Nacionalismo

Morfología cateta

El mundo estético del independentismo copa con su «merchandising» desde mantas polares hasta collares para perros.

Morfología cateta
Morfología catetalarazon

El mundo estético del independentismo copa con su «merchandising» desde mantas polares hasta collares para perros.

En todas las controversias políticas siempre aparecen, tarde o temprano, los listillos que intentan ganarse honradamente un dinerillo a cuenta de las emociones patrióticas de los demás. Es curioso ver como siempre, a la aparición en sociedad de las grandes palabras con sufijo «ista» (nacionalista, comunista, ecologista, capitalista) le sucede inmediatamente la aparición subsiguiente de las palabras terminadas en «illo» (pillo, listillo, dinerillo).

Interrogándome sobre el mundo estético del independentismo entré en una página web llamada «bandera catalana.cat» que ofrece todo el «merchandising» posible de productos con la estelada: la famosa «Vicime», la bandera del hombre que quería que viviera Cataluña y muriera todo lo demás. Todavía me dura el ataque de risa. Y es que, vamos a ver, sabemos que Puigdemont aspira a convencernos a los catalanes de que el secesionismo es lo más moderno de la era supersónica. No lo consigue, como es lógico, porque crear fronteras no es una cosa muy progresista ni el separatismo precisamente un ejemplo de progreso. Pero, hasta la fecha, sabiendo que el aspecto intelectual y argumental del asunto era su punto débil, había cuidado la parte estética intentando que fuera moderna y distrajera de sus palabras. Eso significaba muchas sonrisas, mucho niño ario y algo de moderno desaliño con cierta intención en los anuncios y reportajes de TV3 (perdón por la redundancia).

Pero, ahora, el «merchandising» que ha surgido en torno a la «Vicime» coloca a la estética del independentismo en una posición muy desairada. Un peligro más terrible que el que sufrió el mundo estético cuando el propio presidente tuvo la ocurrencia de cantar una canción de los Beatles desafinando cual verraco el día del juicio final. En las pinacotecas, la «Vicime» ya de entrada no daba mucho de sí, porque está concebida con colores primarios que se dan de tortas entre ellos. Solo le falta uno de los cuatro colores básicos para formar la moda parchís. Lejos de mi intención exigir que se debiera haber pensado en un rosa Tiépolo o un verde Veronese, pero se hubiera agradecido un poco más de sutileza y discreción al tratar la paleta. A decir verdad, parece que haya sido concebida, o bien por un hombre de sensibilidad plástica algo limitada, o bien por un daltónico que sin duda se vestía a oscuras por las mañanas antes de salir de casa. Atendiendo a que pretende trasmitir emociones muy primarias, la sensibilidad rudimentaria de la «Vicime» se puede comprender (aunque difícilmente apreciar). Ahora bien, si vertimos ese código de colores al diseño de los útiles del hogar el resultado es ya apoteósico, inverosímil, monumental.

Compruébenlo ustedes mismos entrando en la citada página web y gozando de poder acceder a la manta polar con la bandera nacionalista, al cubrecama patriótico, al collar para el perro independentista, el babero con la bandera, el delantal de cocina estelado. Yo no sé ustedes, pero aquí en casa nos estamos todos todavía revolcando por el suelo de risa. De la manta polar estelada, su propaganda asegura que «tiene un tacto muy suave y agradable, fusiona el concepto de confort, tacto y suavidad con la anhelada independencia de Cataluña». Perdonen que me detenga un momento para limpiarme los lacrimales de la risa. Dice también que: «Bajo ella hay catalanes y catalanas que quieren a su tierra», propone que se use para «liberar tensiones» (¿¿??) y finaliza recordando que «somos una nación (medidas 170 por 130 centímetros)».

Las fotos de los productos de la página web tampoco tienen desperdicio. Se nota que, con más buena voluntad que oficio, han intentado hacer un catalogo visual y les han salido unas fotos un poco domésticas, de salón de casa el día que has barrido. Es particularmente hilarante una foto de demostración dónde el protagonista, en su día anual de sentirse elegante, asoma unas pantuflas a cuadros (probablemente provenientes de una gran superficie) por el borde de la manta patriótica. Otro ejemplo desternillante es la colcha-bandera para cama de matrimonio: aparece retratada en un dormitorio que sugiere arquitectura de protección oficial y en la mesita de noche luce un teléfono de baquelita negra de los años treinta. Ya decíamos algunos que Esquerra Republicana no era un partido de izquierdas, sino un partido de tradicionalistas de derechas con soluciones de 1934 para un país del siglo veintiuno. Soluciones anticuadas e inservibles hoy día. Pero, bueno, al menos podían haber intentado acercarse al smartphone. Yo que sé, poner un iPad en la mesita o algún caprichito de Apple.

Tendremos que resignarnos a que esta rusticidad de hace cien años sea la propia de la estética independentista. Estoy desolado al tener que reconocer que nuestra zona, la que fue centro y avanzada del diseño en nuestra península, haya caído en esta espléndida vulgaridad. Yo asumo que los catalanes siempre hemos tenido cierta tendencia a mirar con bobaliconería a las estrellas y que todos, en nuestras propias fantasías, nos asignamos los primeros papeles. Es lógico: cuando la gente se descubre a sí misma con un hervidero en el pecho, piensa que eso no puede dejar de tener cierta influencia sobre sus vecinos. Pero ¿es estrictamente necesario hacer este ridículo estético ante todo el orbe? Hombre, que internet se puede ver en todo el globo y las formas son importantes.

Mientras Puigdemonte se transmuta en Puigdemente y quiere figurar como tribuno de la plebe y mártir de la postverdad, el único mensaje cierto que transmite al mundo es que el diseño catalán está acabado. Que consiste ya solo en una cosa obsoleta, lista para archivarse en la repisa de la tele junto a la muñeca flamenca, el torito de terciopelo y la foto de Torrente. Eso nos coloca a los columnistas catalanes en una difícil posición. Tenemos cariño a nuestros paisanos y queremos avisarles, sin faltarles al respeto, de los signos de paletismo en los que se están adentrando. Una tarea complicada, porque como me dijo un amigo que no es precisamente un modelo de corrección política: «Son tan catetos que ni saben lo fascistas que son».