultado del 28-A para certificar que su estrategia de repetir los comicios no fue un error. En su entorno el optimismo es total y se aspira a superar los 130 escaños y el 30% de los votos.
La campaña del PSOE ha estado enfocada en seducir a la «mayoría cautelosa» que demanda un Gobierno estable y confiable, pero los excesivos guiños al centro de Sánchez no han servido para captar tanto votante indeciso como se esperaba y sí han hecho que descuidara al de izquierdas. Esto ha obligado a extremar los esfuerzos en la recta final para amarrar su tradicional nicho electoral, sobre todo, tras el tropiezo de cuestionar la autonomía de la Fiscalía. Los socialistas detectaron una fuga de voto por la izquierda, que creían cegada, hacia un Pablo Iglesias con permanente mano tendida al acuerdo y que el PSOE no ha aceptado. Esto ha obligado a dar un nuevo giro a la izquierda, anunciando que se llevará al Constitucional la proposición aprobada por PP, Ciudadanos y Vox en la Asamblea de Madrid que prevé la ilegalización de los partidos separatistas. Idéntico instrumento al que se ha utilizado contra los soberanistas en el Parlament de Cataluña.
Sin embargo, el «laberinto» de Sánchez no acaba el día de las elecciones, sino que empieza tras el escrutinio electoral. Los números son tozudos y anticipan un nuevo bloqueo que, si bien puede salvarse de cara a una investidura –para evitar una tercera cita con las urnas–, volvería a reactivarse en el día a día de la gobernabilidad, cada vez que los socialistas tengan que aprobar una iniciativa o, en el escenario más inmediato, los Presupuestos Generales del Estado. En este sentido, el plan de Moncloa es mirar a izquierda y derecha. Apoyarse en Unidas Podemos y los independentistas para sacar adelante su ambiciosa agenda social y recurrir a la solvencia de los partidos constitucionalistas –en esencia PP y Ciudadanos– para los grandes asuntos de Estado. La pretensión sigue siendo gobernar en solitario y serán las urnas quienes certifiquen esta capacidad. En el entorno del candidato no ocultan que la llave del desbloqueo estará en manos de Pablo Casado y en las 48 horas posteriores a las elecciones se le remitirá a él, a Pablo Iglesias y a Albert Rivera una oferta personalizada para promover la formación de Gobierno. El peso de cada una de ellas se corresponderá con los resultados que las urnas les otorguen, pero en el PSOE creen que si ganan por tercera vez las elecciones, tendrán que ser éstos partidos los que se muevan para dar cumplimiento al mandato que los españoles han reiterado en las urnas.
La llamada a la movilización que los socialistas han hecho durante la campaña se ha apoyado en la eventual pujanza de Vox. El partido de Santiago Abascal puede representar las dos caras de una misma moneda. Por un lado, entendido como amenaza puede servir como elemento movilizador de la izquierda, no en vano, Sánchez da credibilidad a los sondeos que les ubican como tercera fuerza, si la caída de Podemos y Ciudadanos se torna real. Los socialistas han encontrado en la formación de ultraderecha el mejor acicate para desgastar a PP y Cs, a quienes otorga un rol subalterno, y promover la división de la derecha. Sin embargo, alimentar a Vox, con el objetivo de que adquiera unas dimensiones que hagan que «el PP tenga imposible gobernar en el futuro», puede también dificultar que la solución al desbloqueo venga de Pablo Casado, si tiene a Abascal pisándole los talones.
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