Gobierno de España
Los «sorayos» cotizan al alza mientras el G8 se disuelve
Los ministros juegan sus cartas de cara a las generales: los «marianistas» Pastor, Jorge Fernández y Soria ganan posiciones.
Si ponemos un circo nos crecen los enanos. Lo decía un ministro en los pasillos del Congreso y define bien la «guerra de nervios» que ha atizado la pasada semana a la plana mayor del PP. Un auténtico revulsivo que despertó con fuerza el titular de Hacienda, Cristóbal Montoro, y cuyas brasas avivó aún más el de Exteriores, José Manuel García Margallo. Con el presidente fuera de España, el polvorín político era de aúpa y los miembros del Ejecutivo ponían cara de póquer ante la inquietante pregunta: ¿Se avergüenza usted de ser del Partido Popular?, en alusión a la fuerte denuncia efectuada por el titular de Hacienda. Pero una vez en frío, todos coinciden en que la proximidad de las elecciones generales, la confusión de las encuestas y las conspiraciones del lla mado sector «aznarista» para confeccionar las listas han desatado la caja de los truenos en el partido de Rajoy. «Cristóbal dijo verdades como puños», dicen altos cargos de Moncloa, dónde la confianza hacia el dueño de la caja pública sigue intacta.
En efecto, el ministro de Hacienda está cansado de ser el «ogro», el actor malo de la película a quien nadie agradece su ingrata gestión y los «barones» regionales culpan de sus derrotas. Heredó un déficit público infame, superior al once por ciento y lo va a dejar próximo al cuatro, lo que siempre le recuerdan a Rajoy en el exterior cuando alaban sus reformas. «El problema está en los dirigentes territoriales que han perdido; es muy cómodo culpar al Gobierno para ocultar su pésima gestión», opinan en el entorno presidencial, dónde rechazan que no se hayan vendido bien los logros del Gobierno. «Hay que huir del pesimismo y seguir trabajando, calladitos estamos mejor», asegura un colaborador cercano a Rajoy que intenta apagar fuegos, tal como ha hecho la vicepresidenta Sáenz de Santamaría por orden expresa del presidente. Ella sigue siendo la voz autorizada del Gobierno, su eficaz coordinadora y estricta vigilante de la labor parlamentaria con absoluta lealtad, a pesar de que algunas voces interesadas la sitúen en conspiraciones sucesorias.
La inminente fecha de las elecciones generales promueve que los ministros muevan sus cartas, reconocen dirigentes del PP. Las declaraciones de Montoro y Margallo, la dimisión de Arancha Quiroga y las críticas de José María Aznar, bajo maniobras de algunos sectores afines al ex presidente, caldearon el ambiente junto con un rumor que inundaba todos los corrillos políticos: la posibilidad de que Rajoy diera un paso atrás y el candidato fuera Alberto Núñez Feijóo. «Rajoy no tiene gancho, no conecta con la calle», susurraban malévolamente algunos «aznaristas» dejando caer la insidia y olvidando que fue el elegido de su jefe. En Moncloa, en Génova y en el entorno del presidente gallego lo desmintieron rotundamente. Estas conjuras propiciaron las explosivas declaraciones de Montoro, que arremetió contra Aznar y otros prebostes del partido «dolido por las intrigas», dicen en su entorno, muy críticos contra los «barones» defenestrados que culpan de su caída a los ajustes y la subida de impuestos. «Una falacia para autojustificarse y esconder su mala gestión», afirman en Hacienda.
A punto de disolverse las Cortes, agotada la legislatura, el equipo «pata negra» de Mariano Rajoy sigue intacto con dos claves de actuación: el poder de Soraya Sáenz de Santamaría como se ha visto con la decisión final sobre las canales de televisión y la elección de un hombre de toda su confianza, Alfonso Alonso, para dirigir el PP vasco. Su incesante comparecencia en el Congreso en todas las sesiones de control y sus últimas apariciones públicas, como la que hizo en un programa de TV, incluso bailando, han reforzado mucho su imagen pública. Pese a rumores interesados, Soraya goza de la confianza del presidente, que delega en ella toda la tarea del gobierno cuando esta fuera de España, donde tan cómodo se siente y se mueve como pez en el agua. En estas fechas cruciales hacia el 20-D, Mariano Rajoy quiere zanjar toda polémica entre sus ministros y se apoyará en el «núcleo duro» para afrontar la campaña con dos mensajes: unidad de España y recuperación económica. «Le da risa cuando escucha rumores sobre guerras de poder, pero toma buena nota», asegura un colaborador de su confianza.
Tales comentarios se cimentan sobre los dos grandes grupos que integran el Gobierno: los «sorayos», una generación de profesionales altamente preparados en torno a los cuarenta años, bajo la égida de la vicepresidenta, y el llamado G-8, con un grupo de ministros con mayor antigüedad dentro del PP. Los primeros son brillantes tecnócratas y los segundos militantes de toda la vida del partido. Algunos son amigos personales de Rajoy desde hace muchos años, caso de Ana Pastor, García Margallo o Jorge Fernández. Pero en este grupo las cosas ya no son lo mismo. Las continuas salidas de tono de José Manuel García Margallo, a quien todos consideran «el verso suelto» del Gobierno, han hecho mella. «El G-8 está disuelto», admite uno de ellos, incómodo ante la continua locuacidad de Margallo y su utilización como conspiradores. Aquí se sitúan dos de los ministros más cercanos a Rajoy: Ana Pastor y Jorge Fernández, que huyen de posibles conjuras como de la peste.
«El marianismo no tiene fisuras», comentan en el entorno de Sáenz de Santamaría, una infatigable trabajadora, eficaz y leal colaboradora del presidente. La mejor valorada de todo el Gobierno en cualquier encuesta que se precie. Ella es la auténtica «jefa de máquinas». Como ministra de la Presidencia coordina los distintos departamentos, preside la Comisión de Subsecretarios y Secretarios de Estado, es la delegada para Asuntos Económicos en ausencia de Rajoy, y el Centro Nacional de Inteligencia. Todos coinciden en que es la mujer con más poder de España, algo que ella niega con sincera modestia. «Todo lo que hace es por encargo del presidente», afirman en su entorno. El nombramiento de Alfonso Alonso para liderar el partido en el País Vasco es una nueva victoria frente a Cospedal. Todo apunta a que Soraya irá de número dos por Madrid, una vez que Cospedal encabezará la de Toledo. Y según fuentes próximas al presidente, los ministros del «núcleo duro» tendrán un puesto fijo en las listas electorales. Entre los «sorayos» figuran los ministros de Hacienda, Cristóbal Montoro, de Empleo, Fátima Báñez, y de Sanidad, Alfonso Alonso. Montoro afirma estar agotado como titular de Hacienda, pues le ha tocado la labor más ingrata del Gobierno, pero le gustaría seguir como diputado. El presidente agradece mucho su tarea y es casi seguro que encabece de nuevo la lista por Jaén. En este sentido, niegan que su explosiva entrevista le irritara: «Rajoy es práctico, las palabras vuelan, los hechos quedan», aseguran con máxima agustiniana. A quien le suceda le quedará un marrón de calado, la nueva financiación autonómica. Fátima Báñez, otra incansable trabajadora, artífice de la Reforma Laboral, es muy valorada por el presidente, ha logrado frenar la sangría del desempleo, el «bicho» de la legislatura, y volverá a ser diputada por su tierra, Huelva, El último «sorayo» en llegar al Gobierno, Alfonso Alonso, ha logrado apaciguar al sector sanitario, es un hombre afable y dialogante. Repetirá como diputado por Álava tras asumir la presidencia del PP vasco.
En el otro clan con poder en el Gobierno, los «Marianistas» puros, se integran la ministra de Fomento, Ana Pastor, fiel colaboradora de Rajoy desde hace muchos años. Una estupenda gestora que se ha ganado el respeto de un ministerio tan complejo como Fomento y los distintos sectores de infraestructuras. Pastor repetirá como cabeza de lista por Pontevedra, mientras Jorge Fernández, también amigo y antiguo colaborador de Rajoy, en una cartera tan sensible como Interior, lo hará por Barcelona. Similar caso es el del canario José Manuel Soria, cuya gestión es discutida en muchos sectores de su ministerio, pero cercano también a Rajoy y que, lógicamente, encabezará una lista por Canarias. Estos tres ministros integraban el llamado G-8, pero desde hace tiempo no celebran ninguna reunión. El «ir por libre» de García Margallo ha sido el detonante. Incansable al desaliento, el titular de Exteriores quiere influir en las listas de Valencia y no oculta su aspiración de ser vicepresidente si Rajoy gana las elecciones. Su participación en el debate televisivo con Junqueras y sus numerosas diatribas dialécticas no han gustado en Moncloa.
Entre los llamados ministros «híbridos», no encuadrados en ningún sector del partido o familias políticas, dos de ellos han manifestado su deseo de dejar la política. Se trata de Luis de Guindos, ministro de Economía, que ha desempeñado un estupendo papel en Europa. Y Pedro Morenés, ministro de Defensa, que deja un buen cartel en las Fuerzas Armadas. A Isabel García Tejerina le gustaría ir en una lista por Valladolid, su tierra. Otro ministro que ha ganado muchos puntos es el de Justicia. Llegó al ministerio en un momento muy complicado, con la dimisión de Torres Dulce como fiscal general del Estado. Dialogante con todos los sectores de la Judicatura, no elude conflictos como el último sobre los plazos de la Ley Procesal. Fuentes del Gobierno le sitúan cercano a la vicepresidenta y tiene posibilidades de ser diputado en la próxima legislatura. En cuanto al de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, con una dilatada trayectoria en Europa, le gustaría algún puesto en Bruselas.
Cuatro años después, el balance oficial desde Moncloa es muy bueno económicamente, con las cifras de crecimiento y empleo por delante. Pero también son conscientes de que ello no basta. Por tanto, Rajoy ha decidido «una remontada» en todos los terrenos y apoyarse en el tronco duro: Soraya, Montoro, Pastor, Báñez, Fernández, Soria y Catalá. Con retos difíciles: movilizar a los suyos y calmar el conflicto de Cataluña. Un tema espinoso para el nuevo Gobierno: la reforma constitucional. Imbatible a rumores y conjuras, Rajoy quiere unidad. A «sorayistas» y «marianistas», les ha dado un claro mensaje: en búsqueda del voto perdido, y el que se mueva no saldrá en la foto.
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